Lun 24.10.2011
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MUSICA › MAñANA NADIE SE ACUERDA, EL DISCO DE LUCHO GUEDES

Una mezcla de drama y humor

Autor, guitarrista y cantante, concibió un trabajo inclasificable, que deambula entre el tango y el folklore, con el énfasis puesto en los textos. El álbum está atravesado por personajes verosímiles, muchas veces entrañables, siempre despojados de toda épica.

› Por Cristian Vitale

Las historias que Lucho Guedes cuenta con música están pobladas de personajes bien verídicos. Ni oscuros ni luminosos: algo grises, neutros. Ni épicos ni solemnes: alcanzables, a veces entrañables. Julito es un guitarrista. Un laburante de Villa Hidalgo que quedó sordo porque su padre le pegaba duro y no lo curó la medicina, sino otra golpiza. El Rafa, un terco y melancólico reparador de bandejas de vinilo, minicomponentes y radiograbadores que se resiste al iPod y el mp3 y aggiorna su negocio poniendo a la venta muñequitos. Marcelo y Gimena, una pareja que arrastra mil sueños frustrados, pero la pilotean “inventando” otros. Jorge, un albañil que del odio hace ladrillos y vuelve a su casa en trenes atestados, mientras mira la mina de la contratapa del diario; y el Pope, un electricista que se despierta a las seis de la tarde, cuando deja el trabajo y se va a ensayar con la murga del barrio. De ese tono son algunas de las short stories que este autor, guitarrista y cantante escribe, canta y toca –entre tango y folklore– en su disco debut: Mañana nadie se acuerda. “Lo pensé como un disco que funcione como un libro, un disco de historias y relatos”, dice él, en la previa de su estreno: el domingo 30 de octubre en Café Vinilo (Gorriti 3780).

Un disco, además, cuyo abordaje estético y global escapa a lo usual. Es atípico. Tiene muchas palabras, poco desarrollo instrumental y precisos arreglos subyacentes. Y origina su materia narrativa en los quiebres y vacíos de vidas comunes, en detalles que este singular vate-trovador llama “puntos de tensión en bruto”. Un trabajo, en suma, que parte de un adicto a la literatura de Hemingway y Puig que escribe sobre cosas que ve entre amigos. O que escucha pateando veredas y catalizando lo que oye. Lo que oye y luego viste con sonidos que fue aprendiendo en la Escuela de Música Popular de Avellaneda o puliendo entramados en toques con Lucho Hoyos, Alberto Rojo, Santaires, Leo Masliah, Alan Plachta o Diego Schissi. “Primero defino las historias, luego trabajo los textos a la manera antigua y finalmente concibo la música. Por eso hay canciones que son claramente una zamba, pero hay otras en las que los textos son tan largos que producen una deformidad absoluta en la música”, desanda él, en otro intento por poner en palabras un disco áspero de explicar en conjunto. Otro podría ser “ablandando” los textos. Sus formas.

Las catorce historias que Guedes cuenta, toca y canta tienen diversos focos geográficos, diferentes ambientes y personajes distintos, invadidos por realidades disímiles. Pero las une y atraviesa una paradoja: las palabras son muchas y leves. Duran poco. Van al detalle perdido, imperfecto. Un tercero es que los textos son cortos para ser cuentos y largos para ser canción. Tanto lo son que Guedes podría superar tranquilamente el record de palabras por minuto que ostenta –si no lo hace, anda cerca– el gran Fernando Cabrera en sus verborrágicas canciones. “Lo que hice fue darle rienda suelta a mi gusto por la narrativa, experimentar qué se puede hacer con ese gusto y una guitarra. La gente de mi generación está tratando de tocar tango como en los ’40 o intentando resignificar el folklore de raíz. Yo estoy en otra”, arriesga.

–La materia textual de sus canciones podría leerse en conjunto como espejos en los que mirarse para pilotear la vida y seguir.

–(Risas.) Uno va creciendo y se da cuenta de que subsiste si se adapta a la realidad, que siempre es inconclusa, sucia e imperfecta. No quiero bajar una línea pesimista, ojo, la sensación es que, por ejemplo, Marcelo y Gimena (la pareja de los sueños rotos) no son felices ni infelices, sino que encontraron un punto en el que se pueden sostener dentro de un panorama que les fue frustrando proyectos.

–¿Las historias son reales, semi reales o realidad ficcionada?

–Muchas son claramente inspiradas en casos reales, yo las llamaría realismo contemporáneo. Julito, por ejemplo, era un alumno mío de San Martín, donde yo laburaba en proyectos de desarrollo social. El pibe estaba medio sordo y tuvo que atravesar toda la burocracia hospitalaria del partido porque yo lo mandé a que se hiciera ver y terminó embarcándose en un laberinto tremendo. La verdad es que lo quise ayudar y la pasó mal (risas). El Rafa es de ficción, porque no lo conozco, pero la idea me surgió a partir de ver un lugar que está en Villa Crespo, cerca de mi casa, en Camargo y Scalabrini Ortiz. Se llama El Gramófono. Es el local de un tipo que arregla equipos de audio en desuso y le puso onda como para que el local resista, pero no empezó a arreglar iPods sino a vender muñequitos, cartelitos, y está empecinado en seguir haciendo lo suyo. Después hay canciones con un vuelo más poético, sin lenguaje crudo, y otras al revés. Creo que la totalidad da una mezcla inconclusa de drama y humor, de deseos incompletos e incoherencias naturalizadas.

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