MUSICA › LA PRIMERA BANDA DE PITY ALVAREZ NO CONFORMó EN SU RETORNO EN VéLEZ
Aunque el comienzo del show de regreso del cuarteto de Piedrabuena fue una fiesta, con el pasar de los minutos su líder empezó a desenfocarse como en los últimos tiempos de Intoxicados. La organización fue desastrosa, y hubo heridos y detenidos.
› Por Mario Yannoulas
”Fachi” Crea estaba en su salsa. “Si esto no es el rock, ¿el rock dónde está?”, retó el bajista de elegancia suburbana ante un Vélez colmado de arriba abajo, con más de 35 mil personas adentro. “A los 14 años estuve con ella por primera vez, quedé abrazado toda la noche y, al final, terminé vomitando. Ese vómito se repetiría en mi vida para siempre”, amplió promediando el show como presentación de “Botella”, canción cervecera que él mismo cantó. “Si Perón fue el primer trabajador, Fachi es el primer rockero”, cruzó Cristian “Pity” Alvarez, nuevamente al frente de Viejas Locas, que el sábado regresaron a un escenario a diez años del quiebre y veinte de sus primeros pasos.
Poco después de la disolución de Intoxicados –la segunda banda del cantante–, tres de los cuatro miembros originales de Viejas Locas y el ex Motor Loco “Peluca” Hernández (en lugar del guitarrista “Pollo” Toloza, que no quiso participar del reencuentro) habían presentado oficialmente el regreso en Puerto Madero. Pero esa burbuja de expectativa se fue achicando el sábado con el correr de las horas. A menos de la mitad del concierto, el segundo Pity –el del último Intoxicados–, inconexo, disperso, extraviado, le ganó la parada al enfocado, al enchufado, al referente, al músico. Al primero.
El glamour de los docks se derrumbó en la vida real, en Liniers. La organización fue sencillamente un desastre. El ingreso general a campo, un caos. Con las entradas agotadas, ¿no era lógico que hubiera problemas si se habilitaba un mismo ingreso deficiente para todos? ¿Por qué cada evento en Vélez debe ser una tortura? Si el recital hubiese comenzado a las 21.30, como estaba pactado, llegar dos horas antes no habría sido suficiente para entrar a tiempo. Muchos quedaron afuera, entrada en mano. Sin ir más lejos, cuando apenas intentaba ingresar al estadio, este cronista fue sacudido por dos supuestos agentes de seguridad sin más identificación que un par de camperas deportivas. El resto es historia conocida: cuerpos bamboleantes, vallas que caen, botellas que vuelan, la policía que aparece en serio cuando hay que reprimir, y más gente haciendo una fila más y más trastornada, como en los tiempos más brutales de los Redondos, como en la era pre-Cromañón. Todas postales de la Argentina del eterno retorno. El saldo fue de treinta heridos y otros tantos detenidos.
Los rumores de que todo empezaba a las 23 resultaron ciertos. Veinte minutos antes, las luces se apagaron y dieron lugar a imágenes de Gardel, Elvis, Jagger (el más festejado, claro), los Jackson 5 y el The Wall de Roger Waters. “Estamos llegando” informaban las pantallas, tal como se decía meses atrás. El escenario mostraba un telón violeta con bordes dorados, una atrayente pantalla circular de leds en el fondo y tres bolas de boliche. El bombo de Abel Meyer empezó a hacerse oír y Peluca arañó los primeros acordes de la noche. Todo devino en una improvisación de diez minutos sin cantante sobre el escenario, hasta la aparición del gurú: chaqueta negra, collar tipo bulldog, jeans claros bien apretados y el pelo negro azabache, como en la estampa original. El primer golpe de “Intoxicado” se reforzó con un estallido de fuegos artificiales hasta que el público desató su propia fiesta, entre acoples y sin bengalas, mientras la policía adobaba las calles con gas pimienta. “Nena me gustas así”, apuró el primer shock, idéntico al inicio del disco debut Viejas Locas. “638...”, el flamante “Perro guardián”, “Una vez más” (de lo mejor de la noche) y la funky-disco “¿Qué vas a hacer tan sola hoy?” se sucedieron con algunos desajustes pero con energía –salvable si se acepta cierto ánimo punk– y un Pity conectado, por momentos sin tocar la guitarra y deambulando por ahí con el micrófono, rockeando de verdad, escoltado por una sección de vientos, teclados, tres coros, una armónica y un percusionista.
“Algunos ya tienen hijos, quizá los trajeron. Cómo cambia la vida en diez años, ¿no?”, caviló el de Piedrabuena tras arrojar rosas y chocolates al público. “Cómo pega el chocolate”, siguió, ya sin la campera, con una remera rayada de colores, y bajo una atractiva puesta de luces. A “Todavía estás ahí” le siguieron “Balada para otra mujer”, “Hermanos de sangre”, “Adrenalina” y “La simpática demonia”. “Nos vamos cinco minutos a tomar un vaso de agua y volvemos”, prometió. Esa agua no cayó bien y Pity fue perdiendo la luz: versiones desajustadas, hechas de goma, largos intervalos. La buena vibra del primer tramo se escapó y el show cayó en picada. “Si van a tirar zapatillas, que sean 41”, propuso antes de la psicodelia de “Niños”, con tonos floydianos, y “El chico de la Oculta” con la participación del Negro García López en guitarra (desde lejos parecía La Mona Jiménez descosiéndola), que se quedó hasta “Lo artesanal”, el “Miss you” doméstico, y fue de lo mejorcito en ese rato.
Ni siquiera los hits de eficacia largamente comprobada lograron levantar los ánimos. En “Me gustas mucho” y una larguísima versión de “Perra”, el público, siempre ansioso por cantar con su ídolo, tuvo problemas para seguirle el ritmo. También sonaron “Homero”, “The KKK Took My Baby Away” (cover de Ramones al término de “Una piba como vos”) y el cierre con “Eva”. Todo entre demoras, derrapes varios y notas perdidas que llegaron a completar casi tres horas y media de show. Con todo esto en cuenta, no es claro el futuro de esta reagrupación de Viejas Locas. Más allá de un puñado de virtudes (un nuevo violero que se mostró seguro en el debut, el buen groove de Abel en algunos pasajes, un Fachi cumplidor y la primera parte de Pity), el presente deja muchísimo por corregir. Una banda que hizo historia en el rock local merecería dar algo mejor. Aunque tal vez es lo que hay.
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