MUSICA › ANTHONY HOPKINS HABLA DE SU FACETA COMO COMPOSITOR CLáSICO
Para el actor, los conciertos que dio la Sinfónica de Birmingham con su música son una continuación natural de una pasión que estaba en él incluso antes de pensar en dedicarse a la actuación: “Siempre improvisé y compuse, nunca lo había tomado seriamente”.
› Por Jessica Duchen *
Sir Anthony Hopkins es alguien muy versátil. De Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes al reprimido mayordomo de Lo que queda del día, de Sobreviviendo a Picasso a CS Lewis en Tierra de sombras, les ha puesto el cuerpo a un amplio rango de personajes fascinantes. Pero ahora ha tomado la que quizá sea su encarnación más sorprendente a la fecha: se ha convertido en compositor. Este mes, Classic FM lanzará una grabación de música orquestal compuesta por Hopkins. Algunas de las piezas ya fueron escuchadas en sus películas Slipstream y August, mientras que otras se conocerán ahora por primera vez. El proyecto parecería un giro bizarro en la historia de cualquiera, ni hablar de alguien que es uno de los actores ingleses más queridos. Pero Hopkins le da el crédito de todo a su mujer, Stella: ella, dice, es quien proveyó el ímpetu necesario para hacer públicas las inclinaciones musicales de toda su vida.
“Stella fue toda una inspiración”, dice Hopkins. “Ella me dio coraje para expandir y ampliar mis campos de interés, tanto con la pintura como con la música.” Fue su poder de persuasión lo que lo llevó a mostrar algunos de sus trabajos de arte, unos dos años atrás. “Yo tengo un piano, y lo toco todos los días si estoy en casa. Siempre improvisé y compuse música”, dice el actor. “Pero nunca me lo tomé muy seriamente. Lo hice no por la ambición de ser un músico o un compositor, sino por el mero placer de hacerlo. Stella me ha venido escuchando a través de los años y me dijo ‘¿por qué no escribís eso?’.” En algunos casos lo hizo.
Hopkins dice que las piezas le llegaron con facilidad. “Eso es porque no me preocupo por el asunto. No pienso: ‘Bueno, tengo que conseguir que esto sea perfecto, debo analizarlo...’. Si a mí me suenan OK y a otras personas les gustan, entonces sigo adelante.” No tiene un modelo o un ideal: “Tengo gustos católicos y ninguna preconcepción. Me encanta escuchar a Vaughan Williams, Delius y Elgar, pero también escucho música country and western y jazz. Escucho de todo”. En espíritu, su música tiene cierta conexión con sus pinturas: vívidamente coloridas, yendo de lo literal a lo surreal o un toque onírico que a veces delata una intensidad oscura, casi obsesiva. El track de apertura, “Orpheus”, es ciertamente siniestro. Pero hay mucha variedad en su material. Un número tierno que presenta un bello solo de cello, dedicado a Stella; algunos rinden tributo a la visceral excitación del cine, mientras que “The Waltz Goes On” –una visita en toda la regla, aunque algo inquietante, a la tradición del vals– fue tomada por el popular André Rieu, quien la orquestó e hizo sus primeras performances con la Johann Strauss Orchestra.
La mayoría de las piezas, de todos modos, son gentiles y llenas de nostalgia, íntimamente ligadas con su infancia en Gales, donde nació en 1937. Tienen un sentimiento notoriamente fílmico, como si Hopkins estuviera creando la banda de sonido de sus memorias. “Los años de posguerra fueron bastante horribles en toda Europa”, recuerda. “Todo estaba devastado y Gran Bretaña atravesaba un terrible período de austeridad, monotonía y grisura. Todos trataban de vivir como podían, recuperarse de alguna manera. Mi padre, que era panadero, trabajaba muy duro, y mi madre trataba de mantener las cosas en orden. Pero yo era muy chico, y los chicos tienden a no preocuparse por cosas como ésas: lo único que queríamos hacer era salir a jugar, a perseguirnos por los campos. Así que veo eso como una especie de Edén, un tiempo hermoso e idílico. Pero si lo mirás en la realidad, no había nada más que pobreza y privaciones.” Hopkins descubrió la música aun antes de siquiera pensar en intentar la carrera de actuación. “Era un pibe bastante solitario, porque en la escuela era todo un zoquete”, declara. “Era completamente estúpido, no tenía ni idea de lo que pasaba en el mundo, así que me retraje. No tenía amigos en la escuela y no jugaba con otros chicos. Así que creé una especie de mundo propio. Suena un poco a cuento de hadas, pero no tenía otra opción. Podía dibujar y podía tocar el piano, y eso se quedó conmigo toda mi vida.”
¿Piensa que hay una conexión, en un nivel creativo, entre la música y la actuación? El cree que no hay mayor similitud en las formas de arte, pero sí en su actitud hacia ellas. “Cuando estoy preparando un personaje aprendo mis líneas de una manera muy metódica, las repito una y otra y otra vez hasta que las imágenes del personaje que voy a interpretar se vuelven claras”, dice. “Entonces voy al set y espero que funcione, y si es así todo sale bien, dado que estoy preparado y relajado. Con la música sucede lo mismo: toco el piano un montón, pero lo hago sin ponerme grandes objetivos. Tengo el rango de atención de una abeja, soy un gran iniciador pero nunca termino las cosas. Es una manera de vivir libre y fácil, al azar, pero es como es; es la manera en que nací y crecí. Cuando era un joven actor quizá lo vi como una especie de maldición, pero en realidad me dio una gran libertad.” La ambición, dice, no tiene nada que ver. “No creo que la mente humana pueda trabajar fijándose patrones y objetivos. El pensamiento, los deseos y los sueños son algo bastante amorfo, son como vapores y nubes que se mueven en nuestra cabeza... al menos en la mía, con lo que nunca hago planes. Es muy similar con la actuación. No tuve una idea clara y determinada de que iba a ser actor. No tenía ni idea de en qué me convertiría, pensé que terminaría trabajando en una acería en Port Talbot por el resto de mi vida. Pero por casualidad vi en el Western Mail una beca anunciada para la Royal Welsh College of Music and Drama, y presenté una solicitud y la obtuve. Nunca antes había actuado”, relata.
“Yo quería ser músico, pero no tenía la habilidad o el respaldo de un aprendizaje académico, con lo que me dediqué a la actuación”, sostiene Hopkins. “Nunca pertenecí al negocio. Trabajé en el teatro nacional y nunca me sentí como en casa allí, trabajando con otros actores. Y ésa ha sido la historia de mi vida. Pero todo salió bastante bien, realmente, porque me dio una vida, me dio un marco psicológico, y la música finalmente vino.”
El año pasado, la Orquesta Sinfónica de la ciudad de Birmingham dio varios conciertos con música de Hopkins. El disco presenta grabaciones en vivo de esas performances, dirigidas por Michael Seal y producidas por Tommy Pearson. Hopkins dice que los conciertos fueron sus momentos más satisfactorios en la música: “Fueron buenísimos, especialmente uno en Cardiff con público galés”. Está encantado con el CD, pero no le preocupa demasiado cómo vaya a tomar la gente su música. “Porque no tengo ninguna noción preconcebida de los resultados o de lo que puede decir la gente: estoy libre de todo eso. ¿Qué van a hacer? ¿Mandarme preso si no funciona? No me preocupo por nada. Para mí la música ha sido todo un mundo nuevo, que le dio coraje a mi vida.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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