Vie 10.09.2010
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MUSICA › LITTO NEBBIA REVISITA EN SOLEDAD SUS CANCIONES EN LOS VIERNES MUSICA

“Es como tocar en casa para los amigos”

El cantante, músico y compositor encontró en el formato íntimo la posibilidad de presentarse seguido. Y en el ámbito del ciclo organizado por Página/12, habrá oportunidad de comprobar por qué en estos shows “se arma quilombo”, según él mismo.

› Por Cristian Vitale

Litto Nebbia no para. Está grabando el disco doble La canción del mundo, con temas étnicos de regiones curiosas y músicas de todas las vertientes: zamba, samba, bolero, bossa nova, jazz. Está terminando un disco con Silvina Garré, Más que loca, en el que la rubia rosarina canta quince temas de pluma nebbiana. Está produciendo una banda cordobesa de mersey beat. Está a punto de editar un disco de jazz “puro” junto al Gato Barbieri, Carlos Franzetti y Néstor Astarita. Está, axiomático en él, sumido en una dinámica del hacer irrefrenable. “Anduve por Paraguay, Bolivia, Salta, Tucumán; me quedo septiembre acá, y después viajo otra vez”, dice, absorto en su pasión musical. Septiembre, entonces, será el mes para interceptar canciones que, en los últimos años –más allá de sus experiencias con La Luz y las juntadas históricas, como el recital que organizó para el Bicentenario–, han retomado un perfil íntimo, de visita, mínimo en su ejecución: piano, guitarra y él solito detrás. “Es como tocar en casa para los amigos. Agarro canciones, les pongo otra onda rítmica, cambio las armonías, aprovecho el clima, meto cosas que, cuando toco con una banda, no puedo”, dice.

–Predetermina la estructura, claro...

–Claro, determina que tal tema va a empezar o terminar así. Acá no, acá se arman quilombos. Improviso mucho sin que la gente tenga que estar sabiendo qué pasa, sale todo muy espontáneo. Y además cuento cosas íntimas de las canciones.

El recital gratis de esta noche en la Sociedad de Distribuidores de Revistas, Diarios y Afines (Belgrano 1732), como parte del ciclo Los Viernes Música, organizado por Página/12, será la oportunidad de comprobar en acto la idea de Ne-bbia. Un concierto en el que, confirma él, no faltarán sus temas “más junados” –“Sólo se trata de vivir”, “La balsa”, “No importa la razón”, “Viento dile a la lluvia”, entre ellos–, pero tampoco ciertos “lados B” ocultos, poco revisitados en el largo devenir del hombre de las mil canciones. “Hay pila de temas que quedan perdidos año tras año en cada disco, y la verdad es que aprovecho la ocasión para reencontrarme con ellos. Son canciones que voy desempolvando y me da gusto redescubrir, ver lo que dice la letra o lo que voy haciendo con las armonías. De pronto toco ‘Música para las estrellas’, que es del ’85; de pronto ‘Cadenas y monedas’, de Huinca; o ‘Ríete’ y ‘Sueña y corre’, de Los Gatos, en una versión acústica que parece James Taylor. Les cambio el sonido y en algunas queda bien, porque no pierden el arreglo, no pierden la frescura de cómo era la melodía o la letra”, cuenta.

–¿Y cómo es, más allá de lo musical, la conexión subjetiva cuando se reencuentra con este tipo de canciones no muy tocadas?

–Por un lado, disfruto emocionalmente tocando música, cualquiera sea el tema y su época. Ahora, ¿qué pasa? De pronto hay un tema que estoy tocando y, por lo que dice la letra o porque se me viene una imagen de una cosa especial que pasó cuando lo hice, suceden cosas. La vez pasada estaba tocando “El viento y la rutina”, un tema de finales de los ’80 que no conoce nadie y que tiene como mil partes. Y se me cruzaron flashes de donde estaba cuando lo compuse, donde vivía, quién estaba al lado mío: un amigo, mi vieja, el perro, el gato, no sé... Son imágenes que se van mezclando con la propia interpretación. Finalmente, el tema salió bien. Soy bastante tímido, introvertido, y le pedí a la gente que cante una parte mientras yo cantaba otra. Se armó un quilombo al final que parecía un tema de fiesta, cuando en realidad es un tema tranquilo.

–¿Por qué la idea de montar recitales así? ¿Cuestión de estructura, de gustos, de revisionismo solitario?

–No. Pasa que es muy difícil montar en todos los lugares un espectáculo con banda, porque es muy costoso: asistente, hotel, comida, pasajes. Y yo siempre quiero que la gente cobre bien. No tengo un grupo para armar como si tuviese 15 años y que vaya a taquilla. Va a verme gente a todos lados, pero no soy un tipo masivo, que lleve 20 mil personas, entonces se hace difícil. Además pesa que, personalmente, me gusta tocar todo el tiempo. Prefiero tocar en lugares más pequeños y mucho que en lugares grandes y poco. No me gusta esconderme y tocar una o dos veces por año.

–En el Obelisco, cuando los festejos del Bicentenario, había bastante más de 20 mil personas...

–(Risas.) Cierto, ¿no? Nos decíamos con Rodolfo García: “Loco, cantamos ‘Días de conflicto’, que en los ’60 estaba prohibida porque decían que la canción era subversiva. Y ahora la cantamos para un millón de tipos”. Fue una satisfacción. Me gustó que hayamos podido presentar lo nuestro sin perder la línea, como si fuera un recital para 300 personas. Quiero ver si el año que viene consigo unos mangos más para sacar discos aleatorios sobre ese recital que tengo por ahí perdido. Tengo todo lo que tocamos en 24 canales y quiero sacarlo en un disco doble.

–¿Qué pasó con la idea de grabar, como hizo con la antología de rock argentino, temas de rock inglés de los ’60?

–Está, pero lo hago muy tranquilo. Recién grabé diez músicas y son como setenta. También estoy haciendo tranquilo, porque total estas cosas no tienen fecha, una antología del jazz argentino. Me refiero a la época más brava de acá, que nunca fue bien divulgada y reconocida, la de los años ’70. La de Lalo Schifrin, el Gato Barbieri, Malvicino, el Fats, Jorge Dalto. Sería una caja de diez discos con un libro de 200 páginas.

–¿Y para cuándo una canción que relate el momento vivido, contado entre amigos alguna vez, cuando cayó diez pisos en ascensor? En vez de “Me tiré por vos”, de Charly García, sería “Me caí por vos”...

–Esa estuvo buena, eh. Cuando salí del ascensor estaba la gerente cagada en las patas pensando en que le iba a hacer un juicio, y me dijo: “Señor, no sé qué decirle, ¿quiere tomar algo?”. Y le pedí un vino. El tipo que estaba a mi lado se puso blanco, casi se desmaya. Yo me quedé mirando, porque el ascensor va pegando contra las paredes y saltan chispas y cosas, pero estaba tranquilo porque mientras caía, pensaba: “¿Cómo me voy a matar así? Sería una locura”.

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