Sáb 30.04.2011
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MUSICA › MIGUEL ZAVALETA PRESENTA NO LO Sé, SUERTE, QUIZáS, HOY EN LA PERLA

“¿Por qué hay que ser visceral?”

Cansado de lidiar con el estado de las cosas en la industria, el ex Suéter subió su disco a la web. “Pero si la gente no paga la música, las producciones van a ser imposibles”, dice.

› Por Cristian Vitale

–Citando a Zappa, hablar de música es como bailar de arquitectura.

–¿Terminamos la nota acá?

–¡Ja! Quise decir: podré decir qué estilo es, de qué trata, etc. Y listo.

Miguel Zavaleta, viejo remador de los ’80, está histriónico. No para de hablar y engancha un tema con otro. De repente, aproxima su florida verba al disco que mostrará hoy en La Perla (Rivadavia 2800). Dice, haciendo trastabillar a la máxima de Frank Zappa, que tiene un estilo variadito. Que pasa de un tema soul a “una especie de cosa folklórica”, y de ahí a una pieza que agrupa un homenaje a Crosby, Stills, Nash & Young, The Who y Genesis. “Se llama ‘Yo te amo’ y se lo hice a mi hijita. Mis homenajes siempre son sonoridades. Yo no levanto una melodía, ataco un arreglo y le doy. En general, es un disco lleno de detalles... hay un no al minimalismo y un sí a lo vintage, porque es color pero sin llegar a un cuello de botella armónico”, define. Según él, eso sería venir de una melodía dulce y trabarla. O no permitirse ciertas cremas musicales “como si ser detallista, sutil o naif fuera un pecado. ¿Por qué hay que ser visceral?”

–¿Visceral como sinónimo de valvular?

–Como sinónimo de shock, de provocar cosas con lo más primitivo: el sexo, el miedo, la violencia cool. La sutileza y lo visceral no son contrarios, pero es difícil complementarlos. Se puede ser visceral siendo sutil, pero si decidís ser visceral, en general se te toma para el lado de lo no muy artesanal. El feísmo es una estética, pero es una estética fea. Y cuando se hace moda atenta contra lo artesanal.

Zavaleta, que fundó Suéter mediando 1981, bañado por la estética pop, llegó al cenit tres años después con Lluvia de gallinas, cayó al llano tras la primera separación y trató de resurgir con suerte esquiva, trata de pasar en blanco los ejes estéticos de No lo sé, suerte, quizás, el disco que él, cansado de remarla con compañías, subió a Internet para que lo escuchen todos. “Lástima que no traje el disco rígido, lo escuchábamos acá”, se ríe. “Esto cada vez se pone peor porque en la medida que la gente no pague la música, las producciones van a ser imposibles.”

–¿Por qué ese nombre?

–Significa lo que yo pienso, ¿por qué uno nace con el cuerpo de Schwarzenegger y otro no puede caminar dos pasos porque se le cae la cabeza?... Es suerte, porque hay alguien que decide y yo soy creyente de la suerte, como los hados.

–¿La idea del recital en La Perla es presentar este disco entero?

–Y algo más. Yo sostengo que muchos temas viejos míos son como nuevos para la gente porque, salvo el seguidor de mi música, el resto conoce seis o siete: “Planchame la camisa”, “El anda diciendo”, “Pequeño ser”.

No lo sé, suerte, quizás había sido pergeñado como el sexto disco de Suéter, pero varios escollos lo impidieron: primero, el abandono del tecladista Juan del Barrio; después, la muerte del bajista Gustavo Donés y por último, una serie de malos entendidos con La Ley, el grupo chileno que se había ofrecido a producir. “El proceso me agotó y decidí desarmar la banda. Estuvimos seis años bregando, y en la mitad de la grabación vi que los mismos problemas que habían traído confusión, caos y casi separación en 1985, se presentaban de nuevo y dije ‘no puede ser, 25 años después yo no puedo volver a vivir lo mismo’. No era un problema grave, porque si no no hubiésemos vuelto a tocar después del ’85. No éramos como esas bandas que terminan pegándose con una guitarra en la cabeza, pero conceptualmente iba a ser lo mismo. Me lo veía venir.”

–Separación definitiva.

–Sí. A menos que pase la gran Sui Generis, que de repente apareció un millón y medio de dólares (risas).

–¿Por qué Suéter nunca pudo remontar el éxito de los ’80?

–En 1986, cuando logramos ese plus de publicidad que nos elevó, salió el disco y se acabó el contrato con Interdisc. Yo quería hacer mi ópera y me aboqué a eso. Me agarró una compañía que a mi entender especuló con usarme para sacarle plata a la casa central, porque no existe la razón para que te contraten y te tiren a un agujero. Hay movidas en las sucursales argentinas en las que dicen a la central “esto valió tanto”, a vos te dan dos mangos y el resto se lo quedan. Tras eso mi carrera quedó destruida. Me hicieron ofertas para que fuera la contracara de César Banana Pueyrredón... y yo lo intenté, pero no me salió.

–Se lo comió el sistema, podría decirse...

–Un cretino, diría yo. Suéter y yo fuimos víctimas de un cretino con poder. No voy a decir su nombre porque voy a juicio, pero lo encontré en una pizzería y todavía quería que lo saludara. Me mandó al muere, porque cuando quedás enganchado con un contrato no podés hacer nada: no te difunden, no te sacan el disco, un desastre. Algo horrible que le pasó a un montón de músicos.

–¿Qué pasó con su devenir solista? Hay un agujero negro ahí.

–El lugar está donde está uno. A mí me encanta la banda: yo al fútbol jugaba de 4 y en la música me toca jugar de 10, pero seguiría bajando a tirarme a los pies. Con una banda se logra que cuatro músicos normales hagan algo impresionante, cuando de a uno por ahí no pasa nada.

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