MUSICA › UNA RECORRIDA POR TODO LO QUE SUCEDE ALREDEDOR DE LA PRóSPERO MOLINA
Boliches donde se baila y boliches donde hay rock; bares donde el alcohol es más barato y donde van los habitués: otro Cosquín.
› Por Cristian Vitale
Desde Cosquín
“Dale vida a esto”, grita Nahuel desde la barra y de una consolita eyecta una fulminante canción de Calle 13 a todo volumen. Es “Calma pueblo”, la que dice “la mafia más grande está en el Vaticano”, y no hay quien no la sepa en este pub, que enfrenta de cerca al río Cosquín: Julio Verde. Puede ser el lunes, cerca de las 4 de la mañana, mientras los Carabajales (Peteco + Cuti + Musha + Cali + Roberto) se funden en uno para darle vida a su propia peña. Puede ser el miércoles, de madrugada, mientras el Gaucho Star da su concierto caldo de cultivo para la histeria colectiva en la Próspero Molina, amenazado por una lluvia descomunal. O el martes, con la Falta y Resto cerrando la quinta luna, aún bajo noche cerrada. Puede ser cualquier noche, no importa. Hay, aunque no parezca, otro Cosquín nocturno que no conecta ni con el folklore ni con el festival, ni con las peñas ni con los ponchos. Que no lo sigue ni lo precede. “Acá, el único momento del año que hay folklore es éste”, señala la mesera de otro bar, un restó rockero y tranqui llamado Cielo, donde una cruza de generaciones (entre 20 y 40) asiste cada noche para desintoxicarse de los alaridos permanentes de la peatonal: Creedence, Deep Purple, Oasis, Led Zeppelin, Pink Floyd, La Renga o Dire Straits. “Menos cumbia, reggaetón y cuarteto, acá pasamos todo. Incluso, más temprano, jazz y bossa nova. Viene la gente tranqui, come y toma algo (35 mangos el fernet grande, 20 la cerveza de litro) y después hace su movida, o se queda hasta las siete”, informa Pablo, DJ multifunción.
Cielo está sobre la calle Corrientes, donde años atrás funcionaba Fierrock –otro refugio imprescindible– y tiene una ambientación que alberga mesas y sillas altas, buena bebida, barra amistosa y luces rojas que contrastan con paredes negras y blancas. Va mucha gente, pero no tanta como para sufrir algún tipo de claustrofobia, y abre todas las noches. “Abajo tenemos el boliche para los más chicos. Se llama Plan B y es como la contracara de Cielo”, sigue Pablo. Plan B es una disco para teens con características parecidas a las de Averígüelo Ramírez, boliche bailable enclavado a cuadra y media de Cielo, y con mucha afluencia joven de los alrededores. “Vienen pibes de Villa Bustos, Villa Giardino, Santa María o La Falda, y todas las noches tenemos una fiesta distinta: la del Frizzé o la de la burbuja, pero no las del champagne, ¿eh?”, se ríe Exequiel, RRPP, mientras reparte tarjetas con descuento en la San Martín. Las burbujas tienen que ver con una máquina que, a la hora cenit, inunda la pista con globitos, mientras los pibes bailan hip hop y breakdance. “Yo qué sé, los pibes se divierten”, agrega Exequiel. Así pasa, sin burbujas y para más grandes, en el Club Reviens, el antrito de la peatonal donde dos años atrás Paola Bernal levantó la mejor peña, lejos, de los últimos años: De la Piel al Alma.
Reviens abre de jueves a lunes y el slogan parece obra de Johnny Allon “Como siempre, ¡pura diversión!”, reza el cartelito del dance & bar que, si hay tarasca, se convierte en pista hot para cumpleaños, despedidas y fiestas privadas. Kinoto es otro boliche, y Jerónimo, ubicado en Jerónico al 700, redondean el círculo outsider del festival, en el casco céntrico. Más alejado, pasando la otra plaza del pueblo –la San Martín– está Tijuana, otra buena guarida rocker. Y a dos cuadras de la Próspero, en dirección a la vías del tren serrano, un “pool & music” con las bebidas de mejor precio en la región (cerveza, 12 pesos; fernet grande 30), pantalla gigante, ficha de pool a cinco pesos y un cocoliche musical que mezcla cumbia, rock y cuarteto hasta que la monada, entonada, brama reggaetón: un atentado al oído. “Acá tenés que competir con las peñas, por eso apostamos a la entrada libre y a la bebida barata. Estamos hasta las siete y, como la Próspero queda al paso, suele venir a bailar la gente de los ballets y se arma hasta las siete porque, si no cortás vos, viene la policía”, cuenta Sebastián, cosquinero buena onda que maneja el lugar desde hace dos meses.
A menos que –masoquismo sonoro mediante– se disfrute de esa máquina trepanadora de oídos, mejor se la pasa en Tijuana, Cielo o Julio Verde. Son las 2 AM del martes y Gonzalo, dueño de Julio Verde, programa un tema de la banda rosarina Carmina Burana, mientras un trío de los suburbios de Córdoba Capital (Villa Libertad) se prepara para probar sonido para el set que vendrá. Se llama La Cruza, está integrada por un repartidor de aceite (Martín), un obrero de una fábrica de pastas (Gonzalo) y Ariel, operario de la Renault Córdoba. “Hacemos todos temas propios”, se enorgullece Martín. Entre ellos, uno que cuenta la historia de un tipo que cae preso por primera vez, y habla desde adentro; otro aire de vidala llamado “Paren” y la chacarera simple “El último escalón”. El folklore de La Cruza tiene un aura Raly Barrionuevo –que al cierre de esta edición abría la sexta luna cosquinera– y es la excepción que confirma la regla. “Acá suelen venir a tocar bandas de rock de Cosquín como Drako, Verdades Inciertas o 7 de 8. Incluso, yo tuve una (Chorito Belerdo) que llegó a tocar en Cemento gracias al aporte de la Municipalidad”, cuenta Gonzalo, desmarcándose un poco del sello que marca con fuego a su pueblo. “Todo bien con el folklore, pero en Cosquín pasan otras cosas”, epiloga y le pone el moño a la intención central de la crónica: demostrar que hay un lado B en la capital nacional del folklore.
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