Sáb 18.06.2011
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MUSICA › CHUCHO VALDéS Y SU BANDA CALENTARON EL GRAN REX

Una fiesta del jazz latino

Con la premisa de presentar Chucho’s Steps, el cubano exhibió su pianismo notable y su estilo extrovertido.

› Por Diego Fischerman

Capaz de ir de la cita a Bach al más desenfrenado mambo y de allí al canto de la Santería, y de la exhibición virtuosa sin límite a la vista –o al oído– hasta un delicado lirismo, Chucho Valdés llegó a Buenos Aires con un septeto impecable, paseó por su último disco, Chucho’s Steps, que ganó el último Grammy al mejor álbum de jazz latino, revivió alguno de los hitos del viejo y buen Irakere. El jueves mostró que, más allá de las fórmulas comerciales y de las apuestas fáciles, el jazz latino tiene una entidad precisa. Y convirtió al teatro Gran Rex colmado en una fiesta.

De un pianismo notable, Valdés explota un estilo extrovertido, donde abundan los pasajes cristalinos, a gran velocidad y en los agudos, los pies rítmicos del son y los acentos asimétricos. La poderosa base percusiva del grupo –el baterista Juan Carlos Rojas Castro, y Yaroldy Abreu Robles y Dreser Durruthy Mombalé en tambores y voz– resulta un elemento fundamental en el armado de la estructura musical; ellos no sólo llevan el peso del impactante swing del equipo sino que son los motores de los numerosos cambios de carácter expresivo de las piezas. Y, además, se convierte en protagonista absoluto en momentos como “Misa Negra”, ese antiguo tema de Irakere que se asemeja a una especie de A Love Supreme coltraneano pasado por el Caribe, o en la sección medular de “Yansá” (el nombre de la diosa de la tempestad en el ritual de la Santería). Mombalé, haciendo de oficiante ante el coro del resto del grupo, produjo, con su fantástica recreación de lo afrocubano, sólo con su voz y sus tambores, algunos de los momentos más intensos de la noche.

La presentación de Valdés duró dos largas horas en las que el empuje nunca decayó. Si la influencia de Coltrane aparece como referencia en composiciones como la “Misa Negra” y, obviamente, en ese “Chucho’s Steps” al que no cuesta encontrarle la filiación en “Giant Steps”, lo es también para el saxofonista Carlos Manuel Miyares Hernández, con sus veloces frases en espiral y un sonido espeso y tridimensional, que realizó una labor notable en un danzón llamado “Danzón”, comenzando con un sentido casi vocal en el fraseo y llevando luego las relaciones temáticas hasta el borde mismo de la disolución. También el trompetista, Reinaldo Melián Alvarez, se destacó tanto en las partes colectivas como en sus solos, entre los que descolló el que realizó en fluegelhorn, en el tema “Begin To Be Good”. La reminiscencia de “Some Other Time” –aquella canción de Bernstein con cuya introducción Bill Evans declaró parte de sus principios armónicos– en “Danzón” y la cita a “Birdland” en “Mambo para Zawinul” marcan, además, una compleja red de referencias donde lo africano es tomado tanto de ida –es decir, en ese origen común previo al jazz y a los desarrollos americanos de esa herencia cultural– como de vuelta, o sea ya pasado por la genealogía que, de Ellington para acá, trabajó conscientemente con esas fuentes.

“Qué bueno es estar de nuevo aquí, en Buenos Aires, después de cuatro años”, fueron las primeras palabras que dijo Valdés al público. Luego aseguró estar honrado por haber sido nombrado, ese mismo día, huésped ilustre de la ciudad y, en el único momento en que el público se le volvió en contra, agradeció la distinción al jefe de Gobierno Mauricio Macri: obtuvo una chiflatina y un abucheo tan intenso como unánime. Valdés no insistió con el tema y siguió con la música que, en cambio, fue merecidamente festejada. La actuación del grupo cubano, que se completó con el contrabajista y bajista Lázaro Rivero Alarcón, fue precedida por la presentación del muy joven y talentoso guitarrista y compositor chaqueño Marcelo Dellamea, que actuó junto a su hermano Hugo, a quienes se agregó percusión y, en un tema, el bajista uruguayo Daniel Maza. De 19 años y alabado por músicos como el Chango Spasiuk y Luis Salinas, junto a quienes ha grabado y con quienes ha actuado en festivales como el de Cosquín, tocó una especie de mezcla de jazz, flamenco y chamamé, y deslumbró cantando en guaraní y, en dúo con su hermano, una rica versión de “Canción de las simples cosas”, de Isella y Tejada Gómez.

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