MUSICA › ARBOLITO HARA ESTA NOCHE SU PRIMER LUNA PARK
La banda que sacudió la modorra con su cóctel de ritmos folklóricos y espíritu rockero no parece sentirse afectada por haber “llegado”. “Es un paso más del paso a paso que seguimos siempre”, dicen, y al mismo tiempo aseguran que no resignarán su autonomía.
› Por Cristian Vitale
“Siempre hacemos lo que nos pinta”, determina Pedro, aerofonista de Arbolito, y ninguno de sus compañeros opone un pero. Situación: ensayo previo al arribo del grupo por primera vez al Luna Park (hoy a las 19.30) y un devenir inmediato que ratifica la sentencia. Pedro empuña la guitarra –porque también la toca– y desliza mansamente el slide sobre las cuerdas como si fuera David Gilmour. La excusa es probar “De Agua”, uno de los temas más bellos de Despertándonos, el último disco, y la imaginación lleva a un cruce de ríos geográficamente imposible, el Paraná y el Kaldor de Cambridge. “Es el momento en que se mezclan las aguas”, sigue él, iniciando el viaje. Agustín, Ezequiel, Andrés y Diego –el resto– ultiman detalles sonoros, trabajan con el técnico para dejar los instrumentos a punto caramelo ante lo que consideran “un paso necesario”. Andrés, el bajista, lo desarrolla mejor: “Es un paso más del paso a paso que seguimos siempre. Nosotros no hablamos de gran salto, para nada. Apenas de un ‘ahora nos toca’ que queremos compartir con nuestro público. Es lo que más nos interesa”.
–No les come la cabeza tocar en el Luna Park...
Ezequiel Jusid: –No. Es cierto que por ahí llegamos a lugares donde nos viene a ver mucha gente, pero es por tocar mucho durante años... no es una sorpresa. Creo que lo que debe molestar de la masividad es llegar a un lugar porque te inflaron o te inventaron, porque de la misma manera que llegaste te vas, pero lo nuestro va por otro lado: por una cuestión de respeto mutuo con la gente.
Agustín Ronconi: –La verdad es que no nos sentimos masivos, además.
Pedro Borgobello: –La masividad puede llegar a molestar cuando sentís que lo que viene del otro lado es más de lo que vos generás. Pero a nosotros la gente nos conoce por lo que hacemos, no porque salimos con Luciana Salazar (risas).
No despierta sorpresa el tono de las respuestas. Arbolito es, desde hace trece años, una banda que, más allá de su propuesta musical reveladora, personal y relevante, conlleva un aura que la torna única: evidencia una coherencia en el hacer que no encaja con el fast food de la industria, con la insoportable levedad del mercado. Se hizo con tranquilidad en las calles, en las plazas, en los clubes chicos y en sus propios espacios. Se hizo vindicando a un vindicador (el indio Arbolito), viajando con Osvaldo Bayer (vindicador de Arbolito) para bajar del mármol de la historia a Roca o Rauch o editando sus propios discos. Se hizo debutando con un casete porque el dinero no daba para el CD (Folklore, 1998) o comprando una combi de las viejas en la que viajaban apretados como salchichas músicos e instrumentos, o creando canciones que, en conjunto, no cabían en ningún nicho mercantil: El “Huayno del desocupado”, la arriesgada y preciosa versión de “Zamba de Lozano” del Cuchi Leguizamón, un taquirari para pogo con niños que aún resulta el alma de sus fiestas (“Sariri”), y un devenir que fue sumando gemitas: “La arveja esperanza”, “Vinito y amor”, “La novia”, “Saya del yuyo”. Un mundo-mosaico de chacareras, huaynos, sayas, zambas, reggaes y candombes a veces impregnados por el espíritu de Ian Anderson, León Gieco o Los Redondos. Así se hizo Arbolito. “Siempre hacemos lo que nos pinta –insiste Pedro–. Que sea folklore mezclado con rock, reggae, cumbia, chacarera o zamba es producto del lugar y la época en que vivimos. Probablemente seamos una de las primeras bandas en verlo y desarrollarlo, aunque ya había grupos como Arco Iris, Los Jaivas o MPA, que se manejaban en esa línea. Tarde o temprano se iba a dar esta tendencia, porque nosotros somos esto.”
–¿Sienten a esta altura que les está llegando un rebote de lo que ustedes mismos han generado? Hay muchos grupos que se manejan cómodos en esa delgada línea que circula entre el rock y la música de raíz y los tienen a ustedes como referentes. Es algo que ocurre sobre todo en Buenos Aires.
Agustín Ronconi: –Si hemos influido, no lo sé, pero seguro que desde nosotros se generó un sonido nuevo con más libertad y compromiso. Y por eso estamos vibrando en una misma sintonía con otros grupos.
E. J.: –Fue parte de un proceso natural que se cayeran esas paredes que separaban la música. Que el tanguero, que el rockero, que el folklorista...
A. R.: –Igual, no hay que olvidar que la consolidación del capitalismo en el mundo ha obligado a hacer cosas rápidas, de salida urgente, de la pegada al toque ¿no? Tener un tema que pegue y después armar el disco. Tiene que ver con una ideología y la nuestra va por otro camino: por desarrollar un estilo con otros tiempos. Por ahí, hoy las canciones están más cuidadas.
–Está bien, pero la impronta Arbolito está clara desde el primer disco.
