MUSICA › DOLORES SOLá PRESENTA EN VIVO SU PRIMER DISCO SOLISTA, SALTO MORTAL
La cantante de La Chicana se animó a cortarse sola con un trabajo cuyo enfoque es radicalmente diferente al de su banda. “Es como un circo criollo, un álbum bien de guitarras”, define. Esta noche cantará esos tangos en el Torquato Tasso.
› Por Cristian Vitale
Dolores Solá estaciona su auto, pequeño y gris, en el cordón de una vereda del Parque Lezama. La ciudad arde de calor y el tránsito está bravo. Solá baja con su vestido negro con tachas y arrastra una valija con ruedas por el empedrado. Además de la entrevista, la brillante vocalista de La Chicana tiene que probar sonido, sacarse fotos, picar algo y brillar, claro, sobre el escenario del Torquato Tasso. Tiene que estar óptima, porque es la primera presentación de su debut discográfico como solista y no hay que dejarle margen al error. Salto mortal, que también mostrará esta noche en el reducto tanguero de Defensa al 1500 –y el viernes 6 en El Nacional—, es un fresco intenso de catorce piezas atravesado por varios ejes. Humanos y estéticos: Gardel, Corsini, Magaldi y sus lados B; foxtrots, fados, pasodobles, aires de huella y circo criollo; un nuevo tipo de relación con Acho Estol, pareja y timonero de La Chicana, y la necesidad de ser ella, pero más. “Empecé a escuchar mucho a Gardel, Corsini y Magaldi, medio perdida y sin saber bien hacia dónde iba. Pero poco a poco se empezó a armar un repertorio, que no era una mera elección arbitraria de temas que me gustaban, sino que respondían a una época cosmopolita y criolla a la vez. Me divirtió eso y hasta le encontré algo en común con La Chicana”, explica Solá.
–¿Qué, específicamente?
–Hacer tango y, por ahí, colar algo de Franz Lehar.
–O “Being for the benefit or Mr Kite”, de John Lennon, en medio de un tango.
–Un permiso que me di... Si ellos eran juguetones, ¿por qué yo no?
Entre tantos ejes, primó uno humano: el de su padre Mozo. Es la guía y musa del debut de Dolores. “Siento que fue él quien me guió en esta búsqueda. Estuvo desde el primer momento silbándome al oído, con su vaso de whisky, su wincofon y sus casetes grabados y regrabados que todavía tengo. Fui hija de su vejez y siempre me alentó a la rebelión. A la celebración”, escribe ella en el librito del CD. Mozo murió en 1995, acorralado por el Alzheimer. Nunca pudo escuchar a su hija cantar los tangos que él mismo le había mostrado cuando, aun con mucha diferencia de edad, disfrutaban de ellos a la par. “No me escuchó cantar en el escenario. Una vez di un recital en el geriátrico donde estaba, pero no lo registró. Ya estaba mal. Pero es imborrable para mí haber compartido tantas músicas con él y tantas historias de ciudad que me contaba mientras paseábamos en auto. Para mí fue un sabio. Un tipo que nació casi rico y murió casi pobre, pero nunca le importó.”
–¿Un bohemio?
–No. Un tipo que supo adaptarse a lo que le tocaba, dándoles valor a las cosas que tenía. No perdió la plata a lo Isidoro Cañones (risas).
Salto mortal, además del tango de Juan Mazzaronni y Julio Vivas que inmortalizó Gardel en 1927, alude alegóricamente a su primer desprendimiento de La Chicana para arreglárselas sola, o casi. Un salto psicológico, arriesgado en cierto modo, que incluye a su pareja en la producción de cuatro temas, o tocando contrabajo y guitarra (“Morocha triste”), serrucho en “Caprichosa” y percusión en “Zulema”, pero lo aleja del rol medular que ocupa en La Chicana. “Es cierto, durante toda mi carrera como cantante estuve muy contenida por Acho, por todo un universo lírico y musical suyo. La duda era cómo salir de La Chicana para hacer algo que valiera la pena, que muestre algo más original, pero la verdad es que lo taladré”, se ríe.
–¿Más personal?
–No sé, porque La Chicana, a esta altura, también es muy mía.
–Pero se supone que su nivel de injerencia sobre el hecho musical fue mucho mayor.
–Sí, sobre todo por cómo elegir y encontrar un camino, con todas las elecciones que uno tiene que tomar a lo largo de un disco. Sola, llena de temores y con muchas exigencias, porque no quería salir de La Chicana y hacer un disco más. Por ahí lo es, pero no era mi intención. Me parece que encontré algo que contar que no siempre ha sido contado, subrayado.
–¿Con qué grado de autonomía se manejó respecto de La Chicana?
–Muy alto, incluso hasta el límite de decir “éste es mi disco, mi disco, mi disco”. Puse mucho el acento en eso. Acho tiene una personalidad, un gusto y una identidad muy fuertes como artista y, si bien me importaba mucho su opinión, no quería que me invadiera. Como principiante, también estaba buscándome, onda “esto sí, pero hasta acá”. Busqué mis límites, aunque con muchas inseguridades.
–¿Respecto de los arreglos, el repertorio?
–Sobre todo de los arreglos. No quería un disco barroco, como los de La Chicana, pero tampoco minimalista. Acho es muy barroco, entonces traté de que eso no invadiera mi identidad. Pero no por una cuestión ególatra o de competencia, sino porque necesitaba manifestarme. Fue una búsqueda ardua, además, por mi carácter obsesivo y exigente. Me cuesta mucho relajarme y decir “bueno, sí, hacelo vos”. En La Chicana confío plenamente en Acho, pero acá quería saber si podía conducir un proyecto que no fuera un mamarracho.
–Es cierto que se aleja del barroquismo, incluso hay composiciones, como “Mamá, llevame pa’l pueblo”, que están casi en las antípodas. Si se la escucha al lado de “Confesión”, por La Chicana, es como un cachetazo de aire fresco en la cara.
–Sí, pero también está lo sórdido, ¿no? Está “Cobardía”, que es muy denso. Pero es cierto que, globalmente, es un disco más despojado. Más de guitarras. Como un circo criollo: una mezcla de fiesta y tragedia.
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