MUSICA › RECITAL DE KORN EN EL LUNA PARK
› Por Leonardo Ferri
No parece ser casual que Buenos Aires se haya convertido en parada obligada para aquellas bandas que, años atrás, estuvieron en la cima de los rankings. Mientras que en sus épocas de plenitud las giras se concentraban en los mercados más rentables, hoy el mundo parece ser más grande y, tal como lo hicieron Cranberries y A-ha durante febrero y marzo, Korn bajó a Sudamérica para ser la fecha noventosa de este mes, con la única diferencia de que ya habían visitado la Argentina en 2008. Lo bueno es que, al ser las visitas más esporádicas que en el primer mundo, cada show muta en una especie de Grandes Exitos al que no le falta ningún ingrediente, y las bandas aprovechan para tocar canciones que hace rato tenían olvidadas. Y todos contentos.
El concierto empezó 15 minutos antes de lo previsto y con algunos fans todavía afuera de un Luna Park repleto. Con la escenografía básica del telón con el logo de la banda, “4U” abrió la noche, seguido por “Dead Bodies” y “Need To”. Con un sonido fuerte, claro y que rebasaba los límites del estadio, Korn mostró su chapa de banda “pesada” con mayúsculas, fundamentalismos heavies aparte. Porque Korn es un grupo crudo, con pocas sutilezas –menos todavía en vivo– y que sale a golpear desde el principio. No da respiro. Aplasta y asfixia. El cantante Jonathan Davis, a pesar de su imagen de hombre triste y conflictuado, es un frontman seguro, que sabe bien lo que hace y cómo llevar adelante un show. Como un líder de masas, cada uno de sus gestos es seguido e imitado a la perfección por sus fans.
Al igual que en los distintos tramos de su gira, la banda combinó “Comming Undone” con “We Will Rock You”, de Queen, y continuó con “Here To Stay” y “Falling Away From Me”, primer gran momento de la noche. A pesar de no contar con su formación original, el grupo de sesionistas que acompaña cumple más que bien su papel. Esto, dentro de una banda que se jacta de haber creado un estilo –el nü metal, combinación de metal, hip-hop y funk–, podría no ser un dato menor. Pero de los miembros originales quedan los más significativos –además de Davis–: James “Munky” Shaffer en guitarra y Fieldy en bajo, mientras que el baterista original David Silveria fue reemplazado por el potente y preciso Ray Luzier.
La ocasión sirvió también para presentar un tema nuevo, “Oildale”, y luego continuar con la seguidilla de “Somebody Someone”, “Did My Time” y “Freak on a Leash”, entre otros. Curiosamente fue ignorada la etapa de Life is Peachy, que contenía al hit marketinero “A.D.I.D.A.S” y “No place to hide”. Pero no faltaron “Blind” ni “Good God”, temas emblemáticos no sólo de Korn, sino de toda la movida del nuevo metal de los noventa.
Hacia el final sonaron “Shorts and Ladders”, la oscura “Clown” y la pegadiza “Got The Life”, después de poco más de una hora y media de show. El estadio se descomprimió, tanto de gente como de fuerza sonora, y sólo quedó un zumbido en los oídos. Otra visita más, de esas que no dejan grandes marcas, pero sí sirven para ir tachando ítem de una lista imaginaria e interminable, y decir “Yo estuve ahí”.
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