MUSICA › EL ENCUENTRO ENTRE ANDREA PRODAN Y DICK EL DEMASIADO
El hermano de Luca se instaló aquí hace tiempo y, desde Viva Voce, se las arregló para buscar caminos alternativos que recorre con su banda Romapagana. El argentino/holandés está presentando ahora Mi Tu: juntos ponen el cuerpo a noches calientes.
› Por Facundo García
Dick el Demasiado y Andrea Prodan despeinan canas. Pero a quién demonios le importa eso, si cuando salen al escenario son un estallido de actitud. La crítica se las arreglará para elogiar o ignorar a estos dos gringos; lo que no podrá hacer nunca es decir que lo que proponen no es potente. Son rockers, en el sentido más entrañable que se le pueda dar al término. Nadie los va a convencer de que es temprano ni tarde para nada o de que algo es “ridículo”. Están metidos hasta el tuétano en ese sábado porque el sentido los desborda, y porque si no liberan lo que tienen adentro volarán en mil pedazos. Poco antes de que vuelquen su música en la sala, Página/12 ingresa a su camarín y presencia la previa. El encuentro –a qué negarlo– es dinamita pura.
Es como entrar a la Baticueva. Luz pop, sectores oscuros y graffitis en las paredes. A la manera en que lo haría un superhéroe, Dick el Demasiado está desdoblando su característica indumentaria negra con huesos de esqueleto estampados. Es difícil no prestarle atención y no solamente por las pilchas. Sucede que a los doce años el hombre se fue de Argentina hacia un largo interludio que lo condujo por el arte conceptual, el video y la plástica. Ya maduro, empezó a volver periódicamente desde Holanda –donde reside– para darles manija a sus “cumbias lunáticas” junto a su banda, Los Exagerados. Eso fue hace más de una década, y entre idas y venidas el rubio ha ido tallando un castellano desaforado, con el que cada tanto saca unos sopapos poéticos que dejan pensando al interlocutor ocasional. De las canciones españolas subraya que le encantan “esas mujeres que cantan como cabras aplastadas por un tractor”; y de su último disco, Mi Tu, afirma que “el que lo tenga enfrente debe esperar un bate de béisbol poético”. Un personaje.
En tanto, Andrea se pinta bigotes a lo Mandrake con un fibrón, chequeando la exactitud de las líneas frente al espejo. Otro espécimen, el tano Prodan: su hermano Luca –sí, marciano lector, ese pelado cantante de Sumo con el que medio Buenos Aires dice haber tomado ginebra– le llevaba diez años y murió hace veintidós, pero le marcó pistas sobre un rincón al sur del mundo donde podría trazar su propio camino. En consecuencia, el ex niño cantor de coros religiosos devenido actor de cine soltó sus rollos, se compró una casita en Traslasierra y hoy apuesta por Romapagana, una cofradía de energúmenos con overol que curten el “Punk Floyd Style”. Vaya dupla.
–El dúo dinámico. ¿Cómo se conocieron?
Andrea Prodan: –Me inicié como admirador, en una de esas librerías donde te dejan escuchar los CD’s. Vi una tapa interesante y cuando me puse a revisar lo que traía el disco me encantó. El chabón que atendía me quería encajar otros, pero yo le discutí para que me diera el de Dick, que para mí prometía. Entonces, apenas pude fui a un concierto y pegamos onda. Jamás forzamos el asunto para terminar acá, simplemente se originó la amistad.
Dick El Demasiado: –Yo estaba intrigado: había oído hablar de Viva Voce, el disco que Andrea hizo sólo con la voz. Me asombró su capacidad y su elegancia para ver informaciones que puedan aportar a la situación que él quiere producir. Además, tenemos una edad similar, cierta fe en el arte, y un eje muy importante en el valor que damos a nuestras familias, sin contar que los dos hemos viajado mucho y nos conectamos de modo especial con este país.
–¿Podrían describir en qué consiste ese “modo especial”?
