MUSICA › PANCHO CABRAL PRESENTA SU DISCO EL JUGLAR ENARINADO
Ex integrante de Huanca Huá y Los Andariegos, músico y escritor, volvió del exilio para retomar el contacto con la realidad de su provincia. “La gente, el hambre y la energía dependen de los sabandijas de los gobiernos de turno”, señala.
› Por Cristian Vitale
“Lo menos que se merece es un cuento”, dice y mira su noveno libro, El hombre de los veranos en la frente. Pancho Cabral, ex cantante de dos emblemáticos grupos de los ’70 –Huanca Huá y Los Andariegos–, luce un enterito azul, lentes y camisola hippie blanca con cuello multicolor. “Siempre decía que había que poner un oído en el pueblo para después hablar”, sigue. El destinatario es un coterráneo riojano, Enrique Angelelli. Cabral pensó un cuento centrado en un hombre mítico, de antepasados diaguitas, que llega de peón a una cooperativa viñatera para revelar misterios de liberación entre los trabajadores. “Yo reivindico al Angelelli hombre, pienso que hubiera hecho lo mismo siendo sacerdote o no. El personaje del cuento me hace acordar a él, por eso se lo dediqué”, argumenta.
La reivindicación del cura’e pueblo asesinado por la dictadura viene acompañada por un cuarto disco que el escritor, poeta y músico presentará mañana a las 20 en el Auditorio de la Uocra (Rawson 42). Se trata de El juglar enarinado, fresco musical de 16 piezas que conjuga géneros, militancia y ritmos de la región: vidalas a secas y chayeras, milongas, chacareras “a la riojana” y canciones. “La ausencia de la ‘h’ no es menor. A los cantores no les hace falta: es muda –se ríe–, y no me suena decir enharinado.” El juglar... cuarto mojón de la saga Cantor del viento-Intimo I-Intimo II, se ilustra con una pintura que Pedro Gaeta le regaló en 1978 y una serie de fotos que muestra a Cabral junto a la vidalera Mayela Gordillo, Mercedes Sosa, al “Tubo” Moya o a Néstor “Poli” Soria, que se mezclan con imágenes de patios chayeros, carnavales de harina y albahaca, un decálogo chayero cuyo primer mandamiento es “amar los topamientos por sobre todas las fiestas” y una declaración de principios: “Todo vino es poco”. “Gran parte de las canciones las compuse en Europa, nacieron de una nostalgia”, extiende él.
–Así lo testimonia en “Boliche de Santos Vega”. ¿Quiénes son esos hombres de boca morada?
–Era uno de los boliches que de chicos mirábamos desde la puerta. Nos quedábamos colgados con los hombres que fumaban en el fondo, que tomaban y jugaban al truco. Es un recuerdo entre humo que guardé siempre y lo compuse en forma de milonga... hombres de boca morada que nosotros queríamos imitar.
–¿Conoció a Angelelli?
–Estuve con él tres veces. No soy creyente, pero sí era un escucha de él. Me transmitía un montón de cosas y escuchaba sermones que al releerlos me hicieron entender por qué lo seguía. Fue un hombre que enseñó a armar las cooperativas, a ver la explotación en Los Sauces, en Anillaco... de ahí la sublevación y su muerte, ¿no? La familia que más lo persiguió fue la de los Menem: Amado Menem, sobre todo.
Cabral pasó su vida componiendo música y libros –acaba de editar Kakano y las divinidades diaguitas– entre La Rioja y Francia. Nació en San Vicente, estudió Agronomía en Catamarca hasta que un golpe de suerte lo depositó en Frankfurt. “Fue muy vertiginoso. Tenía 24 años y estaba con Falú, Sabato y los Huanca cantando el Romance de la muerte de Lavalle. Me miraba al espejo y me preguntaba: ‘Hace tres meses, ¿yo no estaba en el dique Las Quirquitas? ¿Qué hago acá?’”, se ríe. Cabral grabó dos discos con el grupo del Chango Farías Gómez (Guitarra, vino y rosas y De sal y canto), y después pasó a Los Andariegos. “Raúl Mercado se había ido con el Gato Barbieri a EE.UU. y entré por él, no para reemplazarlo –él tocaba la quena– sino para cantar. Me quedé un tiempo y me fui en el ’77.”
–¿Por la dictadura?
–Y... en Los Andariegos éramos comunistas. Había concordancia ideológica. Más que con los Huanca, que eran peronistas. Yo trataba de evitar discusiones con los Huanca, sobre todo cuando estábamos de gira. Había que portarse bien (risas).
–Pasaron treinta años, ¿pasó la militancia?
–Se resignificó. Ahora estoy viviendo en La Rioja, donde la gente, el hambre y la energía dependen de los gobiernos de turno. Estos sabandijas siempre se valieron de eso para atemorizar. Es muy difícil encontrar mucha gente en las manifestaciones, hay miedo. Ahora sucede algo terrible con la minería, a las autoridades se les ocurrió envenenar Famatina, un lugar que con sus deshielos riega todo un valle. Se van a contaminar las napas, se va a gastar el agua. En un día se gasta el agua de un año. También quieren destruir la Escuela Normal, un edificio de 1892 declarado monumento histórico, donde alguna vez dio una conferencia Rosario Vera Peñaloza, maestra señera de la patria, ¡para construir un shopping! Los maestros van por la marcha número 15...
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