MUSICA › RECITAL Y MILONGA EN EL HOSPITAL BORDA
Tocó La Chicana y bailaron Carlos y María Rivarola, además de los internos, claro. Organizada en el marco del Festival Buenos Aires Tango, la movida fue enriquecedora para todos.
› Por Cristian Vitale
Un albañil de Barracas no entiende la escena. Como todos los días a la misma hora, viaja parado en el 45 rumbo a Constitución y curiosea la entrada del Borda, sobre la calle Carrillo, pero algunos movimientos le llaman la atención. No son iguales a los de siempre. “Emilio –le dice a su amigo, que va sentado y medio dormido–, mirá esos tipos todos de negro: ¿el loquero se transformó en una milonga ahora? Nunca vi esto, che.” Su amigo no le da importancia, pero él, sin entenderlo, estaba dando en el blanco. Los personajes que merodeaban el neuropsiquiátrico ayer, cerca de las diez de la mañana, eran precisamente milongueros, gente de la noche. El Festival Buenos Aires Tango iba por su quinta jornada y la apertura estaba prevista para horario y lugar inhabituales: 10.30 AM, en el Borda.
Un rato después, esa gente de negro que había despertado las dudas del albañil estaba bailando en el cuarto piso del neuropsiquiátrico. Eran las cuatro parejas que la organización había invitado para que, siguiendo el compás del DJ Damián Boggio, aliviaran la mañana de los que sufren dentro. La jornada, original, necesaria, motorizada por el doctor Honig y la licenciada Silvana Perl, también despertó el avispero dentro. El camino entre la entrada y el cuarto piso, donde funciona el teatro del hospital, deschava un fresco del ambiente, bastante poco habitual: un interno se cruza en el pasillo silbando Sur, bajito; otro está vestido como si se preparara para una noche en el Parakultural, y un chico, de no más de 30 años, le indica en spanglish a ciertos gringos curiosos dónde es que toca La Chicana. El ascensor que no llega nunca obliga a los concurrentes –una mezcla de fotógrafos, turistas, doctores, internos y acérrimos del grupo de Acho Estol– a subir los cuatro pisos por la escalera. Y esos 10 minutos, agotadores, son un mundo aparte: en cada descanso hay por lo menos cuatro internos pidiendo monedas y cigarrillos; otro que va y viene, desesperado, tratando de trocar un libro de poesía por dos pesos y, ya en el cuarto, dos hombres de unos 40 años, intentando recuperar la mirada en el otro mientras venden golosinas y chupetines, como en el cine.
Y la movida fue un éxito, porque las butacas del teatro estaban casi completas, y porque todo lo que siguió despertó una sonrisa, al menos un gustito de vida en los que están dentro. A una milonga amateur, con internos bailando viejos y detonadores tangos, le siguió la presentación formal de los “hombres de negro” –Juan Manuel Fernández y Gachi Fernández, entre otros–, a quienes se les pliegan unos que bailan mal y se creen fenómenos –y se aplauden–, otros que son fenómenos en serio y otros que de a ratos se encienden e improvisan unos pasos y de a ratos se evaden. En ese cúmulo de parejas desparejas y seres con la mirada en el más allá se mezclan viejos peinados a la gomina con otros en pijama y jóvenes vestidos con remeras de los Stones. “Eyyyy –grita uno desde la nada–, son 11 y cuarto. Vamos a comer.” Su amigo, que lo cuida, calma su apetito, le agarra la mano y le dice, con voz sanadora: “Esperá un poco, esperá... veamos a estos que vienen ahora. Me dijeron que cantan bien”.
Y no es mentira. La que canta bien es Dolores Solá y el grupo que le recomendaron al pibe es La Chicana, que se lanza con un repertorio impecable lejos de la noche, pero muy cerca del corazón. Al quinteto le cuesta dos temas acomodar el sonido –Qué querés con ese loro y el bellísimo La foto del escarabajo, de Estol–, pero después brinda un concierto respetuoso y compacto. A la milonga Baldosa floja le sucede un takirari boliviano –El cambá–; a otra innovación de Estol –Sopapa–, el clásico Oro y plata, de Homero Manzi. Y así hasta que irrumpe la estrella de la mañana, Hugo López, un paciente externo que forma parte del Frente de Artistas del Borda y de Radio La Colifata... un personaje increíble. “El humor, el entretenimiento y la música hacen bien. Curan cualquier enfermedad: está comprobado en el mundo”, lanza López, que la tiene muy clara, y se adueña del show con chistes “sanos”, tangos de Gardel a capella y un cierre a dúo con Dolores que resuena como una caricia al alma: “Por una cabeza / toda la locura / su boca que besa / calma la tristeza / borra la amargura”. Jubilosos, los internos se pierden por escaleras y pasillos, los gringos buscan el ascensor y la sala queda vacía, esperando revivir antes de que pase un año.
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