Lun 24.01.2011
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MUSICA › RECITAL DE MGMT CON ENTRADA GRATUITA EN EL CLUB DE MAR MUTE, DE MAR DEL PLATA

Combo alternativo para un mundo feliz

La banda de Brooklyn, liderada por Andrew van Wyngarden y Ben Goldwasser, produjo una rebelión en las formas de la canción pop. En un ambiente de sol y playa, MGMT recorrió sonidos y géneros, del rock al pop psicodélico, de lo ambiental a lo experimental.

› Por Luis Paz

Desde Mar del Plata

Otro mundo es posible. Lo anhelan las multitudes inquietas, lo aseguran o demuestran, de distinto modo, el pop y la psicodelia. Allí donde es posible salirse del esquema administrativa, estética, armónica o conceptualmente, una suerte de portal se abre y se desnuda otra realidad: colorida, colectiva y celebratoria. Allí donde una campera de jean puede ir sin remera debajo, donde las lentes para el sol vuelven a su cometido original, donde los pies descalzos se entrelazan con los resabios minerales de la arena ardiente; ahí, el suelo y la vida se hacen uno en un mundo nuevo y feliz. En estas líneas particulares, el dios de ese mundo feliz es MGMT, el dúo expandido de Brooklyn que el sábado por la tarde ofició de médium espiritual y mental para alrededor de 45 mil personas en el club de mar Mute, de Mar del Plata.

Bajo las reglas de esa eminencia musical en sigla, este mundo nuevo pero pasajero, esta realidad alternativa de sólo una hora y media, llegó para enterrar la escala de grises de las grandes urbes nacionales sin pena, pero con gloria. La gran pala mecánica fue la humana y variopinta propuesta del grupo liderado por los jovencitos Andrew van Wyngarden y Ben Goldwasser, que reúne en un solo combo de cinco músicos los sabores de prácticamente toda la historia de la música posmoderna, del rock al pop psicodélico, de lo ambiental a lo experimental, del culto privativo a la masividad sónica.

En un entramado de escenarios (los argentinos) demasiado propensos a recibir a números clásicos, probados hasta el cansancio y muchas veces (en el último tiempo) demasiado lejanos de sus días de sol, la primera visita de este dúo fue la señal inequívoca de ese otro mundo posible. Un espacio para la música con concepto, fundamento e investigación por sobre “la música del verano”, estacional y descartable como los almanaques. Por un grupo en su mejor momento (artístico y comercial), en un espacio nuevo para el rock costero, con la orilla a 40 metros y la vegetación arrancando oxígeno de las profundidades de una costa superpoblada en su fin de semana más convocante. Y a la hora señalada: las 18 del calor ventoso.

“Estamos en el clímax de nuestras vidas. Hagamos música, hagamos dinero, consigamos unas modelos y desposémoslas. Esta es nuestra decisión: vivir rápido y morir jóvenes”, comenzaron a proponer con la apertura de su show, “Time to Pretend”, su primer hit de aquellos días de mediados de la década en los que eran simplemente otra incipiente banda de campus universitario. MGMT llega a 2011 como uno de los números de música joven más interesantes y condimentados de la actualidad, y sus palabras ahora se les vuelven en contra ante una multitud de jóvenes chicas y chicos en vías de maduración, con la mirada puesta en estómagos y colas.

Prácticamente desnudos de escenario y vestuario (camisa y pantalón de vestir para Ben, el tecladista y corista; jean y campera del mismo género para Andy, guitarrista y cantante), los MGMT cambiaron la sensual pero monocorde sinfonía del mar de la tarde por una rebelión en las formas de la canción pop. Si las fórmulas de ese campo hoy están delineadas por el auto-tune, las escalas cinéticas de sintetizadores y la autocomplacencia excesiva, los MGMT llegaron a la Argentina para oponerles armonías de ensueño, pasajes instrumentales psicoactivos y un decir poético justiciero.

De “Song for Dan Treacey” a “Weekend Wars”, luego “I Found a Whistle” y “Destrokk”, los MGMT fueron asentando las bases para su castillo de arena. Y bastó ese acto mágico para liberar nuevas realidades de este mundo feliz: nada de neón en la cara, ni de fachadas de edificios históricos empapeladas: las publicidades aquí se van al aire, sostenidas por avionetas multicolores, para que mire el interesado y no el obligado a hacerlo; la relación con el mar se vuelve más honesta: él refresca y ellas y ellos lo respetan; y la bebida va acorde con el calor y no con la necesidad de emborracharse en busca del record.

“Este es un llamado a vivir, amar y dormir juntos. Podríamos tapizar las calles con amor o luces o lo que sea, encerrar a los padres, bailar y gritar. La juventud está empezando a cambiar, ¿estás empezando a cambiar?”, interpeló Van Wyngarden desde las estrofas de “The Youth”. Y aunque no todos entendieran inglés (en un mundo realmente feliz, no es necesario), los que se acercaron al ciclo que Personal montó en Mute Club les hicieron caso entre las brillantes canciones “Flash Delirium” e “It’s Working”, de su disco Congratulations, segundo luego del debut Oracular Spectacular.

“Y ésta está dedicada a los cuerpos sudorosos del VIP. Nah, mentira, es para ustedes, pedazos de locos”, amagó el cantante en “The Handshake”, y el aplauso bajó no se sabe si tanto por justicia igualitaria como por el hecho de que, pese a intentar el VIP afanosamente, la gratificación les llegara a los presentes desde el escenario. “Electric Feel” terminó de complacerlos: pulso bailable para una playa con sueños de Caribe azul y realidad rioplatense marrón. Y entonces, al demonio del mar con el calor: “Siberian Breaks”, una intrépida e incomprensible suite de 12 minutos plena en variaciones climáticas que fue el pico introspectivo de la tarde que se iba templada y anticipando un día inagotable, como todos en cualquier mundo de felicidad.

El final del concierto, que se desarrolló con los lógicos desvaríos técnicos en el sonido, esperables de un recital en una playa ubicada entre dunitas y bosquecitos, levantó la temperatura con “Kids”, su hit bailable instantáneo y generacional: “Controlate, tomá sólo lo que necesites. Una familia de árboles espera ser encantada. El agua está caliente, pero me produce escalofríos. Un chico nació y llora pidiendo atención”. Una enseñanza que pasa inadvertida porque todos atienden a los dos tontos de las bengalas, a la pantalla de su cámara digital o a lo reseco que quedó su cabello: los vicios naturales de un mundo veraniego poco feliz y demasiado sonriente.

Nada que denunciar. Si todo pudiera salir bien, el mensaje abarcativo de MGMT lograría el fin último de una revolución espiritual en el rock para las mallas. Pero salvo en la historia del desembarco del Granma, la revolución y la playa no han comulgado jamás. Será que el cambio es nómade y el sol con mar de fondo sólo facilita el ser sedentario.

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