Lun 26.10.2009
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MUSICA › OSCAR MIRANDA Y SU NUEVO DISCO, CORDILLERA

Elogio del charanguista anónimo

Emulo de Jaime Torres, el músico mendocino, de origen jujeño y boliviano, se luce en este álbum a través de huaynos, bailecitos, zambas, carnavalitos y polcas, entre otros géneros. Pero también supo adaptar el tango a su instrumento, con buen gusto y originalidad.

› Por Cristian Vitale

Oscar Miranda se anticipa: “Tengo timidez provinciana”. Un ensamble de onomatopeyas, frases que no terminan, idas, vueltas y ganas de decir se mezclan con ruidos constantes, de bar lleno. El se expresa mucho mejor a través de su charango mágico, pero algo esboza. Que nació en Guaymallén, por caso; o que su madre es de Tupiza, Bolivia –hija de chola y criollo–, que su padre es de Jujuy. Y que ambos, padre y madre, se conocieron en Córdoba e iniciaron un trote nómade por el país, que lo tuvo como protagonista. “Siempre me produjo un sinsabor eso de viajar todo el tiempo... no es muy sano para un chico. Pero fueron movimientos que ellos hicieron para buscar un mejor futuro, sin que nadie les regale nada. Transpirando la camisa”, cuenta él. Ejemplo: cuando Bruno Arias, prominente figura del folk andino, lo presenta como parte de su banda, se queja de lo difícil que es sacarlo de la casa: “¡Qué bravo sos, chango!”, dice el delfín de Ricardo Vilca delante de todos. Está en Maipú, en el Ciclo Música del Alma, apenas a 300 kilómetros de Buenos Aires y costó llevarlo. “Ha de ser que me cansé de viajar”, redunda Miranda.

Ha de ser, también, una de las claves de su anonimato. De otra, no se entiende cómo alguien con semejante gusto y conocimiento para tocar charango –y maulincho, y ronroco, y anata, y pinkullo– pasé casi inadvertido. Este pibe de 34 años, tres discos y rasgos mestizos en su rostro es, sin exagerar, un conspicuo émulo de Jaime Torres. Es al tucumano lo que Arias a Vilca. Lo demuestra en sus –pocas– apariciones en vivo y en sus discos. El último –Cordillera– es seminal: 15 piezas –la mitad de su autoría– y un recorrido multigénero en el que huaynos, bailecitos, zambas, carnavalitos, polcas, gatos, malambos y chacareras se trenzan impecables. “Pensé en la parte central de la cordillera, esa que veía todos los días desde el patio de mi casa... tal vez sea demasiado título para el disco”, confiesa.

–¿Es Jaime Torres su mayor referente?

–Uno de ellos. También tengo a Alejandro Cámara, a Ernesto Cavour, a Eddie Navia, todos bolivianos grossos, ¿no? De hecho yo aprendí con el método ABC de Cavour, pero me quedo con Navia por una cuestión afectiva: cuando era adolescente, me maté escuchando un huayno suyo en un casete copiado de vinilo. Quería tocar así.

El charanguista nació en la ciudad del alfajor, entre bodegas, parrales y viñas. Y creció tocando el charango en escuelas y circos. Sus padres habían llegado allí para trabajar la vid y la madera. Su padre, carpintero devenido ebanista, no podía sustentar la familia sólo con el encofrado, y su madre –maestranza– ayudaba. “A mi viejo no le agradaba mucho el campo, pero había que hacer unas migas extra. Yo lo ayudaba con la viña. Trabajaba en la cosecha y empezaba las clases un mes después... eso me ponía un poco nervioso, era el pibe nuevo. Iba de escuela en escuela. Nunca eché raíces, y ellos tampoco. Mi infancia fue una gitaneada de andenes y terminales de micros”, evoca. Un periplo que siguió por Córdoba, Tucumán, Chaco, Corrientes, hasta que la familia rodante resolvió anidar en Buenos Aires. La idea era paterna: “Conocer las luces de la ciudad”. “Mi madre me insistía con estudiar algo y bueno... cuando llegué acá me inscribí en el Conservatorio, en el López Buchardo.”

–¿Pudo estudiar charango allí?

–No, ahí empezó la crisis. Había guitarra, violín, piano, pero charango no... entonces me dediqué a la guitarra y me compré un violín viejo, hasta que los profesores se avivaron de que ni la guitarra ni el violín eran mis instrumentos. Se ve que se notaba (risas). Incluso uno de ellos me pidió que llevara el charango a clase. Lo toqué delante de él y le interesó. Con decirme “qué bien lo hace”, me dio vuelta la cuestión. Me enmarcó.

–Pero por fuera de la carrera...

–Sí... tuve problemas porque me negué a hacer la parte del instrumento, hice sólo teoría. No podía resolver el conflicto entre lo académico y mi vida. Recién hace seis años dije: “Me parece que me voy a dedicar realmente al charango”.

El primer paso fue Che Charango, un demo de 12 canciones que se transformó en disco independiente y, al año, en niño mimado del sello EPSA. El espaldarazo se lo dio Gustavo Margulies productor y guitarrista del Quinteto Ventarrón. “Le puse ese título para darle una identidad argentina. También porque me gusta mucho el tango ‘Che Bandoneón’. Son todas versiones de temas conocidos, con alguna vuelta de rosca”, racconta. Para el segundo disco –Charangotán–, Miranda arriesgó más: lo pobló de tangos adaptados al charango. “Cuando llegué a Buenos Aires me enamoré del tango... debe ser por mi corte antiguo, no sé. Me gusta el rock, sí, pero más los sonidos de Grela y Troilo. Iba a escuchar a la Filiberto al Cervantes, me gustaba mucho.”

–¿Cómo funcionó la adaptación del instrumento al género?

–El primero que hice fue “Como dos extraños”. Me compré una partitura, lo empecé a tocar y luego me fui al San Martín a investigar varios tangos... Les hice fotocopias a un montón de partituras. Me acuerdo de que iba al baño del Conservatorio a tocar tango con el charango, y me preguntaban: “¿De quién es el arreglo?”. En el Conservatorio siempre se toca con arreglos de alguien, pero yo lo hacía a mi manera. Con mis arreglos. Una vez, un amigo pianista me dijo: “¿Por qué no hacés algo de Piazzolla?”. Y le dije: “Bueno, algún día”. Me parecía una falta de respeto total hacer algo del maestro con charango... Pero ahora toco “Verano porteño”. Es recrear, es traerlo al instrumento, ¿no? ¿Por qué negarse? Fui el primero en no respetar mis preconceptos (risas).

–En Cordillera retornó al folklore andino, y hay una marcada presencia de temas propios. ¿Se trata de un salto a lo propio, de una recuperación de la autoestima?

–Son temas que había creado en el Conservatorio y los anotaba en un pentagrama, pero no les daba tanta importancia hasta que las recuperé. Sí: tomé confianza en mí.

–Y los mezcló con el ABC andino (“Doña Ubenza”, “El Quebradeño”, “El Humahuaqueño”), más una selección de temas de Atahualpa Yupanqui.

–Porque soy un convencido de que los carnavalitos, los huaynos y las cuecas tienen que estar sí o sí, pero está bueno que haya chacarera y zamba. A veces me dicen que la chacarera con charango no va, pero para mí sí. De hecho, Jaime Torres lo hace.

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