MUSICA › HAMILTON DE HOLANDA ACTúA POR PRIMERA VEZ EN LA ARGENTINA
Aunque vino varias veces “para comer asado, chorizo, tomar vino y otras cosas”, el músico carioca al fin debuta sobre el escenario del Ateneo, en el MUBA 2010: oportunidad inmejorable para sumergirse en el universo de la mandolina de diez cuerdas.
› Por Karina Micheletto
Hamilton de Holanda es conocido en el mundo gracias a un pequeño instrumento tan tradicional en su país como extraño como solista: la mandolina –el bandolim, en portugués—, que él adaptó sumando dos cuerdas hasta completar las diez, para expandir su registro hacia los graves. Nacido en Río de Janeiro, criado en Brasilia –una ciudad que, según explica, tiene mucho que ver con el rumbo que tomó su música–, Hamilton de Holanda partió del choro para explorar el jazz o el rock, solo, en dueto, cuarteto o quinteto, y también como invitado de artistas como Ivan Lins, Joao Bosco y Cesaria Evora. En su música no sólo muestra virtuosismo: también –sobre todo– las posibilidades de explorar la siempre fructífera tensión entre tradición y modernidad.
Hoy a las 21 se lo podrá ver –y escuchar– por primera vez en Buenos Aires. Será en el teatro ND Ateneo (Paraguay 918), dando inicio al MUBA 2010, un ciclo que hasta fin de año traerá a artistas como Chico César, Elza Soares, Jorge Vercillo, Leila Pinheiro, Joao Bosco, y propiciará cruces como el de Monica Salmaso con Liliana Herrero. Esta será la primera vez que Hamilton de Holanda vendrá a la Argentina para tocar (“antes vine, pero para comer asado, chorizo, tomar vino, y otras cosas”, aclara). Y hay otras cosas que lo atraen de estas tierras: dice que admira la música de Juan Falú, de Luis Salinas y de Juanjo Domínguez –a quienes conoció por Internet, esa “gran fuente de amigos”–, además de la de Astor Piazzolla, cuyas obras siempre figuran en los repertorios de sus conciertos como solista.
–Usted interpreta un instrumento que es a la vez tradicional en Brasil, pero poco conocido como instrumento solista. ¿Por qué lo eligió?
–No fui yo quien lo eligió, fue él el que me eligió a mí. Fue un regalo de Navidad que me hizo mi abuelo, cuando yo tenía cinco años. Vengo de una familia musical, entonces era lógico que ya de alguna manera me interesara por la música. Pero no sé por qué razón mi abuelo eligió ese instrumento, en aquella Navidad. Lo que sé es que, después de eso, mi vida definitivamente cambió. Y así fue que, antes de saber leer y escribir, yo ya sabía tocar la mandolina, y bastante bien.
–¿Y por qué en un momento sintió la necesidad de pasar a la mandolina de diez cuerdas?
–Fue una necesidad de tocar cosas más complejas, más polifónicas, más acordes. Ocurre que me gusta la mandolina, pero también me gusta el sonido grave. Envidiaba mucho las posibilidades del piano o de la guitarra, entonces pensé que con una mandolina, así chiquita como es, podía llegar a un registro más amplio, como hace un piano o una guitarra. Le pedí algo así a un luthier amigo, y él lo construyó para mí. Ahora estamos cumpliendo diez años juntos, mi mandolina de diez cuerdas y yo.
–En su recorrido profesional pasó por todos los géneros, desde el rock hasta el jazz. ¿Es una forma de mostrar las posibilidades del instrumento?
–La respuesta es más simple: yo nací en Río de Janeiro, pero cuando tenía once meses mi familia se mudó a Brasilia. Es una ciudad muy joven, este año está cumpliendo cincuenta años. Por tanto, es una ciudad que no tiene tradición: su tradición es no tener tradición. Allí absorbemos toda la cultura del país y del mundo, porque vive gente de todos lados. Entonces, desde muy pequeño estoy acostumbrado a tener amigos de todas las regiones del Brasil y a escuchar muy naturalmente de todo, rock, jazz, música clásica, samba, flamenco, todo. Claro que al principio estuvo el choro, que es la primera música de Brasil, pero después fui conociendo músicas y viajando, eso me transformó en la búsqueda de una cosa abierta. Definitivamente, me gusta la música buena, me importa muy poco de dónde venga.
–A partir del disco Brasilianos sentó una suerte de manifiesto a favor de la nueva música instrumental brasileña. ¿Cuál es el campo de acción en Brasil para esta música?
–Desde hace unos diez años tenemos una generación de muy buenos jóvenes instrumentistas, que se interesan por la música de raíz, pero que también mezclan lo que absorben de la actualidad. Son muchos los que están tocando y compartiendo música e información. Eso es bueno: el mercado está muy caliente, hay mucha diversidad, lugares para tocar, teatros, clubes de jazz, es un buen momento. Es mucho más fácil que treinta años atrás, por ejemplo.
–También creó su propio sello. ¿Eso tiene que ver con esta buena situación del mercado?
–Tiene que ver con ganas de hacer buena música, y de paso ayudar a los amigos. En el comienzo, el sello era solamente para los discos que yo producía, pero después empezamos a sumar otros músicos, gente que hace cosas parecidas, y así logramos un catálogo que recorre la música tradicional, sumando todas las otras influencias.
–¿Y allí funciona ese tipo de música, tiene su mercado?
–Seguro. Aquí en Brasil, el mercado solamente crece.
–En varios lugares se habla de usted como “el Jimi Hendrix de la mandolina”. ¿Cómo le cae ese título?
–Como algo gracioso, y a la vez como un honor, desde luego, me están comparando con un grande. Yo hago mi música sin preocuparme, totalmente de corazón, busco la belleza, aquello que no tocamos, pero que sabemos que existe, el alma, o como quiera llamarle. Entonces, cuando vienen estos elogios, bueno, soy humano y me quedo contento, claro. Pero no es para eso que hacemos música. Yo hago música para ganar amigos.
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