MUSICA › YAMILA CAFRUNE PRESENTARá RAíZ, SU DéCIMO DISCO, MAñANA EN EL TORQUATO TASSO
La cantante decidió revisitar canciones del repertorio de su padre, Jorge Cafrune, con un estilo propio, aunque sin renegar de la impronta familiar. En el trabajo participaron sus amigos Raúl Barboza, Peteco Carabajal, Antonio Tarragó Ros, Juan Falú y Bruno Arias.
› Por Cristian Vitale
“Mis dioses vivientes son Eduardo Falú y Carlos Di Fulvio.” Un vendedor ambulante la mira mientras le ofrece un muñeco en forma de calavera que se ríe. El buscavidas ni imagina que ella es Yamila Cafrune y que está pasándole revista a su olimpo personal: Falú y Di Fulvio del lado de los vivos; su padre Jorge, del otro. “Hace veinte años que canto y cuarenta y cinco que lo escucho. Tengo 44, pero agréguele el de gestación”, remarca “la nena”, “la hija del Turco”, en tren de adentrarse en los pequeños secretos de su flamante décimo disco, Raíz, que presentará los jueves 21 y 28 de octubre en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575). “Siempre tuve la añoranza de volver a escuchar algunos temas que había escuchado de muy chica y ya no se hacen más. Creo que la vida es una rueda que gira y anda, y en ese andar me gustó volver a temas del repertorio de mi padre, pero con mi propio estilo, sin esquivar la connotación Cafrune, que no puedo ni quiero sacarme”, acentúa.
Por eso, Raíz. Por un recorrido con perfume de mujer y sangre afín, a través de un universo de canciones de las que el Turco se apropió a veces para sacar del ostracismo: “Changuito lustrador”, “Vamos a la zafra”, de Falú y Dávalos; “Mandinga abrime la puerta” o la bellísima “Vidala del lapacho”, entre ellas. Un mosaico de catorce piezas –entre chacareras, zambas, bailecitos, chamamés, galopas, gatos y escondidos– que Yamila construye con la ayuda de Raúl Barboza, Peteco Carabajal, Antonio Tarragó Ros, Juan Falú y Bruno Arias. “No es por pecar de ‘humienta’, como dicen los cordobeses, pero no tengo ni tuve padrinos: tengo amigos”, se planta. “Algunos de ellos son los que vinieron a grabar conmigo. Cuando salí, sabía que por más padrino o madrina que tuviera, si no le gustás al público, no hay forma. Digamos que mi padrino es el ángel de mi papá, que me ha salvado de situaciones peligrosas y que me hace avanzar de a dos pasitos para no retroceder ninguno. No avanzo de a diez porque ni siquiera sé hacerlo.”
–¿En qué grado aparece la impronta de su padre cada vez que canta y cuál es el límite que usted impone como propio?
–Primero déjeme decir algo: mi papi es el Pappo del folklore (risas). Bueno, sí, es muy difícil poder definir la línea que separa lo que traés congénito de lo que elige una. Al comienzo, mi repertorio era puramente Cafrune, porque era la herencia que tenía. Cuando empecé a cantar, la gente quería escuchar en mí las canciones de papi, porque como su vida había sido tan trunca, se decía que “la hija tiene que cantar lo mismo”. Pero una, ante tamaña responsabilidad, se da cuenta de que tiene limitaciones, porque tipos como el papi son seres tocados con la varita mágica. No es que porque sea la hija voy a cantar igual o voy a tener el mismo éxito. Entonces, cuando empecé a andar los caminos, arranqué con su repertorio porque pensé que otra cosa no me iba a salir, pero después empecé a escuchar otros músicos.
–La referencia es palpable en Raíz, tal vez más que en sus discos anteriores...
–Claro, porque estaba muy encuadrada en Cafrune, Los Chalchaleros, Yupanqui, Falú, Di Fulvio, y ahí se terminaba la cosa. Pero empecé a escuchar tipos como Ariel Petroccelli, que hacía cosas “raras”, que te ponían diez tonos en una zamba en vez de cinco. Y pensaba: “¿Qué le pasa a este tipo? Mirá cómo toca ‘Zamba de mi esperanza’. ¡Le pone acordes menores!”. Y otra cosa: iba a los cumpleaños de 15, me quedaba sentada y escuchaba a Los Beatles y no sabía qué eran. Mis compañeras me decían “¡Cómo no sabés quiénes son Los Beatles!”. Badía me mataría (risas), pero en mis horas libres de escuela escribía en el pizarrón poemas de José Pedroni que me sabía de memoria: “Palabras al hijo por nacer” o “La novena luna”. Y mis compañeros me decían “¿De dónde sacás esas cosas? ¿Por qué no escribís ‘Yesterday’?”. A ese nivel de defasaje histórico estaba yo, pero me fui amoldando. Empecé a tener la predisposición de escuchar tipos como Roberto Calvo o Néstor Basurto, a quienes escuchás y decís “¿Cuándo van a dejar quietas las manos?”. Eso hizo que mi oreja pasara de una “Zamba de mi esperanza” como la tocaba mi viejo a otra tocada por mí hoy, que tiene tres tonos más.
–¿Sin culpa?
–Sin culpa, porque sé que le quedan bonitos y no voy a modificar ni la esencia de lo que quiere decir la zamba, ni su métrica. Lo único que sé es el límite del que no me tengo que pasar... Mi límite máximo en arreglos musicales es la versión de “Juana Azurduy”, que no está en este disco. Es muy rockera y les gusta a los chicos.
