MUSICA › NURIA MARTíNEZ Y “LA FIESTA DE LOS VIENTOS”
La quenista produce artísticamente un encuentro de vientistas que no reconoce distinción de géneros, estilos ni ritmos. Mañana, en el debut del ciclo, tocarán Sergio Dawi, el Mono Izarrualde con el grupo Cuarto Elemento y la banda de Sikuris Sartañani.
› Por Cristian Vitale
Nuria Martínez por dos. Lo urgente es que mañana debuta como productora artística de un hecho inusual: la fiesta de los vientos. Se trata de un encuentro de vientistas –sin distinción de géneros, estilos ni ritmos– que se realizará todos los terceros miércoles de cada mes en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), siempre a las 7 de la tarde. “Si los charanguistas, los guitarristas y los percusionistas tienen sus propios encuentros, ¿por qué nosotros no? A veces no es bueno ir cada uno por su lado”, arranca, con el humo del café que se le cuela por la nariz. Su ubicación en el bar le permite ver cómo se pone el sol detrás de la avenida Entre Ríos. Hace frío, mira el sol con intención de entibiarse y en la silla de al lado, que está vacía, un gato intenta meterse adentro de su morral. Ella intuye que es por olfato –tiene dos gatos en su casa–, se entretiene un minuto con la situación, y vuelve: “Mi propuesta es que el encuentro sea lo más amplio posible, no sólo poner lo autóctono. Lo único que por ahora no vamos a incluir es la música clásica porque, simplemente, no me da la cabeza..., no sabría a quién llamar –se ríe–, pero dentro de la música popular trataré de abarcar lo más que se pueda”.
Queda claro por los nombres. Mañana –debut del ciclo– habrá vientos por tres y muy distintos entre sí: Sergio Dawi, el Mono Izarrualde con el grupo Cuarto Elemento, y la banda de Sikuris Sartañani. O sea, de las arriesgadas y multigenéricas improvisaciones –bluseras, jazzeras, electrónicas, étnicas– del ex saxofonista de Los Redondos a la noble espontaneidad del Mono y la épica Sartañani, 30 sikuris al servicio de la música andina del sur del Perú. Redondea Nuria: “Me gustó esto de combinar todo lo que trae Dawi y su pasado con Redondos o 2 Saxos 2, el Mono, un inclasificable, y los sikuris, una mezcla de porteños y gente de descendencia aymara, que se reúnen todos los sábados a la tarde en la plaza Tupac Amaru”. Entre set y set habrá, además, proyecciones de videos de Dizzy Gillespie y Bradford Marsalis, más un stand de luthiers constructores de flautas traversas, flautas barrocas y flautas de caña de bambú. “El objetivo es generar una fiesta no sólo con instrumentos autóctonos, sino con saxos, trompetas y trombones..., se trata de encontrarse y compartir.”
Lo menos urgente –lo cual no quiere decir nada, claro– radica en la flamante edición del quinto disco de la quenista: Mensajes en el viento, un recorrido instrumental –sustancial– por las músicas tradicionales de los andes sudamericanos más ciertas pizcas de folklore del NOA argentino. Nuria y su trío (Federico Beillinson + Luciano Larocca) recrean con total buen gusto temas de Luzmila Carpio, Ricardo Vilca (“Allinta Cawasakusum” y “Guanuqueando”, por caso) y temas propios que llevan el gen autóctono en la médula: “Saya del viento”, de la misma Nuria, o “Esos ojos”, una chacarera con la firma de Beillinson, sobrino del gran Skay. “Tengo una adicción tremenda con el norte..., a veces digo ‘no voy más’, y termino volviendo. Siempre es así”, se ríe.
–¿Dónde nació?
–En Núñez.
–Cualquiera que escuche sus discos, sin embargo, no ve la cancha de River, gente con miedo a la gripe A o coches nuevos; ve puna, quebradas y copleras...
–(Risas.) Bueno, me tocó ser adolescente en la dictadura y todo lo que era música latinoamericana de protesta onda Quilapayún o Inti Illimani le agregaba a la música andina algo más que una estética musical. Era una actitud ante lo que estaba pasando y yo quedé atrapada ahí: empecé con la flauta dulce, después la traversa y así hasta que llegué a las quenas y los sikus. También hice la formación académica..., tardé mil años pero la hice.
–¿Atrapada en qué? El que se engancha con esta música es porque está un poco volado...
–También eso.
–¿Y cuando va a tocar a Jujuy juega de visitante?
–Bueno, pasa de todo. Con Mariana Baraj fuimos dos años seguidos como dúo y a ellos les resultaba sumamente loco ver dos mujeres tocando, porque allá las mujeres están relegadas a las coplas, a la voz. Les parecía raro verme a mí tocando vientos y a Mariana percusión. Una vez, en Tilcara, habíamos preparado un repertorio con temas de Ricardo Vilca, que había muerto hacía poco, y hubo gente a la que le pareció que éramos re atrevidas. Bueno, eso ya está en cada uno..., si te dejás llevar por lo que digan se te complica la vida.
El debut solista de Nuria fue en 1992. Tenía 31 años, venía de tocar cinco años en Viracocha –grupo andino de Rolando Goldman–, y alguien le encargó que les pusiera música a unas imágenes de gente practicando artes marciales. Resultó un disco que aún se sigue usando para relajar: Los sonidos del Tai Chi. Años después –luego de participar en la grabación y las giras de Mensajes del alma, de León Gieco–, grabó Al infinito (1996), Caminando alto (2003) y, entre medio de ambos, un trabajo absolutamente experimental junto a Fernando Kabusacky en guitarras y el malogrado charanguista Valdo Delgado: Mar azul. “Era todo electrónico y yo tocaba los vientos encima. Muy loco ¿no?, pero es donde me siento más cómoda. Los experimentos me salen, lo que no me sale es lo tradicional..., lo criollito. El año pasado me llamó Tomás Lipán para tocar un tiempo con él, pero me pude adaptar hasta ahí..., soy completamente urbana. Ahora, con Luciano y Fede estamos trabajando temas de Violeta Parra en una loop station. Lo de Violeta es bien mántrico..., sencillo y profundo.”
–Sencillez y profundidad es lo que busca. Conceptualmente se nota en Mensajes en el viento.
–Sí. Digamos que hubo un cambio profundo en mí cuando entendí las danzas andinas...; a raíz de estar en un ballet conocí un montón de músicas, porque en ciertos ritmos las diferencias sólo las captás a través de la danza. Creo que pegué la vuelta..., lo andino me pasó por el cuerpo y ya no hay vuelta atrás cuando se siente eso.
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