MUSICA › RAMIRO GALLO HABLA DE SU ORQUESTA ARQUETIPICA, QUE HOY PRESENTA ARTE POPULAR
El del violinista, compositor, arreglador y director es uno de los nombres fundamentales en la renovación del tango que se dio a partir de los ’90. El concierto de su orquesta en Café Vinilo tendrá como invitados a Leopoldo Federico y Lidia Borda, entre otros.
› Por Karina Micheletto
Una orquesta típica a la que llamó Arquetípica. Un disco que se llama Arte popular. Por aquí anda el presente de Ramiro Gallo, uno de los nombres fundamentales de la renovación del tango verificada a partir de la década del 90, en el impulso de nuevas agrupaciones, pero fundamentalmente en nuevas composiciones. Violinista, compositor, arreglador y también director, Gallo ha marcado la escena de esta nueva etapa del género en su paso por formaciones como El Arranque, o con su quinteto, que mantiene en forma paralela a la creación de la orquesta, y en una cantidad de incursiones que incluyeron, por ejemplo, la participación de Wynton Marsalis en sus obras. Arte popular trae grandes tangos de Gallo, con la novedad de que aquí también hay nuevas letras, propias. Y además de una impecable Orquesta Arquetípica, suenan invitados como Leopoldo Federico, Víctor Lavallén, Ariel Ardit y Lidia Borda. Estos últimos, más el cantante Emiliano Castignola, serán parte de las presentaciones que tendrán lugar hoy a las 21.30, y los siguientes viernes 15 y 22 de julio, en Café Vinilo (Gorriti 3780).
Gallo es un defensor del tango en el sentido más concreto y material –y, a la vez, menos alejado del bronce– que puede pedírsele a la idea. Lo es, en principio, por la música que lleva su firma, de la que en este disco dejan constancia de potencia temas como “Estirpe tanguera” o la obra Proyecto tango, compuesta por encargo del Festival de Tango en la edición de 2006 y en gran medida germen de la orquesta. Pero su defensa del género pasa también por el sustento ideológico de esa obra: el desafío, dice Gallo al repasar el “para qué”, es que alguien, algún día, vaya silbando un tango nuevo por la calle. Hacia esas formas de apropiación apunta el músico, más que a la enumeración de reconocimientos internacionales, entre los que se cuenta la reciente edición de un método para violín en Alemania. Un objetivo que vislumbra todavía lejano, pero posible.
Lo de Gallo va a contramano de un relato hegemónico repetido por la crítica musical. “No entiendo cuando, para alabar a un músico joven de tango, dicen ‘¡qué fuerza que tiene, suena rockero!’ O se dice que logran aceptación porque tienen ‘actitud rockera’. En todo caso, lo lograron porque el público se identificó con ellos. ¿Quién les dijo que buscaban rock?”, analiza el violinista. Así descripto, el repaso por tantos títulos fáciles del estilo “el Jimi Hendrix del bandoneón”, “el Jimmy Page del tango”, mueven a risa. “A mí me encanta Jimi Hendrix, me encanta Jimmy Page, me hubiese encantado también que ellos hubiesen escuchado al Tano Ruggiero, ¡se les habrían caído las medias! ¡Yo a Jimmy Page lo encuentro re tanguero!”
–¿Por qué sintió la necesidad de crear una orquesta típica, teniendo un quinteto? A priori, parecería más difícil trabajar, ensayar, moverse con una formación grande...
–Lo es, pero justamente ahí está el tema. El sonido emblemático del tango, el arquetípico, tiene que ver con lo orquestal, y creo que la mayoría de los músicos de tango lo saben. Y justamente, dejar de armar orquestas no tiene que ver tanto con una cuestión estética, sino laboral. Así que la decisión de armar la Arquetípica es un poco salir a ponerle el pecho a eso.
–Sin embargo, hay una gran cantidad de orquestas típicas formadas por músicos muy jóvenes...