–Las más “jugada” en este disco es “Mandinga, abrime la puerta”, la chacarera de Francisco Sánchez. Su padre no la tocaba con guitarra eléctrica...
–(Se ríe.) Cuando voy a los lugares muy tradicionalistas y la toco, los gauchos me miran medio torcido, pero la gente que sale a bailar la chacarera se vuelve loca. Porque no es que le hago cinco tiempos más o la paso a trunca. ¿Qué diría papi? Digo que me daría un chirlo de broma, porque la verdad es que mi viejo era un adelantado a su época. Lo que hizo León Gieco de filmar sus giras, él lo hizo cuando tenía 30 años. Filmó toda la gira de a caballo por la patria... Es un material inédito que no me quieren publicar, pero voy a sacar un libro. Era un adelantado, digo, porque era un gaucho nacido en un pueblo mínimo de Jujuy, pero no se rascaba la espalda con las espuelas, ¿eh? Cuando se fue a España, trajo un grabador e iba con el poncho grandote negro, grabando por las calles de la Capital. A ver, si él escuchara mi versión de “Mandinga...” me diría: “Acá no le ponga bombo, póngale una batería, m’hija (risas)”. El no lo hubiera hecho, ojo, pero tenía una cabeza abierta y eso le daba la posibilidad de decir en el escenario poemas de José Hernández... y también de Miguel Hernández.
–Eso no es muy conocido.
–Es que mi viejo llenaba plazas de toros en España y decía esos versos que ellos no podían decir con Franco en el poder.
–¿Yupanqui y Larralde están en su “panteón”? Ambos fueron centrales, como amigos y músicos, en la vida de su padre.
–Claro, para él Yupanqui era Dios, era su Dios, hasta que le hizo algo y pasó de ser su Dios personal a su Dios artístico. Tuvieron un entredicho con las cartas y ahí quedó el tema. Y Larralde sí, era mecánico, se conocieron y mi papá lo llevó a Cosquín, donde encantó a la gente. No olvidemos a Los Olimareños, tampoco. Cuando los presentó en Cosquín, se hicieron conocer como el trío de Los Desparejos porque, claro, los otros dos eran chiquitos y mi viejo, enorme. Tengo una foto con los tres en malla y anteojos negros apoyados en un auto que es mortal. Todos grandes referentes criollos, sin duda.
–¿Lo dice por ausencia, porque escasean los referentes criollos?
–Se nos están yendo. ¿Quiénes quedan entre las mujeres? Una Teresa (Parodi), una Ramona (Galarza), una Nacha Roldán, que interpreta de puta madre, porque Mercedes (Sosa) ya no está. Y entre los hombres, no sé, hay nenes que me dicen “Tu viejo, una masa”. Y claro, si estos pibes tienen que escuchar folklore, ¿a quién escuchan? No hablo de folklore moderno, que no existe, hablo de folklore. ¿A quién escuchan que les pueda decir “esto es”? Cafrune era un visceral que te cantaba una canción del Norte y decías “Este es un coya”, te cantaba una del Sur y decías “Este es un patagónico”, y así.
–Aunque usted misma se ha encargado de decir que su muerte, en 1978, no fue culpa de alguna pandilla militar, la versión permanece muy arraigada en el imaginario. ¿Ratifica su hipótesis de accidente?
–Bueno, una cosa es lo que uno pueda creer, otra la que realmente sucedió y otra lo que quiere creer el colectivo popular. Para mí podría haber sido más conveniente haber salido a promocionar la muerte de mi papá a manos de militares, pero no me consta y no puedo mentirle a la gente. Si me van a aceptar como cantora va a ser porque les gusto y sienten lo que hago, no porque salga a reproducir la muerte de mi papá en los términos instalados.
La hipótesis de Yamila le impide pensar que su padre fue asesinado por varias razones. La principal es que el que conducía el auto que atropelló a Cafrune en su patriada a caballo hacia Yapeyú se entregó al otro día. “Incluso fue juzgado y, como fue encontrado libre de culpa, al otro día se tuvo que ir de Benavídez. ¿Por qué irse si los militares lo apoyaban? Si nadie que mataba en ese momento mandado por los militares se entregaba... ¿O se conoce a alguien que haya dicho “a mí me mandó el general fulano a matar a éste y me entrego”? Ahora, si mañana me encuentro con alguien que pueda investigar particularmente esto, obviamente se lo autorizo, pero por ahora es mi verdad. Ni siquiera cometería el absurdo de usar su muerte para hacer prensa”.
–Sería como agarrarse de una sospecha con fines “taquilleros”.
–Es que la única cuestión que marca lo contrario son los testimonios de gente que escuchó que a papi había que matarlo, pero no son definitorios. No sé, una señora que había estado detenida en La Perla y que decía que escuchó a ciertos militares decir “a éste hay que matarlo”, mientras escuchaban canciones suyas en la radio. ¿Cuántas veces decimos nosotros “a ese tipo hay que matarlo” porque cruzó un semáforo en rojo? Claro, si se muere en la otra cuadra van a decir “Yamila lo mató”. Entonces, hay que ver si la persona tenía la suficiente autoridad como para mandar a matar a mi papá, si realmente querían matarlo o si estaban diciendo algo para sacarle alguna información a alguien... No es que quiera estar a favor o en contra de los militares en este sentido. De lo que sí estoy segura es de que el accidente les vino como anillo al dedo a quienes dijeron que querían matarlo.
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