Sáb 09.05.2009
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MUSICA › MARIANA CINCUNEGUI Y ALASMANDALAS, SU NUEVO DISCO-LIBRO

“Sin dudas, la música es una herramienta para la vida”

El término “ahijar” que la música y pedagoga utiliza con ternura demuestra que su labor con los chicos va mucho más allá de la mera enseñanza formal. En su disco, los mandalas ofrecen una ventana a una forma de creación artística que transforma a ella y a los pibes.

› Por Karina Micheletto

Mariana Cincunegui tiene un taller de música que es un semillero, donde hay guitarras y guitarritas, percusiones de todo tipo, juguetes chiquititos en las paredes, IMacs con Protools, libros de arte, témperas, óleos, fibras, colores, brillitos. Tiene una hija de cuatro años y medio que le deja cartelitos por toda la casa, con letras que significan te amo y que la hacen llorar con risa. Tiene un nuevo disco-libro, alasmandalas, con el que propone música con chicos: disfrutable por los grandes y por los chicos, hecha con el talento de ambos. Tiene en la boca la palabra ahijar, que vuelve una y otra vez, y en eso está, de varias maneras: dar, recibir, abrazar, soltar, cada una en su momento, las difíciles, bellas artes del amadrar. Alas y mandalas que van y vienen y que la hacen decir que es feliz, con total convicción.

Por estos días Cincunegui, los chicos de su taller, sus familias y sus amigos estuvieron atareados, al borde de una emoción especial. Hay gente armando bolsitas con papel picado, preparando hojas inmensas de las que saldrán mandalas, juntando materiales para llenarlos de colores, hay perfumes de galletitas horneadas. Todo está listo para la presentación de alasmandalas en la librería La Nube. No será una presentación tradicional: será un encuentro con todos los músicos y chicos que participaron en el disco, una invitación a soltar mandalas llenos de colores, una de las claves del proceso creativo y de producción del disco. Se entregará el disco a quienes participaron en la obra con una consigna: “No grabamos para ser famosos, no vamos a salir en la tele: hubo un ida y vuelta y todos crecimos en el camino”.

“alasmandalas es música que circula sobre un eje, palabra, ritmo, sonido hecho loop, rezo, mantra, dibujo centrado, mandala para pintar, rodar y girar, aparecer y calmar. ¡alasmandalas es un juego!”, anuncia Cincunegui sobre su nuevo trabajo. “Expresión hecha de música y dibujos, de muchos para muchos, fuerza centrífuga que reside en la unidad del corazón de la diversidad. Amor que reparte y crece. Refugio ante tanto caos, ventana para que hagas tu propia experiencia.” La música y pedagoga propone no sólo un disco, también un librito que dispara mandalas para que los chicos jueguen: “Dibuja en círculo y ¡canta! Que tu mandala llegará. Rodar, cantar, girar, pintar, color y música se fundirán”, ofrece el precioso objeto que es disco, mandala, libro para dibujar, disparador de arte.

Para el budismo y el hinduismo, los mandalas son representaciones esquemáticas y simbólicas del macrocosmos y el microcosmos, un espacio centrífugo que contiene lo sagrado. Cincunegui aclara que su utilización como herramienta está absolutamente occidentalizada, por fuera de cualquier explicación mítica que ella no ha investigado. Pero algo del orden de lo estudiado por Carl Jung debe haber en estas formas magnéticas, aquello de los mandalas como expresiones probables de lo inconsciente colectivo, desde un centro que representa al sí mismo, y que el sujeto intenta perfeccionar en el proceso de individuación.

Los mandalas que sirvieron como disparadores de este trabajo aparecieron como una herramienta de taller, para ayudar a que chicos recargados de estímulos pudieran meterse un poquito para adentro, re-centrarse, y así encontrar en ellos mismos lo que tienen para decir con la música. Pero en realidad surgieron mucho antes, cuando Mariana se encontró de pronto mamá, acunando a su bebé con movimientos y cantos en círculos que extrañamente ya habitaban en ella, como si hubiesen sido recuperados “del centro de los tiempos”. “Cuando acunamos a nuestros hijos, o cuando se cantan ellos mismos, sin darnos cuenta, estamos cantando en círculos”, cuenta ella. “Ese aa-aa-aa, noni, noni, noni ayuda a bajar, te hace entrar en otro estado, y se repite siempre, si variás es una distracción. Es un mantra, algo circular, que acompaña en la repetición.”

