Lun 13.02.2012
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MUSICA › EN COSQUíN ROCK CONVIVEN EL HEAVY CON ANDRéS CIRO Y SKAY

Varios festivales en uno

El sábado, en el predio de Santa María de Punilla, hubo un escenario dedicado al metal, del que raramente se apartaron los fieles. El principal lo cerró el ex Los Piojos, pero el que brilló fue el ex Redondos. Las Pelotas y Catupecu Machu también dieron buenos conciertos.

› Por Luis Paz

Desde Santa María de Punilla

Hay un hecho que alumbra tenuemente el tema de las diferencias de los encuentros culturales que ocurren con el arte como catalizador con aquellos que orbitan la tecnología: mientras en el presunto termómetro de la sociedad digital que es Twitter, la muerte de Luis Alberto Spinetta perdía su lugar entre los temas que eran tendencia contra la de Whitney Houston, en el segundo día del Cosquín Rock se extendía el homenaje respetuoso y celebratorio, logrado con altura por algunos y sólo en base a la cita por otros, al Flaco. Hubo saludos de parte de Guasones y Las Pelotas, una versión habitual de Catupecu Machu y una más que nada efectista de Ciro (“Me gusta ese tajo”), quien cerró una jornada en la que por el escenario mayor pasaron artistas representativos de diferentes décadas del rock argentino (ninguno de la anterior) y por el secundario, algunas de las más importantes del heavy metal. Como si el rock, en su masificación, sólo pudiera quedarse con un par de referentes grossos por década y algo tardíamente, mientras el heavy, en su resistencia, admite desavenencias de su tradición más fácilmente y, a partir de eso, combate dentro de cada generación y no entre ellas.

Catupecu Machu y Ciro, con Los Piojos, fueron dos relatos de diferente magnitud, pero la misma sindicación de identidades durante la década del ’90: el rock alternativo y el que se convirtió en masivo desde los barrios bonaerenses hasta los estadios de la capital, llevando a cuestas dos tribus simplemente distintas. Mientras que Skay Beilinson, ahora como solista, y Germán Daffunchio, en Las Pelotas, compartieron la misma raíz durante los ‘80 de underground bohemio porteño con Los Redondos y Sumo para erigirse, además de en músicos notables por lo suyo, en miembros de dos historias fundacionales para la generación de público que es predominante en encuentros como éste. Dos distancias: alternativos y tradicionalistas; respetuosos de aquella búsqueda o encaramados a unas nuevas. En cambio, el sistema de clarificación del heavy es otro: la distancia se pone ahí entre bandas que se tiñen unas a otras de caretas, de tontas, de primitivas, como pasa entre el Ricardo Iorio de Almafuerte y el Claudio O’Connor solista y miembro de Malón, por más ética que estética.

Cuando algún metalero entra en desacuerdo con la banda por venir, se vapor una comida, una bebida, o a cubrir alguna necesidad sanitaria. Pero salvo por la curiosidad de ver a Catupecu Machu o a Skay, ni se acerca al escenario mayor. Sin embargo, los menos fanáticos de ellos, Las Pelotas o Ciro no tienen problema en ver algo de Anthrax, una de las cuatro bandas principales del thrash moderno, o de Malón, trinchera con validación histórica de la música pesada hecha en este país; lo que había sido mucho menos rígido el viernes entre el tablado principal (Massacre, IKV, Calle 13, Las Pastillas del Abuelo, Charly) y el secundario, dedicado al rocanrol de las últimas dos décadas.

Así, Cosquín Rock cubre como ningún otro la búsqueda de ofrecer varios festivales dentro de uno, algo que volvía a ocurrir anoche con el escenario reggae y el mayor, por el que andaban Viejas Locas, Rata Blanca y La Vela Puerca. Entre medio, un patio de comidas de fabricación rápida y de bebidas de ingesta veloz, y unos cuantos entretenimientos valen de salón de usos múltiples. Fuera del predio, escritos con fibrones faltos de tinta, los carteles avisan que los tickets para usar los baños químicos del sendero del ingreso cuestan dos pesos y se consiguen “en la caja” de los puestos de comida. Adentro estarán, al final, otras 40 mil personas. La tercera parte estaba para ver la versión de “Seguir viviendo sin tu amor” y los convites a Germán Daffunchio y Gabriela Martínez, de Las Pelotas, para una versión bastante errática de “Magia veneno”; y al Negro García López, para “Y lo que quiero...”, con las que Catupecu alteró un set que va llegando a un nivel de purificación que sólo admite sus temas más notables y tiene a Fernando Ruiz Díaz en una interacción más constante con su público. Las Pelotas se regodearon en un espacio que les es propio y una ciudad que les es confortable: con el saludo para el alma spinettiana y las denuncias en cuestiones como la minería a cielo abierto y el problema del agua como separadores, repasaron dos décadas de un rock que sabe discutir y alegrar desde su mensaje literal. Skay, en cambio, discutió con su guitarra y su modo de interpretar y producir, de recurrir a otra voz para la fábula simbólica, pero en consonancia, ofreció uno de los conciertos más certeros y densos (como virtud, claro) del Cosquín Rock 2012, que el sábado agotaba su segunda jornada con la actuación de Ciro en un show que pide cada vez más la aparición de nuevas canciones o, mejor aún, de una obra novel. No obstante, con el apoyo de un público que parece no discutirle absolutamente nada (a diferencia de lo que sí ocurre con Skay, Las Pelotas y Catupecu; y de una forma más parecida a la incondicionalidad del heavy fiel), se extendió hasta que la indómita luz lunar apareció, de una vez, por detrás de las sierras donde se escondía.

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