MUSICA › PRIMERA GRAN SUBASTA BEATLE DE LA ARGENTINA
En el tercer piso del Banco Ciudad se subastaron 144 lotes entre instrumentos, discos de oro y platino, manuscritos, posters, fotos y remeras autografiadas. Convivieron allí viejos fans adinerados con curiosos que no podían creer lo que veían.
› Por Facundo García
La manía por los cuatro de Liverpool volvió a Buenos Aires. Y la sede no fue una colonia hippie ni un legendario boliche de rock. Ni siquiera el living de Juan Alberto Badía: el punto de encuentro fue el tercer piso del Banco Ciudad, en pleno centro porteño. Ahí se realizó ayer la primera gran subasta beatle de la Argentina, que atrajo a una inadjetivable multitud de tipos que alguna vez curtieron el flequillo y fans de todas las edades. Los objetos en oferta eran propiedad de Raúl Blisniuk, empresario y artista plástico que en 1998 entró al libro Guinness como el coleccionista del rubro más importante de Sudamérica. Fueron ciento cuarenta y cuatro lotes entre instrumentos, discos de oro y platino, manuscritos, posters, fotos y remeras autografiadas. Eso y plata. Mucha plata.
La escena inicial fue entre administrativa y lisérgica. En un sobrepiso de la planta baja se había instalado un escenario. Debajo había una réplica del Rolls Royce que Lennon usó en 1965, pintado en vivos colores e íntegramente realizado en fibra de vidrio. Cuatro jóvenes vestidos con trajes estilo Sgt. Pepper se ubicaron en unas escaleras en el momento en que la banda Nube 9 se largó a interpretar con prolijidad varios clásicos de los Fab Four. “Estamos haciendo una de las pocas cosas que Los Beatles no deben haber hecho: tocar en un banco”, comentó Fernando Blanco. A “Drive my car” le siguió “Day Tripper”, y más tarde una recorrida cronológica que incluyó “Please, please me”, “All my loving”, “Back in URSS”, “Revolution” y “Hey Jude”, entre otros.
Cuando llegó la hora de ofertar, los asistentes se trasladaron al tercer piso. Allí, en el auditorio, dos pantallas gigantes iban proyectando la colección. En el centro de la sala apareció, exultante, el mismísimo Badía. “Para ser sincero, es la primera vez que estoy en una subasta. ¿A alguno de ustedes le pasa lo mismo? –decenas de manos se elevaron en respuesta–. Me parecía. Esto es lo que siguen generando estos monstruos, con la fuerza de sus canciones.” El comunicador –uno de los más reconocidos beatlemaníacos del país– admitió haber hecho “compras horribles” alguna vez. “Las pagué creyendo que eran joyas auténticas. Por eso ahora sé valorar el asesoramiento de un coleccionista serio”, destacó. Poco antes, el propio Blisniuk había reconocido que “era extremadamente difícil” que perlas como las que estaban saliendo de su casa pudieran juntarse de nuevo bajo un mismo techo.
Dejando de lado a los compradores acaudalados y mercaderes de arte, el semicírculo de butacas alojaba a varios subgrupos pintorescos. Cachi Jait y Noelia Alvarez eran una buena muestra de los jóvenes de bolsillo flaco que estaban ahí sólo para chusmear. Los dos estudiantes de arte viajaron desde San Miguel a ver cómo venía la mano. Cuando Cachi se enteró de que había remates desde cien pesos, consultó a Noelia con la mirada y luego suspiró. “Creo que si juntamos lo que trajimos los dos en el bolsillo tenemos esa plata, lo que pasa es que por ahí pongo la tarasca y me termino llevando un moco de Lennon.” Un sector más holgado era el de los fans que estaban decididos a liquidar algún ahorro. Esperando en la fila para entrar, Carlos Marín arrastraba una cara de indisimulable preocupación. “¿Sabés lo que pasa? Me vine de Puerto Madryn, pero guiándome solamente por las bases. Roguemos a Dios que nadie se ponga a competir sobre lo que me interesa.”
Las piezas –que salieron a la venta con bases de hasta $ 50.000 pero se pagaron por el doble o más– formaban parte de la colección Memorabilia Beatles. Habían sido exhibidas en el Palais de Glace (1996), la Sociedad Rural (2002) y, en los últimos días, en las instalaciones del Ciudad. El tesoro estaba valuado en más de 1.200.000 pesos, e incluía gemas que todos querrían tener, pero también rarezas que terminaron en el hogar de alguien lo suficientemente loco como para adquirirlas. Las cuatro fotografías originales y firmadas con imágenes de Paul Mc McCartney, George Harrison, John Lennon y Ringo Starr –incluidas en el Album Blanco– se presentaron con base de $ 40.000 y tras una durísima puja en la que los compradores potenciales se dedicaron miradas con rayitos salieron por la friolera de 130.000 pesos. Los chicos que se habían venido desde San Miguel ponían los ojos en blanco.
Al cierre de esta edición los materiales estaban superando por mucho los valores pautados para comenzar. El Bajo Conrad Hofner Style utilizado y autografiado por Paul McCartney saldría con una base de $ 50.000; y por los 45.000 anduvo un dibujo hecho por John Lennon a mano alzada en 1968. Causaba un poco de escozor ver esas mismas caras que ocuparon la pieza adolescente desfilando entre guarismos que multiplican por treinta o cincuenta el sueldo del trabajador promedio. Pero al mismo tiempo daba alivio no pertenecer a la cofradía de los que necesitan abonar esos precios para calmar sus ansias.
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