Sáb 31.07.2010
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MUSICA › MARIANA CINCUNEGUI Y EL CAMINO QUE ABREN LOS MANDALAS

“Hay que conservar aquella manera de elegir jugando”

Sin pretender poseer “la posta”, la cantante señala que entre tanta oferta de ruidoso entretenimiento no está mal “sumar colores, escuchar, abrirse a las posibilidades”. Lo de hoy en Ciudad Cultural Konex puede ser entendido como una cita de honor.

› Por Facundo García

Hace tiempo que Mariana Cincunegui construyó una nave de sonidos y salió a dar vueltas por ahí. En la inmensidad del cosmos creativo, cada tanto se topa con un mundo donde vale la pena detenerse. Entonces aterriza y transmite a los demás algo de lo que encontró. Pueden ser tesoros del rock, de la música india, del candombe o de cualquier otro género. Lo importante es que siempre anda de viaje, en busca de un arte hecho “con chicos, pero no exclusivamente para chicos”. Ahora, por ejemplo, está en el planeta de Alasmandalas, el disco que presentará hoy a las 17.30 en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), junto a una selección de temas de los ya clásicos Piojos y Piojitos 2 (editado por Página/12) y Mariana y los Pandiya.

Después seguramente despegará con rumbo desconocido. Mientras llega el momento, la musinauta se acomoda en su estudio –una casita en la que pululan instrumentos que parecen a punto de empezar a bailar– y explica que el primer acercamiento a los mandalas se dio en 2008. Una alumna le trajo un libro con esas ilustraciones que en Oriente se usan para favorecer el crecimiento espiritual; y la idea de cantar y pintar basándose en los dibujos concéntricos no tardó en aparecer. Así germinaron siete temas producidos y arreglados por Daniel Johansen: un jardín con flores tan curiosas como “Across the universe”, de Lennon-McCartney, y “Cuerpo y Alma”, de Eduardo Mateo. “Son canciones que circulan, tipo Joni Mitchell o las armonías de jazz”, ilustra Cincunegui. Pero el verdadero sentido de su hallazgo se revela cuando hay un grupo en ronda y niños que interpretan melodías, armonías y mantras. Es el hechizo de la tribu que, cantando, multiplica sus propias energías.

–Qué extraño hablar de esto. En general se piensa a los niños como seres que sólo pretenden divertirse y comer papas fritas...

–Esa postura es la antítesis de Alasmandalas. Por el contrario, acá se trata de recentrarse, de andar en círculos, de salir de uno y volver; y no de “distraerse” solamente. Ojo, no estoy diciendo que entretenerse sea malo. Pero una cosa es abrir el corazón al entretenimiento por el entretenimiento mismo y otra es abrirse al arte. Yo no tengo ganas de “entretener” porque sí. Es hora de que nos demos cuenta de que como los seres humanos pequeños que son, los nenes tienen matices. “Entretenerse” es un color, pero hay muchísimos más. Con esto no quiero que piensen “Mariana tiene la posta”. Sumemos colores, de eso se trata. Escuchemos y abrámonos a las posibilidades. Demos micrófonos a los chicos para que puedan sacar lo que sienten. Eso.

Escúchame entre el ruido

Si se interrumpiera la charla con Mariana para espiar lo que ocurre simultáneamente en la calle Corrientes y en veredas de otras muchas capitales del país, lo que se vería es un frenesí de hijos y padres trotando hacia los teatros, los cines, los bares. Un mazacote emocional y comercial que atenta contra la comunicación familiar más básica. “Lo que complica el problema –suma Cincunegui– es que muchos de los que suben a un escenario no están seguros de tener algo para decir.”

–No sólo los espectadores están mareados. También los artistas.

–Totalmente. En contraste, yo apunto a centrarnos. Porque está buenísimo que haya tanta oferta, pero ¿cómo hacés para elegir? Lo mejor es volver a vos, preguntarte y responderte. Yo empiezo por mí misma. ¿Qué les estoy dando a los demás? ¿Qué llevo cuando ponen mi disco en un almuerzo, o en un viaje en auto o en un colectivo?

