Sáb 02.05.2009
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MUSICA › CECILIA ROSSETTO ACTúA ESTA NOCHE EN EL COMPLEJO CULTURAL 25 DE MAYO

“Tengo la necesidad de probarlo todo”

La notable cantante y actriz señala que todas las dudas que podía tener se diluyeron en estos reencuentros con el público argentino: la semana pasada, el lugar desbordó de gente que provocó las ganas de salir a escenarios del interior.

› Por Cristian Vitale

De tanto estar en Barcelona –siete años– Cecilia Rossetto tenía un pequeño temor. “Hay chicos de 20 años a los que les puede gustar mucho lo que hago, pero no tienen la mínima idea, ni me conocieron. Me asustó: ¿la gente se acordará de mí?, me preguntaba.” Los hechos desactivaron esa duda: la Rossetto le hizo honor a la frase con que Manolo Vázquez Montalbán, su amigo escritor, la arrojó al mundo: “Una espléndida artista que pertenece a la cultura de la resistencia”. Fue el sábado pasado: el Complejo Cultural 25 de Mayo desbordó, e incluso quedó gente afuera. La actriz que canta –o la cantante que actúa– desparramó pasión, erosionó corazones y se sacó las dudas de un tirón. “Quedé totalmente atérmica, helada” –(se) confiesa–. “Me importaba mucho la manera en que podía reencontrarme con la gente de mi ciudad. Quería probar si el público de aquí, mi público, aceptaba lo que estaba haciendo en los últimos años... estaba curiosa y ésta era una oportunidad de probarlo. Incluso les dije: ‘Disculpen, ¿no les molesta que los tome un poco como conejillos de Indias?...’ ‘Noooo’, me gritaron. Fue fantástico.”

Rossetto se llevó puesta a la audiencia con un concierto similar al que venía presentando en los últimos años en las Europas. Sin desdeñar el tango –viejo amor de juventud–, atravesó boleros y resonancias centroamericanas con su herramienta más eficaz: una voz que, pese a sus casi sesenta años de existencia, no ha perdido un miligramo de poder. “Ahora quiero darles más”, desafía. Y pone en acto un deseo: además de la revancha –-hoy, gratis, a las 21 y en la misma sala de Triunvirato 4444–, está buscando teatros y piensa ir por más: Mar del Plata, La Plata, Jujuy, Córdoba, Bahía Blanca... “Tengo ganas de activar. Tuve una época en que pensé que la vida duraba 200 años, y entonces me tomaba todo con soda. Tenía propuestas de todo tipo y siempre las tiraba para adelante: hoy sé que no voy a vivir 200 años, pero todavía no tengo la premura. No pienso que se me va la vida si estoy un año armando un espectáculo, todo bien. Igual, es cierto, ‘es hora de que aprietes el acelerador, Cecilia’”, se autoalienta.

Secundada por un quinteto renovado (Walter Castro en bandoneón, Cristian Ceccardi en percusión, Juan Miguens en contrabajo, Pedro Onetto en piano y Edgardo Millán en dirección), la cantante reactualiza a través de su propio lenguaje –erótico, estético, humorístico– un péndulo de compositores que van de Paco Ibáñez a Carlos Vives, de Eladia Blázquez a Nicolás Guillén, de Roberto Carlos a Virgilio Expósito... los lleva a sus propias aguas. A una cancha donde sangre, cabeza y pasión juegan de local, acá y en la China. “Para mí, el canto es una gloria. Me puedo pasar seis horas cantando que no me doy cuenta, y si me traés cuatro sandwichitos de miga, sigo hasta doce..., no hay nada que me guste más. Me surge sin conflictos. Como actriz por ahí me pregunto ‘qué vas a hacer, cómo será el director’, con la música no.”

–¿Esto implica un paréntesis a la Rossetto actriz?

–No, para nada. Acabo de filmar una película de Gabriela David, La mosca en la ceniza, que se estrena este año. Es muy fuerte y yo hago un papel dramático... hago de malísima (risas). Es una historia de amor entre dos chicas, que fueron secuestradas para ser prostituidas, y tuve que engordar muchos kilos para hacerla: me comía seis panqueques de dulce de leche por día ¡con cerveza!... y así quedé: tenía la cara hinchada y tuve que ir a Láser Med para recuperar la figura.

