MUSICA › PRESENTACIóN DE YO-YO MA EN EL TEATRO COLóN
En el notable concierto de apertura del Abono Bicentenario, el cellista francés eludió explícitamente la categorización de géneros. Junto a la gran pianista Kathryn Stott interpretó obras de Morricone, Brahms, Gershwin y Camargo Mariano, entre otros.
› Por Diego Fischerman
“En este mundo y en esta época nadie crece escuchando una sola clase de música”, decía Yo-Yo Ma en la nota publicada por este diario el viernes pasado. La frase difícilmente podría ser discutida. Y aun si se pensara en particular en las músicas de concierto, en aquellas que demandan una escucha atenta y juegan con esa idea, es claro que el panorama, después del jazz, de cierto tango, de la bossa nova, de los “nuevos folklores” surgidos en varias partes del mundo a partir de la década de 1950, de King Crimson o de los mismos Beatles, es totalmente otro que en los finales del siglo XIX, cuando la única música capaz de perdurar y de viajar de un lado a otro –y de circular y ser discutida como arte– era la que estaba escrita.
Nadie menor de 60 años, en todo caso, utilizaría hoy, como se hacía otrora, los conceptos de “música popular” y “música ligera” de manera indistinta. Está claro que “A day in the life”, de los Beatles, o “Starless and Bible Black”, de King Crimson, son mucho menos ligeras que “Don Pasquale”, de Donizetti. Y está claro, también, que en todos los repertorios hay piezas más livianas o menos comprometidas –o con una relación menos densa entre duración e información– que otras. Yo-Yo Ma, en el extraordinario concierto con el que abrió el Abono Centenario del Colón, no se manejó con una categorización de géneros. Fiel a sí mismo, fue y vino entre piezas de distintas tradiciones. Pero manejó con maestría la posibilidad de ir de lo leve a lo compacto como una manera de establecer un relato. Una pequeña suite, en la que entrelazó, casi sin pausa, el tema “El oboe de Gabriel”, de la película La Misión, compuesto por Ennio Morricone, el Preludio No. 2, de George Gershwin (arreglo para cello y piano de la transcripción realizada para violín y piano por Jascha Heifetz) y “Cristal”, de César Camargo Mariano, dio lugar, en la primera parte, a la Sonata No. 1, de Johannes Brahms. En la segunda, la juvenil Sonata, de Sergei Rachmaninov, llegó después de L (50, en numeración romana), una obra con un potente ritmo motor del británico Graham Fitkin. La obra, escrita para el 50º cumpleaños del cellista, abreva en Bartók pero, podría decirse, es un Bartók pasado por Chick Corea o por la rítmica de Emerson, Lake & Palmer. Rachmaninov en el final, en todo caso, cerró un círculo de manera casi perfecta. Allí pudo escucharse mucho del hiperromanticismo con el que se construyó la música de cine durante los mediados del siglo XX y del que la pieza inicial de Morricone es una clara heredera.
Más allá de la desafortunada decisión de que el concierto se realizara delante del telón del escenario, lo que perjudicó notablemente la proyección del sonido del cello (la tapa abierta del piano ayudó para que el sonido de ese instrumento no fuera igualmente chupado por el pesado cortinado) fue notable el trabajo de Yo-Yo Ma con las cualidades tímbricas, sus posibilidades de ir casi desde lo brutal a lo etéreo y de sumergirse en un magma junto al piano o despegarse de él con un vuelo cristalino. Kathryn Stott, una intérprete extraordinaria –bastaría la manera en que el tema del fugato del último movimiento de la obra de Brahms, al ser tomado en los graves, adquirió peso y presencia– fue mucho más una deuteragonista que una acompañante y fue capaz de ir, con naturalidad, del balanceo juguetón de “Cristal” –una suerte de samba– al espeso tejido de la escritura brahmsiana. Este compositor, con su característico juego entre expansión y contracción y ese fluir entre la expresión más romántica y el énfasis en lo formal (el hermoso tema inicial, una melodía absolutamente genial armada sobre una relación casi matemática de intervalos, es un ejemplo inmejorable) encontró en Ma y Stott dos intérpretes privilegiados, capaces de lograr que la excepcional demanda técnica que la sonata exige se integrara con naturalidad a lo expresivo. El dúo, generosamente, tocó, como bis, una obra de aliento mayor que la clásica pieza breve y virtuosa reservada para tales ocasiones, “Le Grand Tango”, que Astor Piazzolla había escrito para Mstislav Rostropovich. Y con esa pieza llegó, de manera tal vez paradójica, la demostración de aquello que, finalmente, sí diferencia a las músicas artísticas de tradición popular de las de tradición europea y escrita: el valor de la interpretación. Y es que, a diferencia de Rostropovich, quien nunca logró tocar de manera convincente “Le Grand Tango” –finalmente una obra popular, una gran condensación de todos los gestos del piazzollismo, con un cierto grado de estilización, algo más virtuosa pero en nada diferente de sus piezas para el quinteto–, Ma y Stott lo interpretaron con el tono exacto que hubiera tenido en manos de dos integrantes de su quinteto: sin ampulosidad y, sobre todo, con swing. En el final, y ante la ovación admirada de un Teatro Colón lleno, llegó, literal, el canto del cisne: la bellísima –y cinematográfica– pieza que Saint-Saëns dedicó a esa ave en el Carnaval de los animales.
10-YO-YO MA
Yo-Yo Ma: cello
Kathryn Stott: piano
Obras de Morricone, Gershwin, Camargo Mariano, Brahms, Fitkin y Rachmaninov.
Fuera de programa: Piazzolla y Saint-Säens
Concierto de apertura del Abono Bicentenario
Teatro Colón. Viernes 11.
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