MUSICA › EL DEBUT DE CIRO Y LOS PERSAS, NOCHES CALIENTES EN EL LUNA PARK
Había que pasar la prueba de fuego de salir al ruedo luego de la experiencia piojosa. Andrés Ciro lo hizo y supo coronar la apuesta: al frente de una banda solvente y compacta y ante un público fervoroso, ofreció un mix contundente.
› Por Luis Paz
Músicos: Andrés Ciro Martínez (voz, armónica, guitarra y percusiones), Chucky de Ipola (piano y teclados), Juan Gigena Abalos (guitarra y coros), Juanjo Gaspari (guitarra y coros), Broder Bastos (bajo) y Lulo Isod (batería).
Público: 8000 personas.
Duración: 150 minutos.
Miércoles 22, Luna Park. Repitió anoche y sigue mañana.
Hay una diferencia sustancial entre ser modesto y ser cobarde, y Andrés Ciro parece comprenderla perfectamente. El ex Piojos fue muy astuto al entregar un disco de 70 minutos con Los Persas, su nuevo proyecto, pues esta nueva etapa necesitaba una buena cantidad de música nueva para combinar con un puñado de piezas piojosas y algunos covers. Básicamente, para presentar el espectro sonoro (rock, blues, rockabilly, músicas regionales, psicodelia) del que el sexteto es capaz, pero también para dar shows de grandes dimensiones sin dejarle demasiado espacio al pedido del “que se vuelvan a juntar”. Igual, el reclamo de los ocho mil asistentes a su gran debut porteño apareció. Pero el del miércoles, el primer Luna de este grupo, mostró que prácticamente cualquier canción de Espejos aguanta un recital de esa magnitud, y que la banda es un combo de músicos muy interesante por su versatilidad y su actitud.
En el rock, en particular, modestia y valentía tienen una relación algo diferente de la que tejen fuera de un escenario, una sala de ensayo o un estudio de grabación. En el rock, la prepotencia escénica y musical son cruciales, el riesgo es fundamental. Desde ya que no hay que explicarle eso a Ciro, pero sí destacar la grandilocuencia de este show, con un amplio trabajo estético, con una planificación milimétrica y a la vez funcional a la necesidad de un show extenso (ingresos y egresos de los invitados, una propia banda que es desmontable y juegos con los espacios del Luna Park) y, esencialmente, con la rockera actitud mostrada por Los Persas, esa aparente banda de acompañamiento que, en realidad, es una unidad de músicos bien preparados y mejor dispuestos a vestir inteligente y sutilmente las canciones de Andrés Ciro.
El autor se apresta, en meses, a cumplir 20 años aportándole estribillos al rock argentino. Lo que tal vez es más interesante aún es que con este regreso discográfico y performático alarga la vida al rock para las masas. Piezas como “Antes y después” (con la que abrió), “Noche de hoy” (con la que cerró), “Banda de garage” y “Chucu-chu” fueron bien incorporadas por su público histórico y, para la crítica, no están en desigualdad de condiciones con algunas canciones piojas. Tal vez a lo más épico/psicodélico/introspectivo del disco le falte tiempo para pegar totalmente en un público hiperquinético, pero ese otro “grupo de temas” complicado que eran los blues (el “de la ventana” y el “del gato sarnoso”) y rockabilly (“Para siempre”) tienen llegada a un aforo que también ha sumado años.
Desde ya que sus shows contemplan canciones históricas, más para aplacar a un público algo histérico, pero también porque se nota que hay algunas piezas que Ciro disfruta (y tiene el derecho a seguir haciéndolo): “Luz de marfil”, “Te diría”, “Pacífico”. En cambio, “Ruleta” y “Verano del 92”, por languidez o algún desajuste de tempo, no terminaron de pegar con ubicuidad el miércoles, más allá de servir para apaciguar pedidos.
Pero ya está. Los Piojos, como tales, ya no existen. Aunque Chuky de Ipola sea central en Los Persas y Micky Rodríguez o Dani Buira (y La Chilinga) suban a escena junto a Ciro, hay una impronta irrecuperable. Quedará para los fanáticos definir si mejor o peor que la de Los Persas, o si bastante idéntica. Estadísticamente, es indudable que Los Persas es hoy una minúscula porción (no por carencias, sí por tradición) de aquello. Pero en lo práctico, sus posibilidades de acción no parecen ser muy diferentes.
La modestia, en ese sentido, aparece en el trabajo “para la canción”. Algo que, aunque es esgrimido casi que por defecto por cualquier banda, en la práctica funciona sólo en ocasiones. En Los Persas, la fibra está en las guitarras de Juan Gigena Abalos y Juanjo Gaspari, y el nervio en las direcciones mentales que Chuky de Ipola libera desde sus teclados. La sangre está en esa base rítmica de groove múltiple (Broder Bastos y Lulo Isod); y alma, corazón y vida son una unidad en Ciro, que en varios momentos de Espejos se hace cargo de su condición de figura necesaria en el rock contemporáneo e invita, propone, dispone o activa: “Vas a bailar”, por caso, o la misma “Antes y después” que es casi manifiesto.
La valentía está en enfrentarse al reclamo de, por estimación, unas veinte mil personas en estos tres Luna Park. Algo que no sólo es peso para Ciro, también para esta banda. Pero también está en la apuesta a las secciones de viento (Juan Cruz de Urquiza, Víctor Skorupski y Martín Rur), de cuerdas (un bloque de diez músicos) y de percusión, al arte de tapa del álbum, a la propuesta visual de estos conciertos, a las visitas al interior y –sería bastante interesante verlo– la posible apertura regional.
Fuera de pose, Ciro grita, salta y baila. Y fuera de pose también, Los Persas se creen eso de estar tocando en el Luna Park y se hacen cargo. Con ese porte y esas canciones, por ahora, el imperio no está en peligro.
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