MUSICA › MARIANO OTERO TOCARA JUNTO A SU SEXTETO EN LOS VIERNES MUSICA
El contrabajista, que se presentará esta noche en el ciclo organizado por Página/12, asegura que los conciertos son para él la posibilidad de estirarse hasta el límite. “No me gusta tomar el hecho de ir a tocar como una rutina de laburo”, dice.
› Por Santiago Giordano
En un panorama en continua revitalización como es el de las músicas que giran en torno del jazz, Mariano Otero aparece como el impulsor de algunos de los proyectos más interesantes de los últimos años en Argentina. Al frente de su orquesta o con distintas formaciones, el contrabajista, compositor y arreglador ha sabido desarrollar conceptos en los que las tensiones entre música escrita e improvisación delinean una búsqueda más allá de géneros y estilos. Una discografía nutrida y coherente –cinco discos propios, dos en camino, e innumerables colaboraciones– son la prueba. Hoy a las 20.30 en el Auditorio de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (Belgrano 1732), el Mariano Otero Sexteto será protagonista de otra entrega de Los Viernes Música, el ciclo que tradicionalmente ofrece Página/12 a sus lectores, con entrada libre y gratuita. Junto a él estarán Patricio Carpossi (guitarra), Sergio Verdinelli (batería), Hernán Jacinto (piano Rhodes), Rodrigo Domínguez (saxos) y Sergio Wagner (trompeta y flügelhorn). “Cada vez que subo a un escenario trato de estirarme hasta el límite, no me gusta tomar el hecho de ir a tocar como una rutina de laburo. El concierto es una situación en la que hay que estar al mango y personalmente siempre me lo tomo muy en serio”, anticipa Otero y agrega: “Gran parte de lo que tocaremos es material nuevo que escribí para este Sexteto, que grabaremos en enero”.
Sentado en su estudio, Otero ceba mate y conversa. A su alrededor están los discos –muchos y desordenados–, el contrabajo, el bajo eléctrico y el violonchelo, entre otros instrumentos, además de una bandeja para escuchar vinilos, una lectora de CD y una notebook. Sobre el piano Rhodes, se impone la gran imagen de Charles Mingus. “Cuando lo escucho me motivo, como me pasa con Debussy o Ravel”, asegura. “Me resultan grandes inspiradores, pero no para copiarlos. De los contemporáneos, Brad Mehldau y Dave Holland tienen un carácter creativo que me fascina y también me resultan muy estimulantes.” Al lado de la bandeja hay una pila de CD. Al repasarlos saltan los nombres de Brahms, Berlioz, Prokofiev, Mozart, Debussy, Schubert, además de Glenn Gould y Louis Armstrong. “Soy un permanente escuchador”, advierte. “Esos son los discos que escucho en estos días; los estoy matando todo el tiempo.” En la pila también hay un disco con su música, una reedición de A través, su primer trabajo personal.
–¿Escucha sus discos? ¿Cómo se lleva con lo que grabó?
–Los veo como parte de un proceso y aprendí a entender que el camino que adopté tiene que ver con concretar etapas grabando y editando. Con cada disco traté de plasmar un desarrollo, marcar los momentos de una evolución. En este sentido, no puedo ser superficial al observar los resultados de mi trabajo. Mirar atrás tiene un valor interesante en función de un camino, de un desarrollo creativo, y si emprendí ese camino es necesario respetar las cosas que hice. Espero que dentro de cuarenta años en esa pila haya cuarenta discos.
–Da la impresión de que en ese camino la improvisación cede paulatinamente a la escritura...
–Se trata de encontrar la forma de poner una cosa al servicio de la otra. Me gusta dejar que la composición se manifieste y prefiero no colocarme delante de ella, no instalar situaciones que pueden resultar ajenas. Eso me obliga a revisar continuamente el rol de la improvisación en función de lo escrito. ¿Cuán largo debe ser un solo? ¿Por qué todos los temas tienen que tener solos? En realidad, eso no debe instalarlo el compositor, debería surgir de la composición. Me fascina tanto componer como improvisar, pero las relaciones están subordinadas. Trabajo sobre conceptos concretos y la idea más antigua de composición. En ese sentido no hago concesiones. Eso me posibilita una libertad idiomática que resulta fundamental. En esa forma de trabajar, el compositor convive con el intérprete.
–Es decir que su música no pasa necesariamente por el jazz como lenguaje...
–Cada vez me siento más extraño al jazz en sí mismo y me cuesta verlo como un punto de llegada. Mientras me acerco a otros universos musicales, el jazz no deja de ser una maravillosa fuente de creación y un espacio de libertad increíble, pero no mi finalidad de lenguaje. Salvo en el homenaje a Walter Malosetti, que escribí por encargo para el último Festival de Jazz de Buenos Aires, del que pronto saldrá un disco. Si lo pienso bien, en realidad será mi primer álbum de jazz.
–¿Cómo le sentó trabajar por encargo?
–Walter fue el tipo con el que aprendí a tocar jazz y lo quiero inmensamente. Fue maravilloso hacer ese trabajo. En general, para aceptar un encargo necesito que cada propuesta tenga la parte artística en su lugar y me brinde la posibilidad de poder poner de lo mío, la indispensable cuota de libertad. Hace poco escribí la música de la película Sangre del Pacífico –la ópera prima de Boy Olmi, que se estrenará en un par de meses–; de pronto me encontré escribiendo y grabando música para quinteto de cuerdas o cuarteto de maderas, trabajando con códigos de tiempo muy precisos, pero resultó una gran experiencia. También hice los arreglos y la producción del nuevo disco de Iván Noble y fue buenísimo. Estoy muy orgulloso de esas cosas.
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