MUSICA › RAUL CARNOTA PRESENTA RUNA, SU NUEVO CD/DVD
El músico nació en Almagro y se crió en Balvanera. Hace folklore y conoce al hombre de la tierra, pero considera que Frank Zappa “fue lo más”. “La cultura es dinámica y los artistas no somos renovadores, sino fieles a nosotros”, destaca, frente a la ortodoxia del género.
› Por Cristian Vitale
De él dicen los que saben que tiene tierra. Tener tierra, para los que saben, significa ser aceptado desde la periferia hacia el centro, nunca al revés. Tener tierra, para los folkloristas de provincia, es correr a un lado cualquier separatismo geográfico, ambiental, de identidad, para desnudar al músico. Raúl Carnota, nacido en Almagro y criado en Balvanera –un “bicho de ciudad”– puede estar tranquilo... Buena parte de la patria folklórica lo cuenta como propio. “Yo hago lo mismo acá, en Santiago, Salta, la Puna, Luxemburgo o la Patagonia. Me importa un carajo si parece ortodoxo o no, es lo que hago y no me limito”, dice él, dominado por la breve paz de un whisky. Acaba de presentar Runa, CD-DVD de edición reciente, en el CAFF –el Club de Sánchez de Bustamante 764, donde repite esta noche–, y los que saludan en el camarín no son –excepto el Topo Encinar– folkloristas de los adentros: están Franco Luciani, Lisandro Aristimuño y Claudio Cardone (convidados al recital), está también Hilda Lizarazu, y Carnota, en un clima ambientado por el “Kashmir” según Zeppelin, puede pasar directo de un toque nutrido de milongas, vidalas, gatos, huaynos, zambas y chacareras a ver en Frank Zappa a uno de los mejores músicos del mundo. Es más, “para mí fue lo más”, sentencia.
–¿Por qué folklore, entonces?
–Porque para tocar rock yo tenía que estudiar diez horas por día como él, tenía que tener las guitarras, la técnica, el conocimiento, el arte, todo. Nunca dejé de escuchar rock, pero quería cambiar un poco eso del folklore con tres guitarras, un bombo y todo igual, un embole, y entonces dije “si hago algo, voy a hacerlo por otro lado”. Me costó, porque yo era porteño, medio rubio, blanquito, fanático de Zappa y El Reloj, todo mal (risas). Y bueno, tuve que salir a contrapelo.
Carnota habla de los años setenta, cuando junto a Rodolfo Sánchez y Eduardo Spinassi formó un trío en los antípodas del “folklore embole” y salió a abrirse paso entre la selva. “Hacíamos ‘El grito santiagueño’, que era famoso no por ser una zamba, sino un sambayón (risas). Nos dieron con un caño, pero a mí, como soy de ascendencia vasca y cabeza dura, cuando se me pone algo en la cabeza lo llevo adelante. Si estoy seguro, rompo paredes con la cabeza. Así fue como me llevó treinta años hacerme del pequeño lugar que tengo hoy en la música argentina. Me siento un privilegiado por hacer exclusivamente lo que quiero... si me quejara sería un pusilánime. Yo hago cosas y pago los costos”, refiere, atando origen y presente con un itinerario intermedio que terminó premiando la tozudez: tocó con Adolfo Abalos, Los Huanca Hua, Enrique Llopis o Armando Tejada Gómez, por nombrar un puñado, y compuso obras visitadas por Mercedes Sosa, Liliana Herrero, Jaime Torres, Los Chalchaleros o Abel Pintos. “La verdad es que yo siempre fui re tanguero, también –relanza–, pero trabajar diez años como músico sesionista me transformó en un mercenario (risas), tocaba con santiagueños, chaqueños, correntinos, salteños y me pagaban. Tuve la suerte de tocar con músicos grosos, y aprendí mucho.”
–¿Qué músico influyó más sobre usted?
–El Mono Villegas. Yo tenía 25 cuando él tenía 60 e íbamos al cine juntos o a cenar. Y de él aprendí que los limitados somos los músicos, no la música. Al Mono lo odiaban porque tocaba Mozart en tiempo de jazz, “¿Quién puede decidir cómo se toca Mozart?”, decía él. “Si no fueran sordos y pudieran seguir una partitura, se darían cuenta de que yo toco hasta la última nota de Mozart, pero con otro fraseo”, seguía. Todo es así en realidad: nosotros tenemos una cultura que ya viene fusionada: lo negro, lo europeo y lo indio más una inmigración constante. Eso modifica la comida, el lenguaje, la música, todo. Por suerte, la cultura es dinámica y los artistas no somos renovadores, sino fieles a nosotros. Hacemos lo que podemos, lo que sabemos y lo que nos imaginamos.
–¿O sea que no es un renovador como la media piensa?
–Mírelo desde otro lado. Es muy difícil conmover a la gente con algo que no se es. Y yo, como de chico anduve mucho en el campo, sé cómo se comporta, cómo camina, piensa o vibra la gente de la tierra, pero me reconozco un bicho de ciudad. Me puede más el hombre que el paisaje, y en mis canciones doy cuenta de eso.
Por eso Runa se llama Runa (hombre en quechua) y las 20 composiciones que pueblan el CD están impregnadas del ser “en tanto unidad simple y expresiva” (guitarra y voz), mientras que el DVD muestra al ser en interacción con los demás, un repaso en imágenes por su trayectoria: los tríos de Solo Los Martes y Reciclón, los cuartetos de Entre la Ciudad y el Campo y Contrafuego, más algunas versiones en par con Franco Luciani, Juan Quintero, el Mono Fontana, Daniel Maza, Tilín Orozco o el dúo Orozco-Barrientos. “Vivir un año y medio en California me abrió mucho la cabeza, y por eso me resulta natural encontrarme con todo tipo de músicos, formatos y estéticas, incluso dentro de un mismo género. Allá, por ejemplo, ponías un canal de música country y tenían tanto lugar James Taylor, Kenny Rogers o Willie Nelson como otros re sofisticados, y nadie ponía un límite ahí. Simon & Garfunkel salió haciendo música country y nadie dijo ‘si ustedes son de Nueva York ¿cómo van a hacer música country?’. Yo escucho música de todo el mundo y me nutro de herramientas. Hay gente a la que le gusta, otra a la que no, y bueno, no se puede andar gustando a todo el mundo. No soy un histérico al que le gusta gustar”, se ríe y calla.
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