Lun 05.12.2005
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MUSICA › JUAN CRUZ DE URQUIZA CUARTETO

Jazz de este lado

› Por Diego Fischerman

Se habla de un supuesto boom del jazz argentino. Es falso. Mal podría haber una explosión de esa naturaleza en un país en que el mercado es sumamente pequeño y donde, para un disco de un género no masivo, una venta de doscientas o trescientas unidades es todo un éxito. Pero, en cambio, lo que sí hay es, por primera vez en el jazz de Argentina, una generación altamente capacitada, que además se preocupa por la docencia y ya tiene descendencias visibles, en lugar de uno o dos talentos sueltos. El cuarteto de Juan Cruz de Urquiza –formado por músicos que, a la vez, son líderes de otras bandas– es, en ese sentido ejemplar. La calidad de los arreglos y el nivel de ejecución muestran algo que sólo es posible cuando es posible un grupo.
Se habla, también, de que uno de los indicadores del crecimiento del jazz argentino es el hecho de que los músicos de las nuevas camadas compongan sus propios temas en lugar de tocar los consabidos standards. Tampoco es del todo cierto. Si bien un interés en la composición podría estar indicando una cuota mayor de individualidad en el lenguaje, nadie sería capaz de negar el grado de originalidad que tenía Coltrane haciendo, por ejemplo, Lush Life, de Billy Strayhorn, o My Favorite Things, de Rodgers y Hammerstein II. Y, por otra parte, tampoco significaría mucho que se compusieran temas iguales –o en el mismo estilo– que los ya compuestos por otros. En el jazz, el estilo está en la interpretación. La composición es, sobre todo, la ejecución, y si algo es destacable en el nuevo cuarteto de Juan Cruz de Urquiza es que, además de que los temas son en su gran mayoría propios, suenan propios. Y esto es cierto tanto para composiciones del trompetista como la inspiradísima Mensajero como para las Promesas sobre el bidet de Charly García. Un arreglo, al fin y al cabo es, como afirma el musicólogo Peter Szendy, “una escucha firmada” y en la distancia que esas nuevas escuchas establecen con los originales es, precisamente, donde se articula gran parte del valor en el jazz.
De Urquiza, que con el Quinteto Urbano había logrado uno de los grupos más contundentes, personales y cohesivos de los últimos años, renueva la apuesta con una banda cuyo primer mérito es el de lograr un sonido homogéneo a partir de la heterogeneidad. Este no es uno de los clásicos grupos endogámicos a los que los universos chicos favorecen con demasiada facilidad. No se trata de los mismos cuatro que tocan en el cuarteto del contrabajista Mariano Otero, en el del guitarrista Miguel Tarzia y en el del baterista Pipi Piazzolla. Ni Escalandrum –el grupo de Piazzolla– ni las bandas de Otero ni los proyectos solistas de Tarzia tienen el mismo lenguaje que este cuarteto. Y juntos conforman un idioma que no se parece al de ninguno de ellos por separado. Uno de los datos salientes es la utilización casi siempre contrapuntística de la guitarra en relación con la trompeta. Entretejidos y movimientos imitativos, reminiscentes de Kenny Wheeler o David Douglas, encuentran en una batería que se aleja de los clisés del instrumento dentro del jazz, subdividiendo rítmicamente de maneras muy poco frecuentes en el género, y las siempre ricas texturas armónicas de Otero, un campo fértil en el cual moverse. En el concierto del sábado en Notorious, el cuarteto tocó material de De este lado, el excelente cd editado por S’Jazz. En el tema que le da título, el cuarteto a coro recita esas palabras, a la manera del “a love supreme” de John Coltrane. Pero, claro, de este lado.

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