MUSICA › ZUBIN MEHTA DELEITO A UNA MULTITUD EN LA AVENIDA 9 DE JULIO
Al frente de la Orquesta Filarmónica de Munich, y de elegante sport, el director indio mostró toda su sapiencia y precisión para un repertorio elegante y emotivo, que permitió también el lucimiento de la joven violinista japonesa Mayuko Kamio.
› Por Santiago Giordano
Un mediodía de sol primaveral, una orquesta excepcional, uno de los grandes directores de la actualidad, un violinista virtuoso y un programa diseñado para consentir a los oídos y corazones más amplios y diversos. Y entrada libre y gratuita. Ayer, pasado el mediodía, en un imponente escenario montado sobre Avenida 9 de Julio, del lado sur del Obelisco, la Orquesta Filarmónica de Munich ofreció el segundo de los tres conciertos previstos para Buenos Aires, en el marco de su gira por Sudamérica (el primero lo dio el viernes y el tercero anoche, ambos en el Teatro Colón). Bajo la batuta sabia y experimentada de Zubin Mehta, la orquesta alemana mostró lo que suelen tener los productos sinfónicos de la mejor tradición europea: sonido sedoso en las cuerdas, profundidad en las maderas y mesurado fulgor en los metales. Como solista actuó la violinista japonesa Mayuko Kamio, que con 24 años mostró sorprendente aplomo y muy buenas dotes técnicas, en un repertorio que demandó más prestancia que profundidad.
Una multitud siguió con la atención y el silencio que el microcentro de Buenos Aires puede permitir en un mediodía de sábado, si bien las calles adyacentes al lugar del evento habían sido oportunamente cortadas al tráfico vehicular. Los organizadores habían anunciado que delante del escenario serían colocadas unas 8000 sillas, que antes de la hora señalada para el inicio, las 13, ya estaban prácticamente colmadas por un público variado que ordenadamente fue ingresando al recinto vallado. Muchos otros tuvieron que acomodarse en los márgenes y mirar las pantallas gigantes colocadas en los bordes del escenario.
Puntuales, los músicos alemanes comenzaron a acomodarse en sus atriles y a recibir los primeros generosos aplausos, mientras el sol vertical comenzaba a matizar de rosado las mejillas de la concurrencia. Muchos no dudaron en apelar al papel prensa para confeccionarse sombreros o algo que de una manera u otra atajase el sol. Minutos más tarde, Mehta saludó al público, que lo recibió de pie y le brindó una larga ovación. Saquito blanco sobre camisa negra, el director indio estaba más para ir a tomar un copetín a La Biela que para dar un concierto junto a una de las grandes orquestas europeas, cuyos integrantes, de todas maneras, estaban a tono, vestidos también de sport.
En ese clima distendido, el gesto preciso de Mehta atacó la obertura de El murciélago, la opereta del más célebre y efectivo de los Strauss: Johann II, también conocido como El Rey del Vals. Las melodías gentiles, los ritmos sensuales y esa elegancia cuidadosamente construida con la ligereza que sabe resonar en el compartimento más baladí del alma, fueron recogidos con mano maestra por Mehta. Enseguida, Wiener Brut prolongó el plácido y distendido clima vienés, que se afianzó con Schön Rosmarin y Liebesfreud, piezas de Fritz Kleisler que contaron con la participación de Mayuko Kamio como solista. De aquella ciudad que antes de proclamarse capital de la música dejó ir a Haydn, maltrató a Mozart y no entendió a Beethoven, llegarían más muestras de felicidad, con dos polcas del mismo Strauss, entre ellas la popular Tritsch-Trastsch Polka, en las que Mehta aprovechó, según la tradición, para hacer alguna pirueta con su batuta.
Sin descomponer su gesto preciso y severo, tampoco dejando de lado ese instinto musical omnívoro que lo convirtió en uno de los directores capaces de dirigir una sinfonía de Mahler o una gala lírica sin dejar de ser él mismo, Mehta en general apareció muy relajado, ante un repertorio que conoce de cabo a rabo y sobre el que logró, sobre todo en el manejo de los tiempos y el carácter de ciertos fraseos, algunas cosas decididamente superiores.
Mayuko Kamio dio otra muestra de sí con una sorprendente ejecución del tercer movimiento del Concierto para violín y orquesta Nº1, de Max Bruch. Después de una Danza eslava de Anton Dvorak y una Danza húngara de Johannes Brahms, la violinista japonesa brilló con una versión reducida de la fantasía sobre temas de la ópera Carmen, que con instinto de instrumentista virtuoso enhebrara el violinista español Pablo de Sarasate. Después de la “Aragonesa” y la “Seguidilla”, la “Danza de los gitanos” llegó vertiginosa, para alzar la ovación de un público entusiasta, que dejaba de aplaudir sólo para tomar fotos con sus camaritas.
En el cierre, lo más consistente del programa: la Obertura 1812, de Piotr Illic Tchaikovsky, con la participación de quince músicos del programa Orquestas Juveniles para barrios carecientes. Más aplausos, más fotos y el saludo conmovido de la multitud con el corazón contento y los cachetes coloraditos.
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