MUSICA › RAUL BARBOZA Y ADRIAN IAIES EN EL FESTIVAL BUENOS AIRES TANGO
Un músico de jazz y otro de chamamé plantearon en El Dorrego nuevos desafíos estilísticos para el tango. Hoy en el Complejo La Plaza habrá otra apuesta creativa: Guerschberg y Mainetti.
› Por Cristian Vitale
“Traigan sillas y almohadones.” La recomendación previa de Adrián Iaies no había sido en vano. Más de mil personas paradas –excepto las que llegaron temprano para sentarse en las tribunitas de los costados– hubiesen percibido con más profundidad lo que el exquisito pianista ofreció junto al chamamecero Raúl Barboza en la que terminó siendo –por causa de la lluvia– la fecha apertura del VIII Festival de Tango, organizado por la Secretaría de Cultura porteña. El lugar escogido –El Dorrego– tal vez tenga como único defecto precisamente el de no proveer comodidades para una música que lo amerita. Una hora y media de pie es demasiado molesto para recibir un universo sonoro, cruzado y mágico, como el que propuso el dúo. Tal vez por eso, parte de la gente prefirió alternar momentos de recital con otros de caminatas largas y serenas.
Para cuando Iaies y Barboza proponían –ya mediando el recital– una aterciopelada versión de Pedacito de cielo, el inmenso galpón de Colegiales presentaba dos tendencias: la introspectiva de quienes se bancaban oírlos callados y de pie, y la “trashumante”, que prefirieron aquellos cuya única intención era bailar con los chamamés de Barboza. Porque el Dorrego no está solo dispuesto para la música, y en esto habrá puesto ojo clínico la organización al elegirlo como epicentro del festival. Si, por caso, el número no gusta o la cintura empieza a doler hay alternativas para superar el mal trance: una feria con ropa fina, stands montados por pequeños sellos musicales que venden discos “de catálogo”, una muestra de 50 fotos –producidas por Carlos Furman– que eternizan momentos de anteriores ediciones, o postales de las milongas callejeras, que ya son parte del inconsciente colectivo porteño. También, pequeños negocios de vinos finos, dulces, quesos o miel casera, un estudio móvil de la 2 por 4 que transmite el recital y un enorme patio de comidas, del que hay que cuidarse: ¡una hamburguesa sola y una gaseosa, $ 7.50...!
De todos modos, el dúo tocó sólo una hora y media y no hizo falta otro refresco que la música. En un lugar más modernoso que tanguero, un músico de jazz y otro de chamamé llenaron de grandes nombres del 2 por 4 (Mores, Contursi, Troilo, Manzi, Discépolo, Gardel, Bardi, Cobián y Cadícamo) el galpón reciclado. Todas las composiciones tangueras que compartió con Barboza figuran en algún trabajo de su discografía: Volver, Uno, La comparsita, Nostalgias, Los mareados, Caminito, Nunca tuvo novio y Romance de barrio. Claro que los arreglos heterodoxos de cada una de ellas no alcanzó para el baile, pero las claves armónicas y, sobre todo, el clima de viejo bodegón “intelectual”, no desentonaron con el marco.
A un primer segmento en el que Iaies, solo frente al piano y de espaldas al público, improvisó con virtuosismo la tríada inicial (Volver, Uno y La Cumparsita), usando pero no abusando de apariciones espontáneas (En esta tarde gris, La muerte del ángel), le siguió el encuentro con “su más reciente amigo”, que expresó que había esperado 60 años ese momento. El bonaerense de sangre guaraní arrancó con una notable versión de Nostalgias. Cobián y Cadícamo seguramente habrán sonreído desde el cielo ante tan intimista y entusiasta revisión. Rara por formato, pero sólo posible en manos de dos talentosos músicos-esponja. El ensamble funcionó impecable.
Promediando el set, Iaies dejó la escena para que Barboza improvisara con su trío en el único momento bailable de la noche. Un alborozo litoraleño que abstrajo al festival de su esencia por 25 minutos y se la devolvió con creces después, cuando ambos se juntaron para tocar Caminito –finísima y con mucho swing–, Romance de barrio y la recuperación más pura de la noche en términos de género: Nunca tuvo novio. Reflexión al paso: el tango puede sonar menos dramático si alguien se le atreve con un acordeónchamamecero. Reflexión global: hay que ser grande para hacer lo que Iaies y Barboza –dos outsiders del género– hicieron el sábado por el tango.
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