–¿Habría una responsabilidad, ahí?

–Sí. En mi caso la responsabilidad es mayor, porque sólo hay una etapa de la vida en que “sonás” como niño. Nunca más se recupera ese sonido y, sin embargo, cada uno guarda hasta el final el recuerdo de cómo eran sus propias voces de la infancia. Estoy segura de que vos recordás las tuyas. Por eso no puedo ser vaga, o tomármelo así nomás. Tengo que dedicarme a escuchar a esos niveles y ser muy sincera.

–Al show van muchos nenes, pero dan ganas de ir uno también...

–Genial. Se trata de conservar aquella manera fluida de elegir jugando que alguna vez tuviste al hacer collages o cocinar llenándote las manos de harina. El ser humano es tremendamente creativo, y si uno sostiene esa actitud consigue lo que mencionaba Nietzsche, aquello de ser niño y más tarde camello, luego león y al final otra vez niño. Pero ese niño del final es un sabio.

Sabiduría, ésa es la palabra: no es que la entrevistada sea “anticomercial”. Lo suyo es, más bien, una invitación a dejar de consumir zonceras para abocarse a cuestiones fundamentales. “Ayer vi Toy Story 3 y me gustó. Y no porque ‘me haya entretenido’ solamente. Habla de pertenecer, de defender, de los amigos, de los valores, de lo que vale la pena –subraya–. Por eso no sé si mi show es un típico espectáculo ‘para chicos’. No hay piñata, no hay malabaristas. A veces entro en la máquina y me digo que tendría que usar más disfraces. Y no: ¡soy música! Eso es lo que hago y en lo que tengo fe.” Cincunegui confiesa que no suele desvelarse por el aspecto económico, y que eso hace que cada tanto el cuco de los números en rojo crezca más de lo aconsejable. “Permanentemente se te plantean disyuntivas. En las actuaciones de este año, por citar una, está Marcos Cabezaz y su marimba. El instrumento es una especie de xilofón enorme y transportarlo es un lío. Mi ecuación es sencilla. Me impulsa la creatividad, no ‘lo cómodo’; y si Marcos no está yo no toco.”

–En el camino, hay que ganar plata para vivir...

–Yo no hago productos “para consumir”. A ver: ¿es posible que un nene esté jugando a los rastis y escuchando la trompeta de Juan Cruz de Urquiza? Creo que sí, y que además la va a pasar bomba. María Elena Walsh grababa con la orquesta de Castiñeira de Dios. Y bueno, ojalá que una pueda acercarse aunque sea un poquito a ella. El obstáculo es que hoy los chicos están saturados de opciones. No es como cuando yo era chica, que teníamos a lo sumo diez, quince casetes. No, hoy los discos rígidos de los hogares alojan cientos de discos en mp3. Hay tanto, que la urgencia pedagógica es ayudar a discernir y elegir.

Una de las características más notorias de la música que hace Cincunegui es que se ensambla con naturalidad en el ambiente. No ha sido por azar –o, mejor dicho, no ha sido sólo por azar– que los tracks se basen en tantras y temas populares de diferentes continentes. Eso le da al sonido un swing que chapotea en joyitas como “Zap Bebé” o “Rang De”; y pone bajo la lupa una gama de emociones sin nombre, como la que emana de “Canción redonda”: “Canción tan redonda que un círculo forma/ canción que circula por el corazón/ dibuja una rueda de amor”.

–Esa está en español. No obstante, en el disco se la jugó a cantar en varios idiomas. ¿Cazan algo los pibes?

