MUSICA › ANA MORAITIS ACTúA EN CLáSICA Y MODERNA
› Por Diego Fischerman
Hoy se renovará el rito, como viene sucediendo una vez por mes desde hace medio año. En Clásica y Moderna (Callao 892), una de las cantantes de timbre más bello y fraseo más exquisito de la Argentina cantará algunas de las canciones más secretas y seductoras que puedan imaginarse. Y es que si la chanson francesa, y hasta la catalana y la vasca, conquistaron una entidad cierta, las canciones escritas en Grecia, por autores como Manos Hadjidalis o Mikis Theodorakis, terminaron quedando relegadas a las cantinas y las fiestas de la colectividad. Ana Moraitis, en un show tan íntimo como intenso, las aleja del exotismo o de la postal superficial y les devuelve –o les otorga, en todo caso– el lugar de pequeñas piezas maestras, llenas de matices y capaces de albergar, en unos pocos minutos, verdaderos universos.
Hija de griegos, dedicada más habitualmente a la música barroca (es la protagonista casi obligada de las producciones de la Compañía de las Luces) y partícipe de puestas de ópera en el Teatro Colón como la de Orfeo de Monteverdi o Les Indes galantes de Rameau, Moraitis no sólo canta esas canciones, muchas de ellas escuchadas desde la niñez, sino que, más bien, las habita. Entra en ellas y recorre, con ellas, un mundo expresivo. En el espectáculo se mezclan las canciones de los grandes autores populares contemporáneos y otras, provenientes de tradiciones más antiguas, en las que esos mismos autores han abrevado. Los temas son, casi siempre, el amor y, claro, esa nostalgia inevitable en un pueblo de navegantes. Esa sensación de ser siempre un poco extranjeros que los griegos definen como “xenitiá” y que allí, incluso, definió un género, las “canciones de xenitiá”. Moraitis, sin excesos de ninguna naturaleza –salvo que se considere excesivo su ascetismo– va recorriendo ese mapa imaginario, más de los sentimientos que de cualquier geografía, que va desde temas folklóricos hasta “Los muchachos del Pireo”, aquella canción de Hadjidakis que se escuchaba en el film Nunca en domingo, dirigido en Grecia por Jules Dassin.
Salvo en el conmovedor comienzo, en que Moraitis interpreta a capella “Por qué ya no cantas, pájaro”, una melodía tradicional de Tracia, la voz es acompañada con sencillez por un grupo que conforman Gonzalo De Vita en guitarra, Menelaos Basagiorgis en bouzouki y Spyros Tyrakis en piano y arreglos. Y más allá de la belleza de canciones como “Samiotisa” (tradicional de las islas del mar Egeo), “En los puertos”, de Evanthia Remboutzika o “El nuchacho está triste”, de Theodorakis, el espectáculo, presentado sintéticamente como Ana Moraitis canta a Grecia, pone en escena la figura de Hadjidakis –y no estaría de más que se incluyeran más canciones suyas–. Muerto en 1994 a los 69 años y ligado desde muy joven al teatro, él fue el autor de la música para el primer espectáculo del coreógrafo Maurice Béjart, sobre Los pájaros de Aristófanes, y de la de varias películas (por la de Nunca en domingo ganó el Oscar en 1960). Su nombre, como el de Theodorakis, es la parte más visible de un movimiento musical casi ignorado fuera de Grecia pero digno de ser conocido. Moraitis, como Savina Yannatou en Europa (y el hecho de que sus discos sean publicados por ECM, la misma compañía donde graban Keith Jarrett y Egberto Gismonti, no es un dato menor) comienzan a descubrirlo para el mundo.
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