MUSICA › DANIEL DREXLER PRESENTA EN BUENOS AIRES SU CUARTO DISCO, MICROMUNDO
El cantautor uruguayo, hermano menor de Jorge, recién se está adaptando a una decisión trascendental: haber dejado la medicina para dedicarse por entero a la música. “Aceptar la incertidumbre se transformó, para mí, en una forma de placer”, señala.
› Por Cristian Vitale
Hay una máxima uruguaya de Jaime Roos. Dice que compone los rocanroles en Montevideo y las murgas en Amsterdam. En el caso de Daniel Drexler, hermano de Jorge, seis años menor, los géneros no están tan marcados. No se manifiestan tan explícitos. Su entramado musical está compuesto de matices, sutilezas y giros tibios. Sus murgas subyacen agazapadas en un todo que las envuelve. Y sus rocanroles no son. O se pierden en una montura pop –electroacústico, le dicen– que los torna casi imperceptibles. Pero hay algo de la máxima roosiana que, como todo músico uruguayo que se precie, lo toca. Algo que va por el lado del mundo ancho y abierto, de la posibilidad de componer hacia adentro desde algún lejano lugar. “Las canciones se fueron haciendo una tarde en el jardín de casa, en Montevideo; después de una noche en una discoteca de Estocolmo; un día de espera colgada en el Aeropuerto de Zurich, o en un viaje de tren entre Madrid y Sevilla. Surgieron así y, cuando empecé a mirarlas, me di cuenta de que estaba describiendo el mundo de múltiples universos paralelos en los que vivo. Es un poco lo de Roos, pero a mi escala”, se ríe.
Drexler chico está empezando a desgranar las ideas base que dieron origen a su cuarto disco, Micromundo. Un sugestivo recorrido estético –quince canciones propias– que desarma y arma melodías de ensueño para colorear poesías vitales, ubicadas entre el espacio sideral y su esencia. Entre el ser del mundo y el suyo, dicho de otra forma. El otorrinolaringólogo devenido cantautor puede describir la rambla montevideana, de un plumazo, como un largo beso; hablar de neurotransmisores, nanoconductores y portacontenedores en no más de tres minutos (“Movimiento browniano”) o escribir una oda de amor incondicional a su cuna, mojando su lápiz en el alma (“Voy juntando los retazos / voy reconstruyendo el trazo / de la curva de tus playas / algo adentro mío estalla / al volver a tu regazo”). “Son como cables a tierra, como una forma de manifestar la vida alocada que estoy llevando en estos últimos tres o cuatro años. Sólo tengo claro qué voy a hacer de acá a un mes”, enmarca sobre Micromundo, disco que presentará hoy a las 21 en NoAvestruz, Humboldt 1857.
–Hay una fuerte presencia de la incertidumbre y su lado placentero en muchas canciones. ¿Fue asumir la realidad de ser músico, tras la seguridad que tenía cuando ejercía la medicina?
–Claro... esta cuestión azarosa que agarró mi vida en los últimos años. Creo que no sólo es una cuestión personal, aunque en mi caso fue algo más alocado pasar de la vida de médico a la que tengo ahora. Pero, en general, me parece que la incertidumbre es una señal de identidad de nuestra época. Desde el principio del siglo pasado, con el descubrimiento del espacio exterior, el universo en expansión o la teoría del caos, la humanidad dejó de pensar de una forma determinista. Hay una especie de sector caótico en el que las cosas pasan sin que las podamos controlar. Es algo que se acentuó después de la revolución digital... estamos muy acostumbrados a utilizar todo tipo de aparatos que ordenan la realidad, pero que en realidad son sistemas caóticos. Todo eso lo vi marcado en mi vida, justo en el momento que fui padre y me acerqué mucho a mi mundo suba-tómico.
–Otra vez la idea de Micromundo...
–Sí. Traté de que cada canción fuera un escenario propio, de ahí que no haya repetido la misma formación de músicos en ninguna.
