MUSICA › FERNANDO TARRES, MIRADA JAZZERA EN EL FESTIVAL DE TANGO
Al frente de su sexteto, el guitarrista encontró un buen modo de homenajear el espíritu del gran Astor: trazó un recorrido personal midiendo tensiones y simpatías entre la música del bandoneonista y las formas posibles del jazz.
› Por Santiago Giordano
Acaso relativizando los numeroso abordajes a su música de los últimos años, hay un lugar común de la más sofisticada fruición tanguera que se sostiene en la idea de que la música de Piazzolla es él tocando su música. Hay mucho de cierto en eso. Sin embargo, desde otro punto de vista, reivindicar esa especie de círculo virtuoso significaría colocar al compositor y bandoneonista y a su música entre dos fechas, condenarlos al pasado que no vuelve a sonar sino en los discos, abandonarlos al purgatorio de la inmovilidad. Sería poner al músico y su obra en un lugar que tanto criticó durante su larga y ancha vida creativa. Piazzolla por Piazzolla es una de las tantas maneras posibles de lo que por solidez conceptual y formal tiene espacio para ser, además, una obra en busca de sus intérpretes. Aun si la tenaz sensación de perfección emotiva que circunda la música de Piazzolla lleva a preguntarse qué sentido podría tener cualquier intervención sobre ella.
A partir de una idea de Adrián Iaies, ya puesta en práctica el año pasado en el Festival Buenos Aires Jazz y ahora actualizada para esta edición del Festival de Tango, Fernando Tarrés irrumpió en el jardín piazzollano y trazó un recorrido personal, midiendo tensiones y simpatías entre la música de Piazzolla y las formas posibles del jazz. El miércoles, en el Teatro de la Ribera, en la patria de Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto y Fats Fernández, el compositor, arreglador, guitarrista y productor abordó temas poco transitados de distintas épocas de la producción de Piazzolla, junto con algunos de los mejores músicos de la escena del jazz local: Rodrigo Domínguez (saxos), Juan Pablo Arredondo (guitarra), Jerónimo Carmona (contrabajo) y Carto Brandán (batería), además del violinista Damián Bolotín, nombre importante de la actualidad del tango.
Tarrés llega desde una idea amplia de jazz a la que seguramente los diversos reflejos de la música de Piazzolla no le son ajenos, por lo que bien conoce sus recovecos estilísticos. Sin llevar totalmente a Piazzolla al territorio de jazz y cuidando no hacer lo contrario, logra crear una zona franca en la que los intercambios se desequilibran cuidadosamente en nombre de un estilo propio. Acaso sea éste su mérito mayor. Al poner en acto distintos procedimientos que desde la variación llegan a la abstracción, pasando por la acumulación o el despojo, la escritura musical de Tarrés es particularmente refinada en su gesto e implacable en sus conceptos. Tanto en la economía del grupo como en las logradísimas excursiones individuales de los solos, Piazzolla se recompone, entra y sale, se concentra o se expande, aun si no se trata de homenajear su música, sino al espíritu que la engendró y la sostuvo.
El guiño irreverente que alguna vez justificó y prestigió la música de Piazzolla se renueva en Tarrés y su sexteto, que no se colocan detrás del homenajeado. Al contrario, arriesgan continuamente y van más allá, y en la carrera se hacen perseguir por temas como “Marejadilla”, “Deus Xango”, “Decarísimo” –acaso uno de los momentos más logrados de la noche–, “Milonga del diablo”, “La mufa”, “Lunfardo”, para terminar en una orilla nueva. Un lugar en el que Piazzolla entra y se acomoda sin violencia, con total naturalidad, como si algunos gestos de su música regresaran al lugar donde nacieron.
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