MUSICA › NATIRUTS Y UNA NOCHE CALIENTE EN EL TEATRO GRAN REX
A caballo de una notable mixtura de ritmos brasileños con la legendaria música jamaiquina, el grupo ofreció una vibrante velada reggae, de lo mejor que se vio este año entre los representantes internacionales del género que visitaron el país.
› Por Luis Paz
NATIRUTS
Presentación de
Reggae Power ao vivo
Músicos: Alexandre Carlo (voz y guitarra), Luis Mauricio (bajo), Junio (batería), Mónica Agena (guitarra), Bruno Wambier (teclados), Adenilton Conceiçao (percusión), Luciana Oliveira y Ludmila Mazzucatti (coros), Alexandre Herrera (saxo y flauta traversa), Paulo Pizzulin (trompeta) y André Mitsuoka (trombón).
Grupo invitado: Kara N’Daya.
Público: 2200 personas.
Duración: 100 minutos.
Miércoles 3, Teatro Gran Rex.
En el país del samba, la bossa nova, la caipirinha y las garotas, Natiruts se mantuvo durante muchos de los últimos meses en el tope del Hot 100 con la canción “Natiruts Reggae Power”. En el país del tango, el dulce de leche, la protesta de técnicos aeronáuticos en la puerta del Gran Rex, los cigarrillos encendidos adentro (más allá de las prohibiciones) y la lata de cerveza en la cartera, Natiruts se mantuvo durante 100 minutos sobre el escenario para representar, con un delay de dos años, su CD-DVD Reggae Power ao vivo, publicado en 2006. Les sobró tiempo para dar un concierto que si por convocatoria no fue el más importante para el reggae 2008, por calidad fue el mejor de una visita internacional. Y eso que por aquí ya pasaron Gondwana (Chile), Cultura Profética (Puerto Rico) y algunos Wailers originales (no hace falta decir de dónde son, ¿no?).
La mancha que, en vista isométrica, se escurre hacia el Gran Rex es una amalgama socioeconómica: un tipo increíblemente bronceado, un pibe que corre porque el Roca esperó en la estación Yrigoyen más de la cuenta; una promotora aerodinámica que reparte folletos de Brasil, otra disfrazada de empanada que reparte folletos de vaya uno a saber qué. Todos prefieren los de Brasil. Hasta las promotoras con repulgue.
Mientras tanto, la sala del teatro de Avenida Corrientes huele a Jamaica. No hace falta haber ido a la isla para reconocer el aroma, basta con recordar el que cruzaba desde la plaza en la propia juventud. En esta plaza apenas se puede caminar. Hay un par de miles. Unos cientos más, también. Arriba del escenario, once músicos más que preparados para hacerlos bailar con su samba, saltar con su raggamuffin –el reggaetón original y jamaiquino–, menear con su reggae y flashear con su dub psicodélico. Natiruts condensa así sesenta años de música, del rocksteady original al más pequeño del clan Marley. El resultado es un Black Uhuru moderno y juvenil (que lleva doce años como banda) al que su actualidad sonora no le quita credibilidad.
El concierto, que ofició de apertura del ciclo Muba, comenzó a las 22, una hora después de lo programado. Extrañamente arrancan con su hit, “Natiruts Reggae Power”, como si propusieran: “Ok, conocen éste, báilenlo y prepárense que tenemos otras dos docenas de temazos”. Así, “Presente de um beija-flor” y “Liberdade pra dentro da cabeça” son coreados de punta a punta por cuerpos que ondulan sin rumbo fijo. Los de la fila 17 no tienen sentido del ritmo. Los de más atrás, de a poco, se irán sentando sobre los respaldos de las butacas. Los de más adelante, de a mucho, irán empezando a sudar, sambar y descontrolar.
Ellos aullarán por la corista Ludmila Mazzucatti, una Amy Winehouse (con registro de soul incluido) de ascendencia italiana y elección tropical, con el escote más urgente del teatro. Ellas intentarán seguir, con diferentes grados de éxito, el baile que improvisa Luciana Oliveira, una juvenil Tina Turner con técnica de gospel. Los coros van así de los matices altos de “The great gig in the sky” (sí, el de Pink Floyd en Dark side of the moon) a las sutilezas de las backing vocals del rocksteady jamaiquino. Y van de cabo a rabo porque la banda no cesa de meter influencias.
“Meu reggae é roots” es un momento mágico, con dos terceras partes del show ya pasadas. Parece que un ojo mirase desde el fondo del escenario donde hace un rato se presentaron los locales Kara N’Daya. Junio y Adenilton Conceiçao queman la poca grasa de sus bíceps dándole durísimo a la batería y las percusiones en “Toca-fogo” y “Forasteiro”. Pero los aplausos van para Mónica Agena, guitar heroin que si parece caer en el yeite básico levanta con un riff alla “Smoke on the water”.
Con “Deixa a menino jogar”, “Em paz” y “Verbalize”, los brasileños cumplen la carga concientizadora del reggae. Con “Nao chore meu amor”, “Eu e ela” y “O carcará e a rosa”, dejan saldada la parte melosa. Están encriptando tanta música negra en pequeñas y hermosas canciones que la libreta no da abasto. Los únicos desvaríos que la lapicera retráctil que regaló una promotora registra son un acople de bajo y dos compases donde al batero Juninho no llega para cerrar con plato a contrabombo.
Alexandre Carlo arenga las descargas de música por Internet. El disco, de hecho, se puede bajar gratis de su sitio. Eso explica que tantos pudieran cantar sus canciones sin pasar vergüenza. Ayudó que se tratara de reggae, uno de los géneros menos propensos para la vergüenza y más adeptos a la humildad. Con esa combinación de satisfacción, descaro y perfil bajo, los once músicos se abrazan en el escenario, agradecen y saludan hasta la próxima, como luego de la tripleta de conciertos que dieron en Niceto en septiembre de 2006. Gracias, gracias, gracias. Los aplauden de pie: el agradecimiento a un show contundente. La mancha brota desde el Gran Rex y se derrama hacia Suipacha y Esmeralda. Todavía es una amalgama socioeconómica. Pero ahora, re-ggae mediante, todos quieren empanadas. Hasta las promotoras aerodinámicas.
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