Lun 14.03.2011
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MUSICA › TONY LEVIN LLEGO A BUENOS AIRES CON UN GRUPO SOLIDO Y VIRTUOSO

La disciplina de un trío notable

El ya legendario bajista y stickista de King Crimson y Peter Gabriel mostró, con Mastelotto como motor principal, una estética explícitamente deudora de la del grupo de Fripp. Tal vez no sorprenda. Pero suena como los dioses.

› Por Diego Fischerman

La relación de la música con la exhibición de virtuosismo es estrecha. Muchas veces subestimada y en ocasiones denigrada, esta línea, que cuenta con antecedentes que van desde Paganini (o antes Frescobaldi o el mismo Bach) hasta Hendrix, Omar Rodríguez-López o, claro, Robert Fripp, ha funcionado como polo de atracción y, también, de tensión. A veces ha producido meras frivolidades, más circenses que musicales. Y a veces ha generado estéticas. Ese virtuosismo, en definitiva, puede ser un fin en sí mismo o un medio –o un material– para construir una gramática. El trío conformado por los notables Tony Levin, Markus Reuter y Pat Mastelotto tiene un poco de cada cosa. Y cuando se desprende de la complacencia ante la propia contemplación (o escucha) puede ser demoledor.

Con una estética explícitamente deudora de King Crimson, el trío tiene como motor principal el descomunal trabajo de Mastelotto, siempre sorpresivo en sus subdivisiones y capaz de pasar de la máxima violencia a la más tenue de las sutilezas. Levin y Reuter, por su parte, tienen una admirable capacidad para entretejer ideas y para generar entre ambos volúmenes de singular riqueza. Ambos tocan, casi siempre, con la técnica del tapping (percutiendo la cuerda en el lugar donde se la pisa) pero, tal vez, lo más interesante en el show con el que se presentaron en Buenos Aires (en su visita anterior el trío había incluido a otro stickista, Michael Bernier, en lugar de Reuter) fue el uso del arco en el stick, unido a pedales que enmascaraban los ataques en la guitarra –en rigor, una touch style guitar, construida por el mismo Reuter, que tiene las mismas características del stick–, para lograr una atmósfera de sonidos literalmente surgidos de la nada.

La apertura con “Indiscipline”, ante una sala tan llena como incondicional, planteó las reglas del juego que se mantendrían –tal vez con pocos matices– durante toda la noche. Con explosiones como en el tema “Vroom Vroom” o en “Red”, poco importaba, en realidad, que la composición fuera original de Crimson o no. Reuter es un guitarrista que ha tocado con Fripp y la empatía con esa corriente es obvia. En un contexto general de impecable técnica y calculada experimentación sonora (en la mayoría de los casos con sonidos presampleados) la audacia se centra, sobre todo, en cuestiones estructurales. Los temas son sumamente abiertos y la sucesión entre pasajes más arreglados y momentos de mayor libertad colectiva no obedecen a una fórmula estandarizada. También allí, en todo caso, sobrevuela la enseñanza de King Crimson. Varios temas de los últimos discos de Levin –“Soup”, “Hands”– y varios estrenos, además de los clásicos de King Crimson, lo que el poderoso trío de Levin mostró, en todo caso, fue la potencia y la convicción con la que llevan adelante una propuesta de irreprochable coherencia.

Si en la música de este Stickman Trio sobrevuela la vieja cuestión, hoy un tanto caída en desuso, de lo “progresivo” en el campo del rock (o de las músicas crecidas a partir de esa tradición), lo cierto es que es posible trazar una línea que une al viejo Crimson con el “I Want You (She’s So Heavy)” de los Beatles, hacia atrás, y con Mars Volta, hacia delante. Eventualmente, queda claro que ese sonido, esa manera de concebir la relación entre ritmos y estructuras obsesivas, densidades envolventes y cierto ruidismo, unidos a la deslumbrante muestra de recursos instrumentales, sigue en gran medida vigente. Podría reprochársele, a este trío, el conformarse con ese universo. El no intentar romper sus límites a ver qué hay más allá. Pero no sería justo. Levin, un testigo presencial de gran parte de lo más importante sucedido a la vera del rock durante los últimos cuarenta años –tocó, además de con King Crimson, con Peter Gabriel, con Pink Floyd y con John Lennon, entre muchísimos otros– se siente cómodo en ese mundo y encuentra allí el vocabulario que le resulta más natural. Es posible que ya no sorprenda. Pero su música tiene el sabor fuerte y definido de lo genuino. Y además está tocada como los dioses.

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