MUSICA › ENTREVISTA A ALBERTO PODESTá Y ROXANA FONTáN
A pesar de la diferencia de edad, ambos cantantes comparten una misma sensibilidad frente al género. Luego de grabar juntos y probarse un par de veces en dúo con buenos resultados, volverán a cruzarse en la milonga Porteño y Bailarín durante un novedoso ciclo.
› Por Carlos Bevilacqua
El fue protagonista de la época dorada del tango como cantor de las orquestas de Carlos Di Sarli, Miguel Caló y Pedro Láurenz, entre otras; ella brilló como cantante en varios de los musicales que viven de gira por el mundo, como Tango Pasión o los de la compañía Tango x 2. Alberto Podestá y Roxana Fontán se conocieron hace apenas unos meses y pertenecen a generaciones distantes. Sin embargo, sintonizaron tan rápido que ya grabaron juntos dos temas, cantaron a dúo en Esquina Homero Manzi y se aprestan a visitarse mutuamente en las actuaciones que tienen previstas para el 12 y el 26 de julio en la milonga Porteño y Bailarín (Riobamba 345). Los shows, que no superarán los 25 minutos para no afectar demasiado el desarrollo del baile, forman parte del ciclo “Músicos populares a la milonga”, que en otras fechas del mes convocará a Teresa Parodi, Horacio Fontova, Liliana Herrero, Guillermo Fernández, Carlos Morel y los hermanos Bernardo y Mariana Baraj. Buena noticia adicional: el precio de la entrada al baile será el mismo (muy accesible) de siempre.
Entre mate y bizcochuelo, los entrevistados empiezan a palpitar los recitales. Podestá adelanta que interpretará algunos clásicos de su repertorio como “Percal” y “Al compás del corazón” más algún otro tema de Gardel y Le Pera. Fontán, en tanto, piensa mechar el material de los dos discos solistas que está terminando de grabar, uno de ellos íntegramente dedicado a la obra de Astor Piazzolla. Para los segmentos en común se reservan dúos en “Tú, el cielo y tú” y el vals “Temblando”, siempre con el acompañamiento musical de una formación dirigida por el guitarrista Julián Hermida.
“A mí me emociona mucho cantar en las milongas por todo lo que viví en los bailes. En Atlanta, por ejemplo, lo vi bailar a Juan Carlos Copes cuando era un mocoso”, evoca él. Ella también tiene sus recuerdos añejos: “Para mí la milonga es como la raíz. Cuando era chica, los sábados a la noche mis viejos nos llevaban a mi hermana y a mí. Claro que en esa época mientras ellos bailaban nosotras nos aburríamos tanto que terminábamos dormidas sobre la mesa...” Hoy, en cambio, es una apasionada milonguera. “¡La conexión que uno alcanza con un desconocido en los tres minutos que dura un tango es algo tan placentero! Después de verme mucho en la milonga y hasta como jurado en campeonatos de baile, hubo gente a la que le costaba creerme que soy cantante”, cuenta divertida. Esa capacidad, lo mismo que ciertas dotes actorales, le han permitido distinguirse como una cantante con valor agregado en muchos de los shows en los que participó. Más allá de lo emotivo, ambos saben valorar cuánto pesa la danza en la experiencia del oyente. “El baile involucra todo el cuerpo, por eso el tango trasciende cuando es bailable. A mí me gusta que se detengan a escucharme, pero más me gusta que bailen mientras canto”, asegura Fontán, quien está por editar cinco temas con arreglos deliberadamente bailables. Podestá suscribe al aportar una clave para entender la gloriosa década de 1940: “Los grandes éxitos del tango eran grabados recién después de ser probados en los bailes. El jurado era el público bailarín. Claro que el tango vivía un furor de popularidad tremendo. En Buenos Aires había 350 bailes cada fin de semana. Pero los temas eran todos bien rítmicos”.
En el devenir de la charla descubren más afinidades: los dos fueron virtuosos dibujantes (él como aficionado, ella como publicitaria) y, a pesar de llevarse unos 40 años, estudiaron vocalización con el mismo docente, Eduardo Bonessi. “Igual, para mí el mejor profesor fue Gardel”, sentencia Podestá antes de revivir la fuerte impresión que causó el Zorzal en sus oídos de purrete cuando actuó en su San Juan natal.. Sin embargo, a la hora de contestar sobre las influencias que moldearon su estilo, se muestra orgulloso: “Yo seguí mi propia línea. No modifiqué casi nada de mi forma de cantar entre una orquesta y otra. Siempre me gustó buscar finales fuertes y hacer portamentos, esas ligaduras con las cuales no dejaba de cantar entre una frase y otra”. Aunque remanida, otra inquietud surge inevitable: ¿cómo hace para mantenerse vigente a los 84? “Es muy simple –asegura–. Nunca fui de trasnochar o tomar alcohol y sólo fumé por poco tiempo. Además nunca forcé mi voz, siempre canté en mis tonos naturales los temas que me resultaban cómodos.”
Si bien ambos celebran la aparición de nuevas fuentes laborales en las últimas dos décadas, también coinciden en reclamar mayor presencia del tango en la televisión. “Es la gran retribución que nos falta –opina él–. Siempre fue difícil. Si vas a ofrecer un espectáculo de tango a la televisión, de entrada te dicen que a los avisadores no les va a interesar.” Así y todo, ella ve el lado bueno de no ser profeta en su tierra: “Gracias al baile, hoy el tango volvió a ser escuchado. Cuando nosotros nos aburrimos de nuestra música, el resto del mundo nos rescata. Es evidente que al tango no hay manera de matarlo”.
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