MUSICA › EDITH PIAF. EN VIVO 1952-1959, UNA ANTOLOGIA ESENCIAL
Las grabaciones incluidas en esta edición fueron realizadas en el Olympia parisiense, el Carnegie Hall, la ciudad de Quebec y diversos programas de televisión. La Piaf con su voz intacta.
› Por Diego Fischerman
Mientras actuaba en Estados Unidos, en 1959, tuvo su primer colapso. Cuando se presentó en el Olympia de París, en 1961, donde estrenó la famosísima “Je ne regrette rien”, el periodismo decía que su carrera había terminado. Se sabía que estaba por morir. La única manera en que podía actuar era inyectada con morfina. Y muchos de los que fueron a verla al teatro lo hicieron pensando que cumpliría su profecía de morir en escena. Tenía menos de cincuenta años y parecía una anciana. En Francia siempre la llamaron la môme (la nena). Pero el nombre artístico de Edith Giovanna Gassion fue Piaf (pequeño gorrión), tal como la bautizó Louis Leplée, el dueño de un club que la descubrió cantando en la calle.
Allí, en la calle, había nacido, bajo un farol frente al número 72 de la rue de Belleville. Hija de un contorsionista borracho y de una cantante demasiado pobre como para criarla, creció junto a su abuela materna, Aïcha Saïd Ben Mohammed, y luego con la abuela paterna, que regenteaba un prostíbulo en Normandía. Antes de cumplir treinta años era una estrella. Fue amiga de intelectuales como Jean Cocteau, y no sólo cantó como nunca antes se había cantado –y como nunca se podría volver a hacerlo sin imitarla–, sino que funcionó como musa para todo un nuevo repertorio en el que brillaron autores como Margueritte Monnot y, más tarde, Charles Aznavour y Georges Moustaki. Si bien el disco tuvo un importante grado de incidencia en su popularidad, todavía era una época en que las actuaciones en vivo resultaban fundamentales en la construcción de una carrera artística. Y, por otra parte, ningún disco era capaz de captar, en toda su dimensión, lo que Piaf producía en escena.
Afortunadamente, muchas de sus actuaciones fueron registradas y proveen un documento único. La mala noticia es que la mayoría de estas grabaciones eran inconseguibles en la Argentina. La buena es que un álbum doble, publicado localmente dentro de la serie Las voces del siglo XX (es el volumen 20 de esa colección), del sello Lantower, reúne, con un sonido excepcional, gran parte de esas actuaciones extraordinarias. La edición lleva el nombre Edith Piaf. En vivo 1952-1959 y comprende el período de oro de la intérprete, con la voz en condiciones óptimas. Varias de las grabaciones fueron realizadas en diversas actuaciones en el Olympia parisiense, en 1955, 1956 y 1958. Se incluyen, también, “L’accordeoniste”, en el registro del show de Ed Sullivan en 1952, nuevas apariciones en ese show en 1956 y 1959, la actuación en el Carnegie Hall en 1956, en Quebec en 1955, en diversos programas de televisión y en la banda de sonido de los films 9 Garçons: une coeur, de 1948, y French Can Can, de 1955.
El álbum tiene dos funcionamientos posibles y cumple con ambos de manera superlativa. Por un lado puede entenderse como un poderoso documental y una manera de recorrer, con precisión, la construcción de una de las carreras artísticas más deslumbrantes del siglo pasado. Desde ese punto de vista, pueden escucharse canciones como “Avec ce soleil”, “Enfin le printemps”. “Padam’Padam” o “Hymne a l’amour” casi en tiempo real. Imaginando sus estrenos, que a veces fueron precisamente en estas ocasiones aquí registradas. Puede escucharse la evolución de su voz, de su manera de interpretar, de las orquestaciones que la acompañaban y del repertorio con el que iba integrándose ese cuerpo de chanson francesa que quedaría indeleblemente ligado a esa época en general y a la figura de Piaf en particular. Pero también pueden escucharse estos dos discos (que, para mejor, se venden al moderadísimo precio de $35) simplemente como una antología con lo mejor de Piaf. Al fin y al cabo, más allá del valor testimonial (si se perdona la palabra), aquí aparecen ni más ni menos que las canciones más importantes de su carrera y en las que tal vez sean sus mejores versiones restauradas, por otra parte, con un sonido muy pocas veces escuchado en grabaciones de esa época. En uno u otro caso –o en ambos– conviene no pasar por alto “La foule”, “C’est a Hambourg” y “Bravo pour le clown”, grabados en el Olympia en 1958, y “Les feuilles mortes”, en el Carnegie Hall, dos años antes. No estaba aún la leyenda. La tragedia de la infancia parecía haber quedado atrás y la sucesión de abandonos, amores contrariados y embates de la enfermedad todavía no habían llegado. Apenas un pequeño gorrión con una voz prodigiosa y en absoluto estado de gracia.
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