MUSICA › JUAN FALú, EL DISCO QUE PRESENTARá MAñANA, LAS BúSQUEDAS ARTíSTICAS Y ESTéTICAS Y EL ARTE DE TOCAR UNA CANCIóN
Es la afirmación de un músico que disfruta lo que hace, pero también sabe mantener el espíritu crítico. El cancionero propio y ajeno que repasa Lo mejor de Juan Falú permite avizorar que la velada de mañana, con una multitud de invitados, será algo especial.
› Por Karina Micheletto
Juan Falú acaba de sacar un disco, al que tituló, con la poco justa síntesis de las revisiones, Lo mejor de Juan Falú. En ese disco –que no es exactamente una recopilación, porque incluye algunos vivos y destacadas grabaciones inéditas– es posible escuchar no sólo temas propios y un bello cancionero tradicional, apropiado en versiones libres y en la personal forma guitarrística de Falú. También es de algún modo el sonido que resulta de un recorrido tenaz, claramente marcado, hecho por Falú, que es estético y por tanto ideológico. A partir de las decisiones que ha ido tomando en ese recorrido, como las de los años que captura este disco, este guitarrista y compositor ha ido construyendo una carrera que lo sitúa como una figura destacada de la cultura popular argentina.
Este modo de hacer ha dejado marca como solista pero también en compañía, como lo testimonia el disco que lo muestra con destacados colegas, en diversos dúos emprendidos a lo largo del tiempo. Y también el concierto que dará en el Teatro SHA (Sarmiento 2255), mañana a las 21.30, en el que tocará y cantará con una apabullante lista de invitados “maestros y amigos”, como Liliana Herrero, Marcelo Moguilevsky, Carlos Aguirre, Ramón Navarro, Ramiro Gallo. Y también Roberto Calvo, Juan Anapios, Rolando Goldman, Jorge Marziali, Leopoldo Deza, Laura Albarracín, Rubén Lobo, Lucho Hoyos, Topo Encinar, Bárbara Streger, Andrés Pilar, Marion Moss, Florencia Bernales.
“Y sí, esta presentación puede pensarse como una excusa para encontrarme con todos estos amigos, eso ya es un motivo para un recital”, dice Falú. “Y el disco es la síntesis de un recorrido que, muy en mi interior, tal vez sin darme cuenta, necesito cerrar en un punto. Lo necesito para empezar otro recorrido, siempre siento esto de abrir y cerrar etapas como un impulso creador. Para las grabaciones siempre estoy con esa idea, o mejor dicho con esa fantasía del cierre. Porque, finalmente, no deja de ser una fantasía”, admite el guitarrista.
–¿Cómo seleccionó ese recorrido?
–Más bien fue apareciendo, no fue algo tan pensado. Lamentablemente no pude poner más temas, pero enseguida, después de este disco, se viene otro compilado que va a ser íntegramente nuevo y que ya tengo armado. Va a ser de temas en vivo y grabaciones que fui seleccionando en los últimos años, desde una en un bar con Pepe Núñez hasta algunas muy recientes. Quedó un abanico de tiempos y lugares muy amplio.
–¿Y cómo se escucha en las grabaciones más viejas? ¿Qué le provoca retomar los comienzos?
–La inclusión de los temas más viejos fue intencional, porque algo que quise mostrar también en este disco es que llevo muchos años con mi sello, Epsa. De alguna manera, cuando uno mantiene una relación en el tiempo con un sello aparece como algo totalmente natural el compilado. Veinte años, en este caso, es mucho.
–Toda una rareza en la relación de un músico con un sello.
–Fue así porque me he sentido siempre muy respetado, nunca se han negado a una idea mía. Es más, si no tengo otras ediciones es porque soy yo remolón para ordenarme y redondear un disco.
–Retomando: ¿qué le provoca entonces escucharse?
–Obviamente, para hacer la selección tomé como criterio la sensación placentera que me produce cada tema al escucharlo. Y obviamente, también, no incluí ninguno que me molestase, algo que ocurre a menudo. Con discos enteros. En el único en que no ocurre eso, y por una rara jugarreta del destino, es en En vivo en Francia (En vivo en Vendôme), que nunca fue pensado para un disco, simplemente lo grabó el técnico, sin imaginar un uso posterior.
–¿Y por qué la molestia al escucharse grabado?
–Siempre, cuando escucho los discos, hay algo que molesta porque no cierra, alguna nota, algún sonido. Como hago versiones libres, en casi todos mis discos hay alguna zona de riesgo, algún tropiezo...
–Pero, finalmente, de eso se trata.. .
–Sí, a veces tengo que escuchar lo que me dicen los amigos o la gente que me aprecia, en el sentido de que ese riesgo es parte de un modo de ser. Yo mismo les digo siempre a mis alumnos que el error no es grave. Sí, debería recordarlo también yo mismo.