–¿La incertidumbre como idea base focaliza en una tensión existencial o en un relajo? El tono de las canciones, en general, parece correr el péndulo hacia lo segundo...
–Y desde la tapa. El tipo (él) se está riendo. Es la primera vez que me lo permito. En La llave en la puerta, el primero, tengo una cara de susto impresionante, como diciendo “estoy abriendo la puerta a un universo desconocido”; en Fulltime, estoy crucificado sobre un reloj; y en Vacío prácticamente no aparezco. Aparecen mis pies y punto. Esto significa que con Micromundo es la primera vez que me siento suelto y cómodo en la vida. Contento. Hace tres años que vivo de la música y el disco fue como tratar de explotar esa paradoja. Aceptar la incertidumbre en mi vida se transformó en una forma de placer. Creo que donde más aparecen la tensión y el sufrimiento es cuando uno busca aferrarse a cosas seguras. La seguridad es una ilusión y vos chocás con una realidad que es imposible combatir, porque en la vida todo se mueve todo el tiempo.
–¿Cómo fue su experiencia con la medicina?
–No quiero pecar de falsa modestia, pero me ha ido muy bien. Me gustaba mucho lo que hacía y la verdad es que me instalé rápido. Tenía un consultorio muy lindo y trabajaba mucho, pero no me sentía cómodo en esa cosa tan estructurada, porque soy el peor tipo para tener de recluta en un ejército. Soy un desastre, no me logro amoldar a ninguna norma y de pronto entrar en este mundo, donde las realidades se van haciendo de un día para el otro, me cambió.
–¿Fue difícil el cambio? ¿Pasar de ese lugar seguro que implica ser doctor al “caos” de ser músico?
–Terrible. Me duró diez años. No soy un tipo con capacidad para tomar decisiones firmes. Dudo mucho, no soy corajudo. No puedo aplicar el modelo Cortés (quemar las naves y seguir para adelante). Lo mío fue de a poquito y recién a los 36 años terminé de este lado. Fue como una especie de fade out y fade in, la medicina se fue en fade out y la música entró en fade in.
–¿Cuánto influyó su hermano en este proceso?
–Bastante y desde muy atrás. De cuando yo tenía 14 años, él 20 y estábamos tocando la guitarra en el living de casa, soñando con ser músicos, pero, a la vez, pensando que de la estructura familiar que veníamos era imposible imaginar ser músicos. Ninguno de los dos lo imaginó. Es más, la última vez que estuvimos juntos arriba de un escenario, aquí en Buenos Aires, en el Rex, nos abrazamos y nos dijimos al oído “¿Qué hacemos nosotros dos acá arriba?”. Influyó en ese sentido, ¿no?, en el sentido de empezar a soñar esto dentro de un universo muy cerrado como era el de nuestra casa.
–¿Padres cerrados?
–Médicos que conformaban una especie de bloque oficialista muy sólido por la imagen que nos daban, y la admiración que les teníamos. En ese sentido, nos apoyamos mutuamente para ir llevando el cuerpo para este lado, para ir soportando la presión.
–En el momento de su cambio gradual, ¿nunca hubo un apriete de Jorge, tipo “dale, loco, lanzate”?
–Puede ser. Pero Jorge es una persona respetuosa y elegante. Más de una vez lo vi apretándose los labios como diciendo “tirate”, pero nunca me lo dijo. Sí lo sentí en el momento en que salió Vacío, cuando le dije “estoy pensando tomarme un avión a España para ver qué pasa”, y me dio a entender algo así como “al fin, era hora”. Es una decisión complicada decirle a un tipo “tirate al agua”. ¿Qué pasa si se ahoga? Creo que en ese sentido, Jorge me estaba esperando. Sobre todo por camaradería... la profesión de músico tiene la particularidad de estar expuesta a un montón de gente, de cosas, de situaciones, pero a su vez, en la intimidad, te pone en un lugar de soledad.