“Así se me ocurrió que podía servir como una herramienta para las clases”, sigue contando. “Yo hacía relajación, algo de yoga antes de empezar, pero dije: ‘Vamos a cantar algo que circule, como le cantaba a Sol para dormirla. Los nenes se empezaron a copar. Y siempre las canciones tribales son de encuentro y unión, tirás una canción circular y todo el conjunto se aúna, bailás una danza de las manos y generás una energía que conecta. Después fui a la casa de una nena que iba a una escuela Waldorf, y tenía mandalas en el cuaderno. Me puse a investigar: que tienen una energía que va de adentro hacia afuera, un continente pero también algo que empuja por salir, un poder desde donde partir y llegar. ¡Esto está buenísimo!, dije. Todas las ideas las pruebo en el taller, así que empecé a tirar mandalas al final de la clase, como una herramienta de re-centramiento. Para rellenar, para hacer collage, grupales, chiquitas, grandes... Las fui tejiendo de una manera occidental, porque el tema tiene una parte mística que yo no entiendo. Pero comprobé que genera algo muy alucinante, muy primitivo y poderoso”.

–¿Por qué esa necesidad de re-centrar a los nenes?

–Los nenes venían a las clases muy acelerados. Mucho estímulo genera un salirte de vos. Yo te enseño, te enseño, vos recibís, pero de golpe estás recibiendo tanto que no sabés dónde quedaste. Y en las escuelas no hay un momento para parar y decir: bueno, ahora vamos para adentro. Matemática, geografía, recreo, patio, lengua, naturales, recreo, patio, más danza, astronomía, todo lo que tengan las escuelas copadas. Todo es de afuera hacia adentro, ¿en qué momento vuelvo a mí con todo eso? Porque la creatividad está adentro, ahí está la pulsión de crear. Y el taller de música es un espacio de creación artística y expresión a través de un lenguaje.

–Esa aceleración es como un signo de los tiempos, ¿no?

–Los chicos están como estamos todos, muy pasados de estímulos. Las tardes no son las mismas que antes, cuando volvías de la escuela y podías tocar un piano y preparar Beethoven para la semana próxima. No existe la siesta. El sonido del mundo es otro: celular, tele, equipo de música, radio, mail, Facebook, Google no sé cuánto, Playstation... Mucho. Cuando era chica y me aburría, bajaba a la vereda y montaba mi kiosco de revistas. ¡Y veía pasar a la gente! ¿Qué nene hoy ve pasar a la gente? Mi hija no.

Vida en música

A Mariana se le ilumina la cara cuando habla de su hija, de los chicos del taller, de alasmandalas, de los músicos enormes que participaron en el disco (ver aparte) porque creen que hacer música con chicos es algo importante. Y también cuando habla de hacer música o, más precisamente, de cómo suena su vida. “Para mí el día suena, no pasa”, cuenta. Lo que a algunas personas les sucede con los olores, que tienen el poder de transportar inmediatamente al recuerdo, borrando espacio y tiempo en un instante, a Mariana le ocurre con los sonidos, con canciones que, dice, tiene clasificadas. “Mi otoño está sonando de una manera, el del año pasado de otra. Me sé las canciones de los 4, 5, 6 años. Tengo un tema para estar triste, otro para estar enamorada. Tengo mi lista de canciones, que para mí son un objeto lindo, coleccionable.”

En este hermoso caserón en lo que ahora es Palermo Hollywood, pero que cuando ella llegó era una sucesión de talleres mecánicos, Cincunegui montó once años atrás su taller experimental de música para chicos. Da clases desde 1990. En realidad, desde un poco antes: “A los 15 mi hermana y sus amiguitas venían al sótano de la escuela de mi mamá y yo daba clases”, se ríe. “Ya entonces me lo tomaba en serio. Trabajé en colonias, bibliotecas, villas, en el Sindicato de Músicos. Desde siempre quise trabajar de esto, hacer música con chicos.” Su madre fue la directora del Jardín de la Esquina, donde se gestó la experiencia pionera de Piojos y piojitos, de la que Mariana participó en su segundo volumen (ver aparte).

¿Y por qué esta vocación temprana, o por qué no rebelarse contra la herencia, en todo caso? “Las pasiones contagian”, explica ella con naturalidad. “El oficio, cuando se ejerce con amor, se pasa. Mi mamá es una gran pedagoga, con enorme pasión por la educación. Cuando era chiquita ella iba a trabajar en una villa y yo, con un año, la acompañaba. Mi vieja me llevó de la mano en cada experiencia, nuestra vida estuvo marcada por el jardín y el espacio para otros nenes. La educación es una forma fantástica de apostar a un mundo distinto, no la única, pero es la que a mí me sale.”

–Pero usted no es sólo educadora, también una artista que graba discos. ¿Cómo se presenta?

–A mí no me conocen en el sentido de la artista mediática, no soy un personaje ni quiero serlo. No quiero ser la figura para los niños, me dediqué a pensar qué llave es la música, entregar proyectos que sirvan para seguir haciendo. Si me conocen es por el prestigio que gané con todos estos años de trabajo, y de eso sí estoy orgullosa. Eso también trato de enseñarles a los nenes: que la música dice, que tiene ese poder inmenso, y que esto no es un reality de la tele, para ver quién canta bien o para buscar ser famoso, como dicen muchos de los chicos que llegan al taller.