A. R.: –Convengamos que hacer una zamba del Cuchi Leguizamón de ocho minutos no te pone en el lugar de lo fácil (risas).
–El típico “¿Qué hace Arbolito?”, ¿no?
Andrés Fariña: –Claro. Estamos tan a mitad de camino que nadie nos encuentra en las bateas. Sobre todo cuando empezamos estábamos tan afuera de todo que no nos importaba (risas).
Diego Fariza: –Hay mucho prejuicio con eso desde el rock. Hoy por hoy el rock, que supuestamente es una corriente muy liberal, está más cerrado que otros géneros. Me parece raro... la palabra rock puede enmarcar una cantidad de saraza que, bueno, es raro.
–En los ’70 podían compartir un festival Litto Nebbia con Domingo Cura, Arco Iris y Pescado Rabioso.
E. J.: –Igual, una cosa es el mercado y otra la incapacidad de los artistas para ver eso. Además, hay una cuestión de decadencia de un género. Hoy por hoy, entre los festivales y una radio como La Mega, el movimiento de rock se ha debilitado un montón. Excepto las grandes bandas que han quedado de antes, dos o tres, el resto, bueno... el otro día fuimos a ver a Skay y fue una tremenda bocanada de aire fresco, y es Skay, un tipo que la viene haciendo desde los sesenta ¿no? Yo creo que el rock que se escucha hoy no está muy lejos de lo que era el Club del Clan. Se cantan las cosas que podía cantar Palito Ortega.
P. B.: –Fijate que con la música hacen lo mismo que con los celulares, generan una necesidad hasta que te terminan vendiendo cualquier cosa. Es el típico quemado de cabeza.
–Después de grabar y trabajar sus cuatro primeros discos en forma totalmente autogestiva, la misma inercia del crecimiento los llevó a firmar contrato con Sony, una multinacional. ¿En qué medida han logrado mantener el perfil independiente?
A. F.: –En realidad, lo único que hace la compañía es mandar plata para el disco, después hacemos todo solos.
E. J.: –Es que nosotros llegamos a firmar con la compañía después de diez años de autogestión total, y ellos nos conocen, lo saben. Saben quiénes somos y cómo procedemos. Incluso, el primer requisito que firmamos en el contrato dice que la artística y la estética corren totalmente por nuestra cuenta y nos han respetado muchísimo. Más de lo que esperábamos, tal vez.
P. B.: –De hecho, cuando nos sentamos a negociar con el sello estuvimos como cinco o seis meses hablando, porque siempre defendimos la autonomía, siempre entramos al estudio a grabar lo que queríamos grabar y no a que nos manipularan artísticamente. Estimo que a la compañía le debe cerrar así, si no no estaríamos ahí.
–Una visión ampliada de esto sería que si metés un buen número de público en el Luna va a aparecer gente con la intención de “incorporarse” al potencial negocio. ¿Cuál es la estrategia que tienen ustedes para defender la autonomía ante eventuales propuestas de este tipo?
E. J.: –Por ahí llega gente distinta, piratas sueltos que hacen cosas para cagarte la película, el típico personaje que aparece en el camarín, atrás, y te da una tarjeta. Bueno... estamos acostumbrados, pero la idea nuestra es tocar lo más que se pueda y laburar de esto. Nuestra vida económica pasa por la banda y cuantos más lugares se abran para tocar, mejor, aunque siempre cuidándonos, porque si hay otra cosa que nos favorece es que el público, al cuidarse, nos cuida también a nosotros.
A. R.: –Otra cosa es que tampoco le tenemos miedo al público nuevo, de hecho hemos despertado curiosidad en el sentido de que vino gente a vernos que era de ir a recitales con pogos violentos y con nosotros se maneja de otra manera. Es por el contagio que produce nuestra fiesta. Ojalá podamos llevarla a lugares más grandes.
E. J.: –Preservamos mucho el capital humano. A veces nos pasa que si alguien, algún productor o quien sea, nos trata mal, cortamos. Tratamos de que no sucedan esas situaciones, de que no haya mala energía cerca. Es una forma de autodefensa.
–En el ambiente se le dice el buitrerío...
P. B.: –Está lleno, ni hablar. Pero, por ejemplo, los productores con los que trabajamos en las provincias son gente que ya conocemos y está todo bien. El que te caga una vez, chau, no te caga más. El que te bardea o te forrea, fue.
A. F.: –Lo bueno que nos pasó en estos años fue trabajar con gente que entiende muy bien de qué va nuestro capital humano.
E. J.: –Un caso es que cuando éramos una banda más chica nunca aceptamos vender entradas para tocar, por ejemplo. Nunca pagamos para tocar y preferimos alquilar lugares como hacíamos con el Verdi, o tocar en las plazas.
–¿Y cospmo banda más convocante?
E. J.: –Nos pasó mucho de conocer productores que nos contrataban para tocar, pero ponían un par de bandas soporte para pagar el sonido, la movida, y planteamos que no. La banda soporte no tiene por qué pagarnos a nosotros. Los productores que aceptaron nuestra postura se dieron cuenta de que el compromiso de las bandas es mucho más grande, porque están más contentas, se contagia la situación y termina viniendo más gente. Se genera una energía mejor y, de hecho, hay muchos productores que están haciendo eso. A cualquier banda la predispone mal tener que poner guita para tocar... esta actitud hay que defenderla siempre.
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