MUSICA › RECITAL DE JUAN LUIS GUERRA EN EL ESTADIO GEBA
Acompañado por su poderosa banda 4.40, el cantautor dominicano presentó A Son de Guerra ante un público heterogéneo. Guerra, convertido al evangelismo, deleitó con viejas y nuevas canciones.
› Por Karina Micheletto
A Son de Guerra Tour
Recital de Juan Luis Guerra
Músicos: Luis Payán Rojas (guitarra), Juan de la Cruz Díaz (percusión), Isidro Bobadilla Carmona (percusión), Rafael Martínez German (percusión), Luis Mojica Almon (percusión), Luis Frómeta Ceara (batería), Daniel Peña (saxo), Abed Nego de los Santos Febrillet (saxo), Yoel Meran (saxo), Erick Núñez (trompeta), Jesús Alonso Solís (trompeta), Patricio Ventura (trombón), Angel Zayas-Bazán Pérez y Juan Rozek Benelly (coros), Jairo Milanés Ureña (teclados) y Janina Rosado Peralta (teclados y dirección musical).
Lugar: estadio GEBA.
Fecha: domingo 9 de octubre.
Banda soporte: Vicente García (República Dominicana).
Hay que ver a este señor de figura larguirucha, dotado para el baile como un tío que se alegró en un casorio y quiere poner el ritmo que su cuerpo no le trae, casi tímido en su rol central, vestido con jogging y bufandita, como si hubiera salido a hacer un mandado y se calzó el saco de apuro. Hay que ver cómo pone a bailar a todo el estadio GEBA, sin preámbulo caribeño ni artificio alguno. Hay que escuchar a esta banda que suena fantásticamente y que renuncia a cualquier cliché de “lo latino” desde su nutrida fila de bronces y desde su también populoso set percusivo. Esto, por estas tierras, se ve poco.
Lo que trae Juan Luis Guerra es un gran show armado al detalle, de esos que se repiten con perfección en largas giras –ésta se llama como su último disco, A Son de Guerra– y que están pensados para funcionar en cada ensamble de temas, en cada juego visual con el sostén de un importante soporte de pantallas. Sólo que aquí no se necesita de grandes despliegues escénicos, de bailes acrobáticos o de firuletes para ganar la respuesta del público. Podría decirse que una parte está ganada de antemano, y por goleada: ¿quién no ha bailado y ha cantado alguna vez que “quisiera ser un pez”, que “ojalá que llueva café”? Si este dominicano ha vendido una cantidad de discos que se publicita en cifras que van desde los 15 hasta los 30 millones, según las fuentes (los números del mercado discográfico son como los de las marchas), alguna de estas canciones, en alguna circunstancia, se ha instalado ya. Y aun así la fuerza que trae el vivo es de otro orden que el de la repetición. La poderosa banda 4.40 y la impecable voz de Guerra –que parece salida directamente del disco– sorprenden por su despliegue estrictamente musical.
Es un show raro dado el contexto en el que se ha desenvuelto en los últimos años la carrera de Guerra: después del éxito Bachata rosa, a mediados de los ’90 llegó un súbito retiro que parecía definitivo, y aquella “conversión”. Lo del retiro tuvo que ver con problemas oculares que casi lo dejan ciego, con la búsqueda de un hijo que no llegaba, con una depresión. Lo de la conversión, con la adhesión a la religión protestante, y con lo que repite como una revelación: “Dios entró en mi corazón”. A Guerra no se lo ve mucho en la tele, no hubo demasiadas notas promocionales para este show. Su circuito es otro. Sus últimas apariciones en la Argentina fueron en el contexto de festivales de congregaciones evangelistas, como telonero del empresario religioso Luis Palau.
Tres bases temáticas son las que sostienen las canciones del dominicano, exponente de la fusión de ritmos caribeños. Están las bachatas, sones, merengues y salsas que cantan amor, amor y más amor, esas de melodías imbatibles como “Frío, frío”, “La bilirrubina”, “Bachata rosa”, “Razones”, “Carta de amor”. Están las de corte social, como “El costo de la vida”, de los ’90, o “Visa para un sueño”, de 2010, sobre las desigualdades y los exilios económicos. O “El Niágara en bicicleta”, una de esas letras que acercarían a Guerra a un Blades dominicano, sin estribillos, sobre las peripecias de un paciente en un hospital público: “¡No me digan que los médicos se fueron! ¡No me digan que no tienen anestesia! ¡No me digan que el alcohol se lo bebieron, y que el hilo de coser fue bordado en un mantel! ¡No me digan que las pinzas se perdieron, que el estetoscopio está de fiesta, que los rayos X se fundieron y que el suero ya se usó para endulzar el café!”. O “Apaga y vámonos”, de su último disco, que abrió el show: “¡Ay, cariño! ¿Qué hacemos con los que ofrecen villa y castillo? ¡Ay, cariño! Apaga y vámonos, que es lo mismo. ¡Lo mismo otra vez! La misma promesa, el mismo CD. La misma mentira, el mismo café. El mismo discurso, el mismo cliché. La historia recicla, ¡nos queda la fe!”.
Y está, justamente, el tema de la fe. Porque Guerra, desde su “conversión” en adelante, se ha ocupado de sumar en sus canciones al “Rey de Reyes”, al “Poderoso y Majestuoso”, y hasta le ha dedicado un disco entero (Para ti, de 2004) a Nuestro Señor Jesucristo. Y si tiene que hacer una canción de amor, le canta a su esposa “Mi bendición”. Y si cuenta cómo nació tal otra, dice que fue “meditando sobre el Salmo 103”. Ya se sabe: cuando el arte se vuelve militante, suele salir más perjudicado el arte que el militante.
Así que es fácil distinguir entre el numeroso y conectado público a la rama evangelista, que canta y salta y coreografía estas canciones en particular, mientras el resto observa en silencio respetuoso, aunque sin dejar de llevar el ritmo. Y es fácil entender cómo si alguien tuviera que hacerse creyente, entre el “por mi culpa, por mi culpa” de los católicos y esta feliz puesta en clave de salsa, que canta que está bárbaro amarse y besarse y abrazarse, y que suena con esta poderosa y bien dotada banda latina, no le costaría mucho decidir cuál camino elegir. El final es con una versión acústica de “Ojalá que llueva café”, enmarcada por una bella estética desde las pantallas, y con un efecto final de lluvia de café (de verdad). El tipo saluda como el vecino macanudo y se va como dejando cumplido un deber que en un punto le pesaba. Todo eso es Juan Luis Guerra.
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