Jue 16.03.2006
espectaculos

MUSICA › EL ENFERVORIZADO PRIMER CONCIERTO EN EL GRAN REX

La fiebre Sabina sube más grados

El cantautor fue celebrado por miles de fanáticos que lo idolatran. “Estáis locos”, dice él. Y sigue seduciendo.

› Por Karina Micheletto

El nuevo efecto Sabina en la Argentina fue tan vertiginoso que él mismo fue el primer sorprendido: “estáis locos”, explicó el andaluz puesto a opinar sobre la venta record de las entradas para sus recitales. Y ahora que llegó su primer show, los fans se ponen a la altura de las circunstancias ya afuera del Gran Rex, transmitiéndose unos a otros una excitación de clásico futbolero, coreando el olé olé y canturreando en grupos los estribillos más conocidos. Adentro, la fiebre Sabina que invadió de repente a los argentinos se materializó en su primer show en un ambiente de recital de rock, casi de cancha, aunque con un target de público más ABC1. Frente a un teatro repleto y por demás participativo, Sabina hizo un paseo por sus temas más conocidos, mechados por un par de canciones de su nuevo disco, en un concierto que anunció como “íntimo, acustiquito”. Y dejó la puerta abierta para un próximo concierto, esta vez en un estadio y “con más rock and roll”.

La excitación que generó este hombre que se presenta ahora volviendo de una Nube negra –tal como la llamó en la canción de su último disco, Alivio de luto–, tras cuatro años de “estar tumbado en la cama mirando el techo”, tiene la forma de cierta devoción por el que estuvo a punto de cruzar la línea. Aquí está Sabina, vivito y coleando, y cuando canta Ahora que y dice “ahora que estoy más vivo de lo que estoy”, estalla un aplauso largo.

La escenografía es la de un puerto de principios de siglo, con un barco a vapor gigante de fondo, y Joaquín Sabina es en esta Gira ultramarina el recién llegado que acaba de tocar tierra en un nuevo muelle. Pero no habrá lugar para marineros torvos ni para inmigrantes que despierten piedad: él es más bien el flaneur de Baudelaire que pasea su tortuga con aire displicente, regocijado. Y así aparece, blandiendo un bastón elegante, maleta cargada de estampillas en mano, bombín en la cabeza, del brazo de una rubia de estola, la cantante Olga Román.

Desde ese papel, Sabina muestra los súper clásicos de su repertorio, para alegría de los fans, que corean todas las letras: Calle melancolía, Con la frente marchita, Siete crisantemos, Quién me ha robado el mes de abril. Cuando llegan los súper-súper clásicos (Peor para el sol, 19 días y 500 noches), el público directamente asume la primera voz. Cuando aparece algún tema menos conocido (que son pocos, como Amo el amor de los marineros, con el que comenzó el recital, escrito a partir de unos versos de Neruda, o su versión del tango Mano a mano)... ¡También se saben todas las letras! Llega un descanso y cantan Pancho Barone y Olga Román, y también hay olé olé olé para ellos. Este es un público incondicional.

Algo ocurre para que este hombre de figura desgarbada esté cantando las historias de amor más desgarradas, le esté diciendo a una mujer “ahora es demasiado tarde, princesa, búscate otro perro que te ladre, princesa”... Y la gente salte mientras corea a voz en cuello esos versos. Sabina es a esta altura algo más que el Serrat de una generación posterior, menos politizado y más curtido por tránsitos varios. Cuando el rock parece quedarse sin letra y la canción melódica repite tilinguerías hasta el hartazgo, este hombre que pasó los cincuenta viene a hablarles a estos chicos de más de veinte sobre amores y desamores, y, sí, tiene cosas para decir.

“A mí siempre me han gustado las colas de las argentinas, pero esta vez nos han emocionado las colas que hicieron para vernos”, arrancó diciendo Sabina. Tras dedicar el concierto a los que nos pudieron conseguir entradas (“algo haremos”, anticipó), comenzó a mostrar eso que siempre manejó tan bien: su conexión con los temas que ocupan la agenda nacional, cruzados por su humor sutil. “Nos han llevado a un hotel muy fashion, donde ha dormido Bono de U2, en Puerto Madero”, dijo (refiriéndose al Faena Hotel, donde, en rigor, durmió The Edge). “Siendo yo de U-One, para compensar vamos a ir a comer al comedor de Castells.” Sabina siempre jugó con esa condición de “argentino en el exterior” que le otorga su popularidad por estas tierras. Y hay que apuntar que esta vez tenía los noticieros vistos y los usó bien: además de la referencia al comedor de Castells, habló de la ruptura del Perito Moreno, mencionó a Boca, River y Aimar, y hasta pidió que no cierren el Británico.

Cuando llegó el momento de los bises, el español no ahorró tiempo ni esfuerzo. “Nuestro plan es tocar todas las noches como si fuera la última”, explicó. En un recital que se extendió durante casi dos horas y media, todo el teatro terminó pidiendo “que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel”.

Esta visita de Sabina a la Argentina generó algunos números abultados: 42.300 entradas en los distintos puntos donde se presentará vendidas en tiempo record, con esperas que incluyeron largas colas y acampes improvisados. Además de los ocho Gran Rex que dará en Buenos Aires, el próximo martes actuará en el Estadio Provincial de Rosario, el jueves 23 en el Orfeo de Córdoba y el domingo 26 en el Polideportivo de Mar del Plata. Lleva vendidos en el país 1.200.000 discos de toda su discografía editada, y su último disco, Alivio de luto, vendió 80.000, transformándose en Doble Platino.

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