MUSICA › RECITAL EN EL POLIDEPORTIVO DE MAR DEL PLATA
Con su voz inconfundible y sensiblemente mejorada, García ratificó lo que había esbozado en Vélez. Su público, agradecido.
› Por Juan Ignacio Provéndola
“Puedo ver y sentir y decir: algo ha cambiado”, canta Charly García promediando su show en el Polideportivo de Mar del Plata. La letra se reactualiza, tomando más sentido que nunca, e “Influencia” se convierte, entonces, en una suerte de autoprofecía cumplida. Luego de la conmoción que generó su regreso a los escenarios en Vélez (aquel recital bajo la lluvia que algún cerebro del mundo discográfico llamó “el concierto subacuático” para comercializarlo en formato DVD), esta nueva presentación pocos meses después deja en claro una sola cosa: que evidentemente algo ha cambiado. Cambió el Charly que vemos porque primero cambió el que no vemos.
Esa larga y dura procesión interna que comenzó en agosto de 2008 y que hoy, a la vista de los hechos, parece convertir en un mal chiste todos los descalabros que generaron su internación, actualmente reconvertida en rehabilitación ambulatoria. Rehabilitación que sigue en su casa y que parece estar dispuesto a confirmar cada vez que se presenta en vivo. Como el sábado, por caso, cuando mostró su nueva versión ante un moderado auditorio que tomó el gimnasio marplatense, pero que no pudo llenarlo (¿a quién se le ocurrió la idea de dividir el campo en dos?). Una versión definitivamente más feliz que la que se acostumbraba a ver de un músico brillante que parecía haber dilapidado su capital artístico entre divismos y caprichos, y que ahora irrumpe más generoso que nunca.
Es que si antes erraba caóticamente por el escenario pateando micrófonos y abandonando sus instrumentos en medio de sus canciones, ahora parece haber entendido que no existe mejor forma de construir su propio espacio sobre escena que, justamente, respetando el de los demás. Entonces sólo se limitará a tocar su piano de cola y a cantar. Aunque “limitar” suene a verbo obsceno para quien supo hacer de sus dedos y su voz las armas con las que desarrolló una carrera musical brillante por su actitud de no admitir barreras artísticas. Claro que también habrá tiempo para que se desplace por el escenario y se exprese con su cuerpo improvisando, incluso, unos simpáticos pasos de baile. Pero los roles parecen estar bien definidos. A García le corresponde un lugar menor en términos “topográficos”: ya no domina el centro con aquellos teclados castigados por la desidia y su cara siempre desafiante, sino que su nuevo sitio está a la derecha de la escena salvo cuando, eventualmente, abandona su piano para tomar el micrófono central y rubricar la faena colectiva con su voz inconfundible y sensiblemente mejorada. Y no es que se trate de una pérdida de importancia en la presentación en vivo. Todo lo contrario: es la renovada trinchera desde la cual vuelve a dar batalla. Ya no quedan rastros de aquel Charly ególatra que les exigía subordinación a sus músicos y paciencia eterna a espectadores que supieron esperarlo horas y horas por su aparición durante largos años, aunque haya lugar para una planeada zozobra cuando el músico cante “soy el que cierra y el que apaga la luz” en “No voy en tren”, y se haga su voluntad durante cinco minutos de oscuridad y silencio.
Lo que se ve en estos tiempos es un hombre de buen semblante, agradecido por el apoyo renovado de su público y generoso con quienes lo acompañan en este nuevo camino. Por eso reclamará aplausos y más aplausos para “una banda que se la re banca”, y les dará a cada uno el espacio y el momento para que confirmen por qué fueron elegidos. Después de haber pasado la brava, el trío chileno compuesto por Kiushe Hayashida (guitarra y coro), Tonio Silva (batería) y Carlos González (bajo), demuestra estar siempre dispuesto a acompañar al García que les toque en gracia. Hayashida, incluso, exhibe su amplitud musical poniéndose al frente de la percusión en algunos pasajes y, a su vez, complementándose a la perfección con el histórico Carlos García López (¿quién se anima a negar que son los dos violeros más virtuosos que tuvo Charly en toda su carrera solista?). Fabián Quintiero sigue destapando detrás de los teclados todo el potencial performer contenido en su experiencia como bajista de Ratones Paranoicos, e Hilda Lizarazu barrena el escenario una y otra vez poniendo su voz y su cuerpo al servicio de un espectáculo que cobra forma de tal, en gran parte, gracias a su despliegue artístico, destreza física y sensualidad inalterables al cabo de décadas.
Lo musical, aunque causa y efecto de este y tantos otros shows que figuran en la agenda de Charly García (los más importantes: 15 y 17 de marzo en el Luna Park), queda inevitablemente en segundo plano. Los clásicos de siempre suenan más ajustados y sobrios que nunca, siempre condimentados por rescates inesperados (“Adela en el carrousel”) y convidados de ocasión (esta vez, Pedro Aznar, a la hora de “Perro andaluz”, de Seru Giran, y “Hablando a tu corazón”). Lo realmente importante de esto es que las páginas amarillas no extrañarán tanto a aquel constante promotor de escandaletes como sí extrañaba la música a ese artista que parece más decidido que nunca a reconstruir su genio y figura sobre ruinas que parecían irreparables. Y que ahora asoman apenas como insolentes escombros sobre un camino largo, pero ya emprendido.
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