Jue 09.02.2006
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MUSICA › LOS KJARKAS FESTEJARON EN FERRO SU TRIGESIMO QUINTO ANIVERSARIO

La gran fiesta boliviana

Con bailanta, humor y folklore, la comunidad de ese país se dio cita junto a sus ídolos. El encuentro fue matizado por abundante marketing y, también, quejas por discriminación.

Por Karina Micheletto

La comunidad boliviana residente en la Argentina tuvo su fiesta en el estadio de Ferro, en un festival en el que Los Kjarkas festejaron sus 35 años de historia y donde hubo lugar para bailanta, humor y expresiones folklóricas de esa tierra. El martes por la noche, en un encuentro que comenzó con algunos problemas de organización, el estadio de Caballito lució banderas bolivianas, con música y danza hasta la medianoche, ante unas cinco mil personas. Afuera, desde las siete de la tarde, el merchandising rojo, amarillo y verde se traducía en gorro, bandera y vincha, llaveritos y posters varios. Eso sí: la principal convocatoria del merchandising pasaba por el trigésimo quinto aniversario de Los Kjarkas. Evo Morales, el hombre que por estos días impone la moda de su pulóver en el mundo entero, apenas ameritó un solitario vendedor de almanaques con su cara, impresa sobre la bandera whipala (la que representa a los pueblos incaicos con todos sus cuadraditos de colores, también ausente dentro del estadio). “Es todo lo que traje porque es todo lo que tengo”, explicó el vendedor con lógica de hierro, cuando sólo le quedaban unos pocos en stock. El folklore de los encuentros de izquierda, queda claro, permanece más atento a los cambios del mercado.

El show se iba a hacer el sábado pasado, pero debió pasarse para un día de semana porque el certificado de habilitación no llegó a tiempo. También hubo problemas con los cuestionamientos de los inspectores durante el espectáculo, montado con gran despliegue escénico, lumínico y de pantallas gigantes. “La misma gente de Ferro nos dice que nunca dieron tantas vueltas con un show”, se quejaban los organizadores, dejando traslucir que tenía que ver con que estuviera dirigido a la comunidad boliviana. En las boleterías, tres chicas sufrían las consecuencias de los problemas de organización. “Vine en la semana a comprar las entradas al club. Alguien me vendió tres a $50 cada una, vi que decían ‘invitación especial’, pero no me pareció raro”, se quejaba Soledad Be-ttendorff ante la negativa de otorgarles validez a sus entradas.

Para los que pudieron entrar, la fiesta fue en aumento a medida que transcurrían las horas. Si los que abrieron el festival fueron Los Clasiqueros, un grupo que remixa viejos temas disco y los transforma en bailanta (Staying alive, de Fiebre de sábado a la noche traducido al castellano, por ejemplo), lo que siguió tuvo más sabor a folklore boliviano. Como el Grupo Femenino Bolivia, una formación de siete mujeres con 23 años de trayectoria, que retoma ritmos tradicionales y en su momento rompió importantes barreras de prejuicios. Es que, según la interpretación más conservadora, en la cultura aymara la mujer no puede tocar instrumentos de viento. Otro número importante de la noche fue Jenny Serrano y Champagne Show, un grupo humorístico muy popular en Bolivia, que satiriza personajes de las diferentes regiones del país. El más conocido es Satuka Pozzo, una chola paceña que habla rápido y mal el español (su idioma es el quechua o aymara). El año pasado, Serrano estuvo en los 30 segundos de fama de Tinelli, y aquí todos lo recuerdan: “Ganó moralmente, porque se compró al público. Pero le dieron el premio a un señor mayor que hacía el ridículo. A ella la discriminaron por boliviana”, denuncia un seguidor de Jenny.

La comunidad boliviana en la Argentina está en constante crecimiento. Para el Indec, aquí viven 350 mil bolivianos, aunque según la Organización Internacional de Migraciones, para acercarse a un número real, por lo menos hay que triplicar esta cifra. Las redes comunitarias incluyen asociaciones, radios y publicaciones independientes como Vocero boliviano o Renacer. Y festivales como éste mueven una cantidad importante de gente. Su principal promotor es Ricardo Banjay, un empresario que comenzó como integrante del grupo Los Bríos y terminó manejando una radio que transmite desde La Salada actuaciones de grupos, bailes y espectáculos dirigidos a la comunidad. El 16 de agosto pasado, cuando trajo a Los Kjarkas al Luna Park, logró un lleno total. Esta vez, problemas organizativos mediante, Ferro quedó un poco grande. “Es que además eligió una mala fecha: para la mayoría de los bolivianos, el trabajo se corta en enero. Muchos se van a Bolivia para las Fiestas y recién están volviendo, pero sin plata. Y los que no se pudieron ir están en la misma”, explican los periodistas de Vocero Boliviano.

Cuando, al fin, llegaron Los Kjarkas, la fiesta cobró fuerza. El grupo nació al calor del boom del folklore de los ’60, entonando zambas argentinas. Si en los ’70 se sumaron a la música andina de la mano del movimiento indigenista, con el tiempo fueron adquiriendo cierto cariz romántico. En el medio, grabaron 35 discos y compusieron más de 350 canciones, entre ellas, la famosa Lambada, llorando se fue, por la que ganaron un juicio por plagio. Así, el show actual los muestra entre una reivindicación de la raza y de la tierra que hace pie en la ecología, y el folklore más romántico al estilo Nocheros bolivianos (sin llegar a las baladas pseudoeróticas de los créditos locales, pero con la misma arenga: “¡A ver las chicas, más fuerte!”). Con una réplica de la Puerta del Sol como fondo, y enfundados en ponchos típicos bolivianos, Los Kjarkas mostraron los takiraris, sayas y tinkus que los hicieron famosos en todo el mundo. Para entonces, los intentos por mantener ordenada a la gente “con los pasillos libres, como pide la municipalidad”, eran por demás vanos. La fiesta había ganado el estadio.

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