MUSICA › SANTIAGO DEL ESTERO ENTRó AL LIBRO GUINNESS DE LOS RECORDS
En la Semana Carabajal pasó de todo: se inauguró un museo familiar, se festejó el cumpleaños de la Abuela María Luisa y se concretó la marcha de los bombos. Pero el sello original del encuentro fue el maratón de la chacarera, que se extendió durante 36 horas.
› Por Cristian Vitale
Desde Santiago del Estero
Matemática aplicada al caso: si 36 horas equivalen a 2160 minutos y cada pieza del género dura, en promedio, unos tres minutos, el resultado es descomunal: 720. Más o menos fue la cantidad de chacareras que sonaron en La Banda para que Santiago del Estero se meta en el Libro Guinness de los Records, a lo grande... a través de su ritmo mimado. El sueño de Cuti Carabajal, apoyado en bloque por el clan, mutó en realidad cuando el sábado, cerca de las tres de la mañana, la esquina mayor del folklore santiagueño cumplió con los requisitos exigidos por el reglamento. Fuegos artificiales, aplausos por mil, y el grito del presentador coronaron el momento cenit de una semana agitada, la Semana Carabajal, que esta vez conjugó la inauguración de un museo familiar –por el que pasaron casi mil personas–, el maratón mismo, el cumpleaños número 108 de María Luisa –la Abuela–, el Carabajalazo, que convocó una diez mil personas en el Club Recreativo de La Banda, y un bonus tan multitudinario como éste: la marcha de los bombos que, año tras año, recorre las calles de la ciudad hasta alcanzar su epicentro: el patio de Froilán. Ciudad movilizada y movilizante. Sitiada por curiosos, folkloristas, folklorólogos y lugareños. Exito matemático, al cabo, que eclipsó la siesta y el paso calmo habitual de los amigos del río Dulce. Sobredosis de chacarera.
36 horas. 2160 minutos que hubo que llenar, con poco margen de descanso. Entre los requisitos del Guinness figuraba que, entre grupo y grupo, no podían pasar más de 30 segundos de espera –una pequeñez de espacio y tiempo, llena de choques, tropiezos y velocidad de movimiento entre los músicos–; que no se podían repetir los temas y que sería considerada como una infracción el exceso de palabras por parte de los músicos. Se cumplió –casi– al pie de la letra... incluso durante el lapsus crítico de la primera madrugada cuando un cordobés aficionado, ante un bravo bache por escasez de instrumentos y músicos, salvó el record improvisando unas 10 chacareras a capela y acompañado ¡por dos botellas de vino! “Cuando llegué yo, a las siete de la mañana, había 30 tipos escuchando y uno cantando sin guitarra... nos salvó el hombre”, comentaba Cuti, tras la patriada del héroe anónimo. Los horarios centrales, claro, fueron diferentes: ahí sí, la encrucijada de calles de tierra seca se erosionó por efecto de un zapateo colectivo y constante. Polvareda y sudor. Demi Carabajal, queridísimo en el pago, se despachó con un nutritivo set de chacareras al palo e hizo más visible una condición del género: su horizontalidad. A las seis de la tarde, con el sol todavía espiando, el hermano de Peteco dejó hacer a los amigos y el escenario se superpobló de bandeños. Su banda –Roxana incluida– se perdió entre una decena de proyectos de artistas hasta que el presentador, algo paranoico, pidió “presencia policial”... “salí de acá, ¿qué te pasa, hermano?”, respondió el guitarrista. En La Banda no hay barreras entre los músicos y la gente.
Peteco Carabajal, otro peso pesado de la zona, generó el mismo clima. El poeta de la familia, con sus chacareras voladas, profundas y –también– enormemente populares. Cuti y Roberto le restaron varios minutos a la espera –“vamos, que falta menos que antes”, gritó un sabedor etílico durante el toque del dúo–; y se repitió la juntada entre los Carabajal primera y segunda generación que terminará en la grabación de un disco, luego de varios años de amagues y distancias. También sumaron a la resta, entre un sinfín de músicos desconocidos aún, los interminables Manseros Santiagueños, que se juntaron con el clan para inaugurar el maratón; el Dúo Coplanacu; Los Cantores del Alba; Cristóbal Repetto, el inquieto joven de Maipú, que adaptó su voz de tanguero viejo a la chacarera; y un sinfín de grupos anónimos –buenos, malos, regulares– que direccionaron el aporte hacia un mismo fin: el Guinness World Records. “Esto está ganado. ¿O te pensás que a alguien se le está ocurriendo batir un record de chacarera en Praga?”, se le escuchó decir a cierto santiagueño retobado. El tradicional Carabajalazo no fue más que un apéndice a escala macro del clima que se respiró durante dos días en el patio de la Abuela. Sin los chañares, sobre piso sólido –menos polvo, más humedad–, y con la tranquilidad de no tener que cumplir lineamientos obligados, las mismas figuras pisaron el escenario del Recreativo y convirtieron al club en una inmensa plataforma de baile: parejas de todas las regiones del país –en especial, Córdoba y Santa Fe–, y la santiagueñidad a pleno, operaron como víspera ideal del otro acontecimiento: el siempre esperado cumpleaños de la Abuela, muerta a los 92 años, hace 16. Vuelta a la esquina del maratón –Iturbe y Larrabure–, gente subida a los techos del solar Carabajal, polvo en granitos y a granel, y otra vez miles de personas apretadas bailando, tomando o circulando por las calles de Los Lagos. Siesta interrumpida. Chacarera, sí... pero también zamba y algún chamamé. Empanadas, locro y asado. Vino, fernet y cerveza. Nubes ensambladas –no hubo sol esta vez– y un cumpleaños cada vez más inclusivo que invita –e incita– al turismo regional, sin dejar de mirar hacia adentro... las chinitas y los changuitos del pelo duro y la mirada de asombro, también tuvieron sus días felices, y sin moverse del pago. Son los que entran sin golpear.
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