D. E. D.: –Para mí andar por acá es como entrar en un cuento de hadas, en el sentido de que estoy perdido y a la vez a gusto. Acá se vive en un flipper, vuelvo y están todos repartidos en actividades que no tienen un carajo que ver con la que hacían la última vez que los vi. En eso Andrea me ayuda, porque él se quedó acá y tiene claro lo cotidiano. Igual, tanta inestabilidad me obliga a estar atento y a mantenerme muy alejado de camarillas anquilosadas como la que componen esos músicos medio famosos que yo llamo “El Club Rotary del Rock”.
A. P.: –Ambos compartimos una mirada ambigua sobre la Argentina. Por un lado, palpamos su fertilidad extraordinaria; y por otro sentimos que las bandas importantes de acá han entrado en un círculo de estancamiento espantoso. No hay fantasía. Pero bueno, aquí estamos nosotros, tratando de correr algunas barreras. Ojalá apareciera una generación que las volteara todas.
–Debe ser complicado buscar referencias cuando uno ya pasó los cuarenta y sigue apostando a un sonido irreverente. Por ahora, Charly García no resulta precisamente un modelo a seguir...
D. E. D.: –Yo creo que lo que nos salvó a nosotros es que vivimos con muchos capítulos. Tengo la impresión de que Charly, en cambio, ha hecho un gran capítulo largo que no sabe bien cómo terminar y por eso la está pasando mal.
A. P.: –Es lo que se da cuando se toma esto como una carrera de autos. Lo de García vendría a ser el deseo de uno que quiso ser una estrella para la historia, una figura siempre arriba pase lo que pase. La vida es tramposa, y hay que estar preparado para las curvas cerradas. A veces te tenés que escapar de la carrera que te trazaron y preguntarte cuál es, en el fondo, la dirección tuya.
Romapagana, el proyecto de Andrea, es una sorpresa permanente. Los tipos tocan por la camiseta y se nota. “Aquí es el espacio indicado para hacer esto”, interpreta él. “Es el reino del Fénix, de las resurrecciones. Una sociedad hecha de terremotos colectivos y personales, donde los habitantes se están reinventando continuamente. Es todo tan anárquico y humano que podés idear tu propio juego y darle aire para que crezca sin que te jodan.” El nene que arrancó cantando en catedrales con ropa de monaguillo se divierte confesando que le costó toda una vida lograr su voz actual: “Lo mío es una existencia vivida al revés. Es tal como lo tiró Bob Dylan en ‘My Back Pages’, cuando escribió que le había llevado mucho tiempo llegar a ser tan joven”, se sincera el italiano.
Inmediatamente, Dick toma la posta y se desata el bailongo. Barbudos, conchetas, lesbianas, hippies, merqueros y empleados de banco mueven la cadera creando una versión Blade Runner y trasnochada de Sábado Tropical. “Soy un negrito llamado negrito/ negrito también es mi humorcito/ a mí me parece más que justo/ que se tomen un buen susto”, insiste mántricamente El Demasiado. Pone a subir y bajar su torso, acompañando el canto con sacudones de probable efecto místico, o al menos mareador. Tampoco él deja de lado su infancia: “Me fui de aquí a los doce y una jugada del destino me metió en una escalera que hace sube y baja entre mi niñez y mi presente. No imaginé que iba a hacer esto, y hoy es lo que más me gusta en la vida. Fíjese qué bizarrez”.
Los amigos cierran la velada entre fans y fotógrafos. La gente alrededor sigue conversando a los gritos. Es lógico, a veces los artistas estimulan el cerebro. A las cinco y media de la mañana –hora de balances y confesiones–, una reflexión que surge de mirarlos es que vale la pena atreverse a desalojar la hipocresía para dejarle lugar a la intuición. Quién sabe, a lo mejor uno termina echando al aire cumbias lunáticas, riendo como un dios griego y compartiendo cerveza a raudales, como hace sin pudores este tándem de lúcidos delirantes.
* Dick el Demasiado se presentará mañana a las 20 en el Club Atlético Central Córdoba de Rosario (“Borrachas bienvenidas”, apunta él). Luego hará una pequeña gira por Chile y finalmente, el 7 de mayo, recalará en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), también a las 20. La policía secreta de la cumbia ha informado que en ese show participará nuevamente la banda de Prodan, Romapagana.
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