–¿Es difícil ir en contra de ese discurso instalado de la fama?

–No, lo que no hay que hacer es dejarlo que intoxique todo. Trato de mostrarles que no se aprende música para ser famoso, que en todo caso es una herramienta para la vida, como aprender a cuidar las plantas o a construir una casita. El tema de la música para la fama está muy marcado por los discursos de la tele, y es un dato de la realidad. Pero yo no busco “revertirlo”, no me pongo en la vereda de enfrente, creo que esa dualidad no suma al mundo. Estoy tratando de tirar: no se olviden que ésta es una opción, pero también hacer música para muchos es expresarnos, conocernos, juntarnos, no queremos ganarle a nadie ni que nos evalúen, queremos poder ser, y la música nos ayuda a eso.

Alas a los mandalas

Con este mismo concepto, Cincunegui guió el proceso de creación de su flamante disco-libro. “Propusimos cuatro sábados para venir a practicar canciones, venía el que quería, era libre. Practicar no quiere decir elegir chicos que afinan o no, que cantan bien o mal. Es encontrarnos y que las palabras caigan juntas, se muerdan juntas, junten fuerzas en un coro”, define. “Las voces de los nenes no se tocaron, están como son. Y no entrené niños del Coro de Viena, esto es rock, es música popular.” Así, en el disco de Cincunegui está su voz –y la de Daniel Maza, por ejemplo–, pero sobre todo están las voces de los chicos, que asumen coros increíbles como el de “Across the universe”, de Lennon y McCartney. “Algunos me dicen que canté poco en este disco”, cuenta Cincunegui. “Pero a mí me gusta la música en conjunto, los colores diferentes de las voces, cómo suenan a cada edad, busqué eso. Hay alguien que conduce, está claro, pero me interesa más sumar voces que presentar la mía.”

El disco es muy reciente y aún no circuló demasiado, pero Cincunegui ya tiene un premio con el que se da por pagada: “Hay nenes que, aunque no hayan formado parte de la grabación, dicen: ‘yo soy alasmandalas’. ¡Eso es lo más! Ya se lo apropiaron, es lo que propone la parte final del libro: ahora hacé tu mandala, seguí vos”.

–¿Y cómo fueron esos sábados de práctica?

–Daniel Johansen (arreglador y productor) hacía los arreglos antes, los nenes ensayaban con bocetos de las pistas que iban armando, y preparaban los próximos. No aceptaban todo lo que venía, más de una vez tuve que llamar a Daniel para decirle: che, los chicos dicen que estaría mejor cambiar esto. Así íbamos trabajando las voces y pintando; también había una entrada en calor, un espacio de recreo y de merienda. Era un club de sábados con cincuenta nenes donde nunca hubo que retar a ninguno. Todos generando buena onda, vibrando una alegría en conjunto, haciendo un proyecto de participación, eso fue alucinante. Primero venían a grabar su disco, y después entendieron que venían a participar, y que eso es sumar, y que eso es poderoso. Y que todos somos distintos, pero cuando todos ponemos algo, el resultado es mucho mejor que el individual. No es ninguna pavada, ¿no?

–Trabaja con chicos desde hace años, pero ahora es madre. ¿Cambió su percepción del trabajo?

–Entiendo las cosas desde otro lugar. Antes estaba sólo en el lugar de los chicos, trabajaba con ellos y tenía una mirada dirigida a cuidarlos. Esta vez siento que los nenes van a estar bien si los grandes estamos bien. Está perfecto el “los niños primero”, es así. Pero son niños, tienen que estar amparados y cuidados por alguien. Por eso este disco tiene esa magia de que es para todos. ¿Música para niños, música para grandes? Ni una cosa ni la otra. Se podría llamar música con niños.

–Sin una batea clasificatoria, debe ser más difícil salir a ofrecer el disco...

–¡Uff! Hace tres meses que estoy buscando sala con buen sonido y no la consigo. No anda bien el micrófono, pero te podés arreglar, “si es para chicos...”, te dicen. Y me niego a aceptar que mi hija tenga que consumir música de menor calidad de la que consumo yo. Existen el Quilmes Rock, el Pepsi Rock, el Marlboro Rock, pero yo no tengo el Mimo Rock ni el Grisino Rock. El laburo no abunda. ¿Y dónde pasan el disco? Lo pasan Gillespie, o la Negra Vernaci, o Pergolini, porque son papás y se copan, y llama todo el mundo cuando suena en la radio. Los demás te dicen: no, es para chicos, no es el target. ¿No entendemos que vivimos todos juntos? La tela jean es para todos, el polar es para todos, esta música es para todos, ¿es tan difícil de entender? Esa es, hoy por hoy, mi batalla más grande. El resto es puro disfrute.

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