–Hay canciones que hablan mucho de su regreso al Uruguay: “Banda ancha”, “Lo que siempre fue”, “Llegando al Polonio”, “Rinconcito”. ¿Nacieron de la necesidad de esquivar esa soledad, de abrigarse ante ella?
–Sí. Vuelvo hoy pidiendo amarras, ¿no? La idea del mundo ancho, amplio, ajeno y dinámico; la hermosa constatación de un mundo que está al alcance de la mano y, al mismo tiempo, el deseo del volver a la cucha. De volver a La Paloma, donde me bañaba en mi infancia. Es algo que está muy ligado a la paternidad, también. El disco está atravesado por la paternidad. Hay dos canciones directas en este sentido: “El horizonte de los sucesos”, que significa atravesar la frontera de los agujeros negros, y “El final y lo que empieza”. Toda esa sensación de micromundo, de volver al nido y revivir mi infancia. Mi mundo de diámetro pequeño a través de lo que veo por los ojos de mis hijas. Esas dos tensiones están muy marcadas en Micromundo.
–¿Vive en Montevideo?
–Sí.
–¿Decidió a quién votar en las elecciones para presidente?
–Sí, pero no lo voy a decir.
–¿Razones?
–Creo que el arte tiene que tener cierta dosis de independencia para poder seguir siendo transgresor, y no quedar amarrado. Además, cuando vos tenés independencia y emitís una opinión, probablemente sea mucho más útil. Sí digo que voy a votar para que puedan votar los uruguayos que están en el exterior, y también por la anulación de la Ley de Impunidad, porque me parece que trasciende el mero hecho político.
–Como la ley de medios en Argentina...
–Ahí va. Yo salí a hacer campaña por eso, y filmé una serie de spots en rechazo de la Ley de Impunidad. Uruguay es muy chico y todos saben lo que piensa la gente... en realidad, yo no soy de ningún partido, pero me posiciono ante hechos clave. Aparte, tenemos la suerte de que la política está generando transformaciones reales en el país, genuinas. El Plan Ceibal va a generar en Uruguay un cambio profundo. Tanto en Uruguay como en Argentina, nos criamos en el descrédito, en el que se vayan todos, y eso es muy pernicioso para la sociedad. Recién ahora la clase política está tomando un rumbo.
–El término “templadismo”, que usted acuñó para referirse a una nueva corriente estética compuesta por músicos uruguayos, argentinos y brasileños, tal vez esté asociada con esa idea de cambio en general. ¿Lo pensó desde ese lugar?
–En realidad, se me ocurrió después de haber leído La estética del frío, de Vitor Ramil; y el Movimiento Antropofágico. Es como una realidad descriptiva de lo que pasa en esta región en la que existen tres fronteras políticas más una idiomática y, sin embargo, cuando las cruzás te das cuenta de que la identidad, la cosa humana también las saltea. Se burla de ellas. En todo Rio Grande do Sul, que es un estado enorme con 15 millones de habitantes, la gente toca milonga, zamba... están totalmente dentro de lo que ellos llaman cultura platina (cultura del Río de la Plata) y eso me parece muy atractivo.
–¿Se puede hablar del templadismo como un nuevo movimiento cultural?
–En ningún momento me interesó eso, porque este mundo caótico no es el de los ‘50, donde los ismos se daban fácil, pero funcionó como catalizador de encuentro entre los músicos. De hecho, hemos compartido recitales con Ramil, Kevin Johansen, Pablo Grinjot, Xavi Lozano y Ana Prada, que han sido muy emotivos. También se está filmando un documental sobre el tema en Curitiba y alumnos de la universidad del Rio Grande han hecho dos tesis de maestría abordando la cuestión. Al principio fue un chiste que se me ocurrió hablando con Jorge, pero después el monstruo tomó vida propia...
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