–Claro, hay muchos que se han sumado a ese tipo de esfuerzo, toda la movida de la Unión de Orquestas Típicas es muy valiosa. Lo que pasa es que para mí es más difícil, yo estoy en otro momento, no puedo ponerme a armar una cooperativa o decirles a los músicos “súmense a mi orquesta, vamos a remarla juntos”. No, si estoy planteándoles sumarse a mi proyecto, tengo que darles trabajo, darles algo armado, el riesgo no puede ser compartido. En cuanto a los músicos más jóvenes que se organizan y arman sus típicas, desde luego que es auspicioso. Lo que más me interesa por ahora es el movimiento que se generó, no sé si encuentro productos totalmente acabados, aunque algunos como Agustín Guerrero plantean búsquedas muy interesantes. Con el tiempo, de la cantidad tiene que salir la calidad.
–¿Y a qué cree que se debe esta cantidad?
–Creo que hay una gran necesidad de identificación. Es notable y siempre esperanzador ver cómo hay respuestas que surgen de la gente, sin que las guíe ningún interés individual. Recuerdo que, en medio de una especie de depresión en la que estaba hace unos años por la poca respuesta que encontraba a mi trabajo, Emilio Balcarce me dijo: “¿Y a vos te parece que va a durar mucho esto?”. Se refería a la música global, esto de que en cualquier lugar del mundo suene todo igual. “Fijate que la música en general se ha deshumanizado –me dijo Emilio–, y eso tiene un límite, un fondo. En algún momento el hombre se rebela contra esa deshumanización, necesita volver a encontrarse con el corazón. Cuando pase eso, el tango va a tener algo para decir.” Creo que el fenómeno actual de las típicas tiene que ver con eso, con una gran necesidad de expresión de lo que sentimos propio y que no puede ser canalizada a través de otros géneros y otros formatos.
–El lenguaje es más clásico en este disco. ¿Eso fue algo buscado?
–Seguramente, o más bien fue encontrado. Me causa gracia porque he tenido, por un lado, aceptación de viejos tangueros y, por el otro, hay gente que se preocupa porque dice que ya no sueno vanguardista. Son momentos, búsquedas, y encuentro que detrás del vanguardismo hay mucho de cholulismo, una idea superficial. Mi manera de componer tango ha evolucionado de la misma manera en que ha evolucionado mi forma de escuchar tango: cuando lo escuchaba quizá de una manera más superficial, me quedaba en el acorde con más tensiones, en la textura con más contrapunto. En la medida en que me fui haciendo más tanguero, fui escuchando el género desde otro lugar, me preocupé por absorber otras cosas.
–Entonces, en su caso la evolución tuvo que ver con volver a las fuentes.
–Me fui metiendo más hacia adentro a medida que fui aprendiendo el género. Una escucha actual tiene muchas capas sonoras, que fueron quedando acumuladas. Pero en el tango hubo un quiebre, un corte en la cadena de transmisión oral, en el fluir del género, que no tuvo que ver con razones estéticas. Busqué rescatar ciertas cosas que me movilizan, efectos, maneras de expresión que detrás de una supuesta modernidad van siendo menos valorados. En definitiva, no me interesa sonar moderno o clásico: quiero aprender a sonar tanguero. Cuando tocamos en Los 36 Billares, aclaré de entrada: “No hago tango nuevo, no hago tango joven ni post Piazzolla. Hago tango, no hay tanto misterio”.
–En el disco hay muchas canciones, letras de su autoría.
–Sí, también en esta época me está interesando componer canciones. Quisiera encontrar una manera de expresión despojada, sin posar, sin pretender que una letra suene moderna. Es difícil. No deja de sorprenderme cómo puede ser más natural hoy expresarse en un rap que en un tango. En fin, es un estado de cosas que se logró después de mucho tiempo de vaciamiento cultural.
Gallo representa a una generación de músicos talentosos que alguna vez fueron la “nueva camada” que retomó la creación en el género y que hoy sienten que tienen que generar trabajo (así ocurre con los tangueros, hablan de trabajo antes que de arte abstracto, cualidad que no se verifica con frecuencia en otros géneros), al liderar proyectos propios. Su presente aparece marcado por Lorenzo, su hijo de un año y medio, cuya mamá, la bandoneonista Lucía Ramírez, integra también el quinteto y la Orquesta Arquetípica. Lorenzo ya los acompañó en giras por el interior del país, en breve viajarán juntos a actuar en Europa. Como sucede con la música que hace Gallo, la formación se va a agrandando.
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