MUSICA › DAVID MURRAY Y SU HOMENAJE A NAT KING COLE
› Por Diego Fischerman
David Murray es un saxofonista extraordinario. Su manera de “montar” acordes imaginarios sobre los existentes es fantástica, tiene un asombroso control sobre el timbre y la afinación de los armónicos sobreagudos y de los multifónicos, maneja con destreza descomunal un código que va del sonido espeso de Ben Webster a los recursos de la vanguardia del free jazz, con cuya construcción él mismo colaboró. Y llegó a Buenos Aires con una banda cubana de gran ajuste, con algunos buenos solistas y con un objeto expreso: el homenaje al repertorio de mambos y cha-cha-chás que Nat King Cole cantó en castellano. El resultado no podría haber sido más pobre.
El recurso del solo out de Murray sobre un tema archiconocido y sobre un arreglo más que estandarizado sorprendió la primera vez, dejó de hacerlo la segunda y provocó un simple hastío a fuerza de ser repetido a lo largo de casi dos horas. En esa operación podría haber habido ironía. No la hubo. Los arreglos podrían haber acompañado la “deconstrucción” de Murray. No lo hicieron. En rigor, la excesiva extensión de la presentación fue un catálogo de lo no hecho y, es más, de lo nunca imaginado, en un proyecto que podría haber sido un desafío creativo y que se limitó al sencillo emprendimiento laboral: una banda no demasiado cara y un show de título engañoso y posiblemente convocante en América latina, para salir de gira. Lo que podría haber sido una interesante revisión del estilo de las bandas bailables caribeñas que en su momento fascinaron al público estadounidense, fue la mera superposición de un saxo sorprendente con una grisácea banda de crucero. De Pérez Prado quedó, apenas, una tibia derivación del primer apellido: la pereza.
La falta de riesgo, la repetición de un mismo modelo de desarrollo hasta el cansancio y más allá, y la sensación de infinita escasez creativa se acentuaron con la comprobación de que la banda hubiera podido dar para más. Podría haberse enriquecido la armonía, podría haberse jugado con las posibilidades rítmicas, podría haberse aprovechado su ajuste –y esa excelente tradición de bronces que muestra Cuba– para algo más. Solistas como el saxofonista Román Filiú (el que más se animó a seguirle el juego a Murray) o el trompetista Frank Mayea Pedroza, experto, como Arturo Sandoval, en lograr los armónicos graves del instrumento, más un pianista sumamente correcto, como Pepe Rivero, y una base rítmica impecable, hubieran permitido otra clase de planteo, más a tono con los antecedentes del líder. La pasión de Murray por embarcarse en los proyectos más diversos, desde tocar con rappers hasta hacerlo con músicos marroquíes o de cajún del sur norteamericano, podría ser visto como una prueba de curiosidad e inconformismo. Pero, también, teniendo en cuenta que se trata de un músico que a los 22 años había alcanzado el pináculo de su prestigio, como el rasgo visible de la más profunda de las de-sorientaciones. Es posible que este proyecto que recuerda a Cole, pero está lejos de homenajearlo, sea sólo un emprendimiento comercial de poca monta. En ese caso no sería grave, salvo para los que gastaron el dinero de la entrada. La otra posibilidad es más preocupante, sobre todo si se piensa que Murray es, tal vez, el último gran creador de lenguaje en el saxo tenor. Y es que quien siendo muy joven sacudió al jazz con el World Saxophone Quartet, con discos como Ming y con intervenciones como la que tuvo en el álbum Special Edition, de Jack De Johnette, hoy no tenga la menor idea de qué hacer con su carrera.
5-DAVID MURRAY
David Murray: saxo tenor, junto al Cuban Ensemble conformado por Román Filiú (saxo alto), Ariel Bringuez (saxo tenor), Mario Morejón y Frank Mayea Pedroza (trompetas), Denis Cuni (trombón), Abraham Mansfarroll (congas), Rainer Elizalde (contrabajo), Pepe Rivero (piano) y Georvis Pico (batería).
Teatro Coliseo. Viernes 25
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