Rossetto se mueve como pez en el agua en su departamento de Caballito. Maneja orden entre el caos: papeles de trabajo sobre la mesa, una enorme cantidad de casetes, vinilos, compactos, películas en DVD y libros, forman parte de su micromundo. Lo adora. “Si me decís que me tengo que quedar tres meses acá dentro sin salir, me quedo: tengo todo y mi casa está abierta para todo el mundo. Soy muy casera”, dice y tose. Está tratando de dejar de fumar y, por eso eligió comprar un atado Benson & Hedges, viejo cigarro cajetilla, devaluado, claro. “Qué mal me hace fumar, che”, acota y sigue, mientras mira un armario atiborrado de fotos y fetiches. “Yo no me desprendo de nada... en ese sentido soy súper conservadora. Pienso que uno no se puede desprender del registro de su vida. Un amigo me decía ‘vos también cargás una mochila, nena’, y sí, yo viajaba y me llevaba las fotos de mis seres queridos. Es cierto que tuve traspiés graves en la vida, pero fui una afortunada: me casé con personas de las que estaba locamente enamorada –y ellos de mí– y tengo una hija maravillosa.”

–¿Por qué volvió al país?

–Porque mi papá –el gran ajedrecista Héctor Rossetto– estaba enfermo, y no había otro lugar en el mundo donde debía estar. Lo laboral estaba en un segundo plano, y por eso estoy serena, con la tranquilidad de haber hecho lo que debía. Dolía la distancia. Extrañaba Buenos Aires como loca..., me dolía un horror. Por eso sé que me quedo a vivir acá. Es cierto que me fui porque todo me estaba resultando difícil: no me ofrecían trabajo y en otros países fueron muy generosos conmigo. Estuve un año trabajando en Montevideo, también en Brasil, Colombia y Cuba, en Europa... no sé, pienso que si hay un amor que por alguna razón no se te da, hay que engancharse con el tipo que te tira onda. ¿Para qué vas a insistir con el que no te quiere?... Mirá los amores de otra manera, ¿no?

Fue durante el desbarranque de De la Rúa que Rossetto emigró. Montalbán le mandó un pasaje y, una vez allí, una empresaria barcelonesa le construyó un estudio arriba del restaurante más famoso de la región. “¿Para qué insistir? No era momento de romance con Argentina”, insiste. Con el nido allí, la cantante recorrió Europa. Primero con Rojotango, aquel disco que había grabado junto al bandoneonista Daniel Binelli. Luego con La Opera de dos centavos y, finalmente, con un espectáculo similar al que está presentando ahora en Buenos Aires. “Yo soy memoriosa para todo. Jamás me olvido de quien me ayudó o me hizo un mimo. Pero tampoco de los que me hicieron sufrir.”

–Un par de kilos más en la mochila...

–No importa. Lo que importa, hoy, es que luego de tanta ausencia tengo la enorme necesidad de probarlo todo. Todo lo que el cuerpo aguante, lo quiero hacer.

–A las fuentes: De la tríada de grandes mujeres del tango (Azucena Maizani, Nelly Omar y Eladia Blázquez), ¿cuál la representa más en términos de influencia?

–Yo me sentí siempre muy cerca de Mercedes Simón y de Nelly Omar, por supuesto. “Corazón de oro”, que está en el disco, sólo se la escuché a ella. Y Eladia fue una amiga... ha sido de lo más grande como cantautora. Si bien las mujeres del tango aparecieron tarde en mi vida –la virilidad del género me las retrasó–, llegaron. Ellas, y Rosita Quiroga, y Tita Merello. A Tita la conocí mucho. Se ha quedado a dormir en casa, incluso. Fue una de las glorias más grandes de este país: en la billetera llevo siempre una hojita de laurel que me había regalado ella para la suerte. “Yo he nacido independiente / y ando contra la corriente...” como si la hubiese cantado para mí, ¿o no?

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