MUSICA › CHARLY GARCIA Y UN SHOW DE ALTO VOLTAJE ANTE UN LUNA PARK REPLETO
En un concierto que significó un escalón superior a aquel Vélez subacuático, García comandó a una banda ajustadísima para una cabalgata que llegó casi a la treintena de temas, con apariciones estelares de Pedro Aznar y León Gieco.
› Por Luis Paz
CHARLY GARCÍA
Músicos: Charly García (piano y voz), Negro García López (guitarra), Fabián Von Quintiero (teclados y sintetizadores), Hilda Lizarazu (coros), Kiuge Hajashida (guitarra), Carlos González Vázquez (bajo) y Antonio Silva (batería).
Invitados: León Gieco y Pedro Aznar.
Público: 7000.
Duración: 2 horas 45 minutos.
Miércoles 17, estadio Luna Park (repite hoy y el sábado 3 de abril)
En un diálogo de The Notorious Bettie Page, la biopic sobre la modelo legendaria del pin up, una fotógrafa le precisa quiénes compran esas fotos suyas de corsets herméticos y tacos imponentes: “Gente con mucha presión, congresistas, médicos, abogados, gente que trabaja para que vivamos. Y si eso quieren, ¿qué hay de malo en hacerlos un poco más felices?”. Aplicar lo mismo a Charly García da idéntico resultado. No importa qué sea (lo que toque, tome, deje o diga), es Charly, el compositor clave de esa música popular que, antes de él, simplemente era música, a secas. Nada nuevo leyó usted hasta aquí y técnicamente no es algo errado, porque nada nuevo se vio el miércoles en el Luna Park. Salvo la concreción (a la fuerza) de un modelo que García exploró bastante en las últimas décadas: el del Charly como director y espectador, a la vez, de su propia música, ese García siendo un Dr. Parnassus de las melodías, obligado a perpetuarlas sin ya poder –o querer, cada uno habrá de hacer sus conjeturas– ejecutarlas él.
Varios momentos del primero de sus shows en el Luna (repetirá hoy y el 3 de abril) dieron cuenta de que esta nueva versión de Los Enfermeros –en la que a Hilda Lizarazu en coros, el Negro García López en guitarra y Fabián Von Quintiero en teclas digitales se suma un power trío chileno– es posiblemente la mejor orquesta que pueda dirigir. En esos ratos, Charly se despegó del piano y cobró aura de titiritero: así como Zucchero, George Clinton o Tom Zé, paseó por el escenario, habló con el público, celebró a sus compañeros y manejó los hilos de una banda precisa, atronadora y con atisbos psicodélicos. Señalizar y apenas acompañar con acordes y barridos de teclas, pero mantener la batuta vocal, ésa parecer ser hoy la fórmula, buscada y a la fuerza, a la vez.
El show está dividido, básicamente, en tres decenas de canciones: las del primer Charly solista, las de Say No More y un ping-pong final que va de costa a costa de su discografía. Si los recitales pudieran reproducirse como chorizos y usted fuera esta noche al Luna Park, vería salir a García más o menos a las 22.10, luego de que una bailarina de De la Guarda se desquitase por el aluvión del show impermeable en Vélez que la dejó sin participar. Con proyección urbana de posguerra detrás, Charly empezaría con “Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet” y “Rap del exilio”. Lo elevarían, sentado en una viga, durante “No soy un extraño”. Vería, nuevamente al ras del escenario y tras su piano, cómo el Negro García López solea acostado en “Cerca de la revolución”. Dialogaría con las eternizadas voces de Lizarazu en “Filosofía barata y zapatos de goma”, pregonaría Viva Chile en “Vía muerta” y les dedicaría a los que quieren verlo muerto el estreno “La medicina”, que no destaca pero muestra esa crítica caricaturesca propia de la luz del mejor García.
Ahí subiría León Gieco y los ocho músicos obsequiarían “Los Salieris de Charly”. León querría irse pronto y Charly lo seguiría sobre el escenario, con el brazo derecho extendido (aunque ya sin brazalete de SNM), buscando su hombro. Le diría algo al oído y se dirigiría nuevamente al público: “Esta va fuera de lista, sin ensayo”. En un gesto remunerativo, León y Charly entregarían la inesperada “El fantasma de Canterville”. Diría aquello de “La canté acá cuando la mayoría de ustedes no había nacido” y algunos ya padres aplaudirían desde sus plateas (y desde su paternidad, inevitablemente).
Una primal “El amor espera”, otra vez con Charly como maestre ceremonial, inauguraría la segunda parte del show, un entramado de algunas de sus mejores piezas: “Rezo por vos”, “Yendo de la cama al living”, “Nos siguen pegando abajo”, “Influencia” y una canción hoy recargada de melancolías, fantasmas y sentidos: “Llorando en el espejo”. Entonces, si todo hoy fuese como el miércoles, parecerá no haber mejor música para simbolizar aquel papel que buscaba el hábil jugador que la que toca esta banda: una metralla revitalizante, aunque amarga y desgarradora. Emociones idas cuando la línea blanca se terminó para Charly, pero recobradas en la música, la que en definitiva es su droga.
La aparición de la segunda bailarina para “Pasajera en trance”, y su vuelo ascendente sobre el público (con un arnés, claro), darán en la tecla: podría ser el propio García elevándose para dar una tercera hora de show en ascenso directo, llevando la calidad a un pico cuando Pedro Aznar se haya sumado, si los invitados no cambian. Antes, y si es que va al Luna Park hoy, podrá oír “Raros peinados nuevos”, “I Feel Much Better”, “Vicio”, “Nuevos trapos”, “Estoy verde” y “No voy en tren”. Difícilmente, eso sí, Charly quiera repetir el tropezón en escena durante “Deberías saber por qué” y ese chascarrillo hecho al Negro García López: “¿Sabés Negro por qué uno se cae? ¡Para levantarse!”.
Ojalá usted tenga el placer de asistir a un final tan memorable como ése que sumó a Aznar para “Perro andaluz”, una genial (cualquier otro adjetivo es impreciso) obra maestra en manos de Aznar, García, Lizarazu, el Negro y el Zorrito. Y ojalá no se pierda la inesperada “Seminare”, anclada mucho más allá del 28º lugar de una lista de canciones, en miles de gargantas en combustión.
“No se va a llamar mi amor” y “Rock & Roll Yo” serán, entonces, algo así como el postre. Tal vez acompañadas de “No toquen”. Solo “tal vez”, porque el miércoles no la tocó. Tampoco hizo falta: el show, sobre todo en la segunda parte, subió escalones con talento y esfuerzo, ubicándose musicalmente bastante por encima del Concierto Subacuático. Tal vez por esa tranquilidad, García tan solo admitió la imposibilidad: “Chau, no doy más”. Al costo que tuvo dar más, mejor así.
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