–No se trata de entender el significado en un sentido corriente. Hay algo más profundo, que es lo que transmite el sonido. Entender un mantra es interiorizar esa clave. Afortunadamente, los nenes de esta década no tienen ese chip anulado. Prenden la tele, ven un documental de China, de Francia, o de Brasil y no lo cambian porque sea de afuera. Se abren. En esa situación, me ilusiono con que lo mío destaque por la calidad. Que guardes mis discos en tu cofre de la infancia y cuando dentro de veinte años lo abras digas “qué bueno fue escuchar esto”. A veces lo consigo. Los que vienen a mi estudio suelen terminar siendo músicos. “Estoy de DJ en Berlín, trabajo en tal orquesta, me dediqué al arpa”, me informan ellos desde cualquier parte. Tendría que ver sus emails. Me hacen tan feliz...

–Está armando una red internacional...

–La otra vez escuché a Andrés Calamaro anticipar que los músicos vamos a tener que reinventar nuestro trabajo para vivir en el futuro, porque los discos son todavía necesarios y hay que seguir haciéndolos. Tal cual. Las bajadas de Internet están haciendo que la música circule con más libertad. Ni eso ni la crisis de las compañías deben ser un obstáculo. Acá o en cualquier parte, hay que seguir ensayando, tocando y grabando.

Escapar a la repetición

Exploradora al fin, Mariana se ayuda con varias brújulas. Una es el taller, otra sus relaciones con amigos y familia y otra –acaso la más importante– es su maternidad. En todos esos ámbitos, adultos y chiquitines están integrados. Contra el formateo de los pibes que sueñan con integrarse como “estrellas” en la cadena de montaje de Operación Triunfo o la factoría de Cris, la intérprete propone una conciencia cósmica. Una música para pensar la relación entre el individuo y el grupo, entre el grupo y lo que lo rodea. “En vez de desvivirse por ser un astro, sentirse en la Vía Láctea –bromea–. Entender que somos parte de algo más amplio. Para eso necesito al otro.”

–Hablando de “los otros”, ¿cómo cree usted que impacta en un chico el sonido de las ciudades contemporáneas?

–En principio, el volumen está alto. Hay un ejercicio que hacemos acá y que consiste en callarnos y “capturar” ruiditos. Empezamos a notar que pasó un auto en la otra esquina, y que la compu hace fiuuuuu. Al rato nos damos cuenta, por lo general, de que estamos rodeados de un bolonqui bárbaro. Apagamos la compu, la estufa, la tele. Buscamos el silencio y las voces empiezan a sonar diferente.

–Encima todos estuvimos expuestos al Mundial, una verdadera basura desde el punto de vista sonoro.

–El correlato de eso en el circuito “infantil” son los festivales. Te llaman y te consultan: “Che, ¿querés participar? Tenemos que juntar cuarenta shows”. A ver si comprenden que los nenes no quieren festivales. El festival son ellos mismos, su propia infancia, la aventura de salir. No se trata de llenarlos de actividades forzadas. ¡Si son una semilla explotando! No obliguemos a los más chicos a meterse en una rave con parlantes al mango. En vez de diez, hagamos un solo show y que sea excelente.

–Guardo la vuvuzela, disculpe.

–Hay una búsqueda colectiva de sordera, de consumir ruido para no oír lo que uno tiene adentro. Alasmandalas va para otro lado, hacia un “no te vayas, volvé y empezá a ver qué es lo que tenés vos”. No estoy hablando de religión, sino de espiritualidad.

–¿Y qué le enseñaron los nenes en ese sendero espiritual?

–En una época se creía que no- sotros debíamos “moldearlos” a ellos. Y no: están mucho más conectados con el origen y con los detalles importantes. En eso la maternidad me enseñó mucho. Acunar a un bebé en la mitad de la noche, ese ir y volver, tiene una cadencia de climas y de rutinas que refuerza los vínculos.

–Eso sorprende. Su música tiene rutinas y estribillos fuertes, pero misteriosamente no cae en la repetición.

–Cuando el corazón late, ¿repite? No. Está vivo, que es diferente. Aquí no se trata de repetición, sino de circularidad, de elementos que vibran. De ahí que cada mandala sea diferente, no existe el calcado. Es tu alma puesta en imagen y en sonidos.

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