Falú viene de una gira por el sur, y de un encuentro en Montevideo, lo espera luego de la actuación en el Sha una gira por Francia y Alemania, y para principios del año próximo un viaje a Cuba, adonde irá a participar de un encuentro de guitarristas. Es también docente del Conservatorio Manuel de Falla, donde colaboró en la creación de la primera Carrera Superior de Folklore y Tango. A lo que habría que sumar su labor en la dirección del festival Guitarras del Mundo, y como miembro del directorio del Fondo Nacional de las Artes, desde donde emprende diversos proyectos relacionados con la música popular. No parece fácil seguirlo, y de hecho no fue tan fácil coordinar un momento libre para la entrevista. Y sin embargo tanta actividad contrasta con la parsimonia que transmite su forma de estar, su acento, su decir. “Con llegar vivo al viernes, me alcanza”, sonríe Falú al repasar la lista, casi como una declaración de principios.
Algunos de esos principios aparecen en forma de anécdotas en Ridiculum Vitae, las Historias guitarreras que editó hace unos años la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Tucumán, donde este guitarrista, compositor y cantor se graduó alguna vez de psicólogo. Son pinceladas, retratos de momentos, bien escritos (toda una rareza del género folklórico, tan proclive a anecdotarios reñidos con la gramática), y narrados con un humor muy punzante, contagioso. En el libro, con prólogos de Horacio González, Jorge Cardoso y Ricardo Moyano, surgen historias enormemente disfrutables, sucedidas por ejemplo en esos bizarros festivales de pueblo que todo seguidor del género ha presenciado alguna vez.
Y, como primera historia, está aquella en la que habla sobre las preguntas que suscita el parentesco con su tío, Eduardo Falú: “‘Soy el sobrino’, respondía mil veces a la pregunta sobre los lazos. ‘Es mi tío’, menos veces, como para situarme en el centro de la relación. ‘Es mi madre’, en ocasiones, cuando los huevos me llegaban al piso”, cuenta. Y recuerda, con mucha gracia, aquella actuación en Madrid en la que había rogado a la conductora que lo presentara hablando de él y no del parentesco con su tío. El relato es el de un comienzo de recital perfecto, un ambiente agradable, una presentadora que hablaba de su carrera y no de su familia. Y que para finalizar dijo: “Con ustedes, Eduardo Falú”.
“Tal vez suene demasiado optimista mi respuesta, pero yo creo que el público existe”, dice Falú cuando se le pregunta por las posibilidades que abren los festivales y una plaza difícil para el folklore como Buenos Aires. “Yo creo que existe un público para todos los géneros, y para todas las posiciones estéticas e ideológicas. Esto no significa que todos trabajemos bien, pero sí que ese público está, existe, y que hay que ir en su busca”, asegura. “Yo no soy de convocatorias masivas, pero dentro de mi espacio estético sé que existe un público. Por supuesto, esto es más fácil de contrastar cuando uno viaja por el país. Es cierto que en Buenos Aires es más difícil, la oferta de espectáculos es avasallante, los esfuerzos de músicos que vienen a tocar del interior a veces no resultan. Justamente en esta fecha del viernes tuve la necesidad de sentir qué pasa conmigo en un teatro grande de Buenos Aires, donde hay que cobrar una entrada. Tomar el pulso ese es bastante inquietante.”
Falú sabe de eso de “tomar pulsos” cuando los contextos son desafiantes. El de Cosquín, por ejemplo. Sus últimas actuaciones en este festival, plantado en el escenario, solamente acompañado por una guitarra con micrófono de aire, el silencio con el que lo ha seguido el público y la posterior respuesta fervorosa fueron postales conmovedoras, a contramano de cierto “hacer” festivalero. Postales que, como dice Falú que hay que hacer con el público, ha sabido “ir a buscar”. “Cosquín ha significado para mí un reconocimiento muy fuerte, la demostración de que se puede brindar lo de uno y lograr que le guste a un público que no había ido a escucharlo a uno, sino a propuestas muy diferentes”, dice Falú.
–¿Y qué cree que es lo que el público le reconoce?
–Me da la impresión de que se respeta algo más que a un guitarrista. Supongo que es de algún modo un respeto a esta manera mía tesonera de estar en un lugar, con un pensamiento, un modo de ser, una idea de defensa de determinados valores, determinadas iniciativas, determinados espacios de la música popular. Todo eso termina convergiendo para que a uno se lo valore o se lo aprecie no sólo por tocar la guitarra... Bah, pienso yo, ahora... La verdad es que también pienso que todas estas explicaciones no sirven para nada. Siempre hay una zona que no se explica con palabras ni con el pensamiento, sobre todo cuando se trata de arte. Hay comunicaciones que son misteriosa químicas, que se dan o no se dan...
La cronista acuerda en un todo con el entrevistado. Pero advierte también que ideas como ésta atentan contra su fuente de trabajo.
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