MUSICA › CULMINó CON MáS HOMENAJES A SPINETTA EL COSQUíN ROCK
El notable show de Juanse (que arrojó una rosa blanca al público por cada banda del Flaco), la contundencia de Viejas Locas con “Rezo por vos” incluido y Rata Blanca con “Despiértate, nena” marcaron la tercera jornada del Woodstock criollo.
› Por Luis Paz
Aunque no haya sido la última, fue la imagen que cerró el Cosquín Rock 2012: Juanse arrojando una flor al público por cada banda en la que estuvo Luis Alberto Spinetta, pidiendo que se las pasen todos, que las toquen todos. Aunque nueve grupos, entre ellos Illya Kuryaki & The Valderramas, le dieron gracias al Flaco metiendo versiones de sus canciones, lo del ex Ratones Paranoicos fue notable. Una vez terminada su presentación, basada en Baldíos lunares, su primer disco “posroedor”, el cantante se fue al fondo del tablado, tomó un ramo de rosas blancas y empezó: “Almendra, Pescado Rabioso, Spinetta Jade, Invisible, Los Socios del Desierto”. Y luego, otra por su carrera solista. A todo esto, habían sonado en el festival “Post crucifixión”, por IKV (donde toca Dante, hijo de Spinetta) y Kapanga; “Ana no duerme”, por Massacre; “Todas las hojas son del viento”, por Calle 13; “Seguir viviendo sin tu amor”, por Catupecu Machu; “Me gusta ese tajo”, por Ciro; “Rezo por vos”, por Charly García y Viejas Locas, y “Despiértate, nena”, por Rata Blanca. Habían pasado fotos de Spinetta por las pantallas del escenario principal, un señor con una remera con el estampado “Gracias Flaco por el rock argentino” y los tres días de la decimoprimera edición de este festival, que acabó con un público acumulado de más de cien mil personas, en Córdoba.
También hubo más que eso: más de noventa bandas en tres escenarios, un montón de invitaciones cruzadas (el Negro García López sumó tres a su show), un lago de fernet, un océano de cerveza, bandas cordobesas, trasandinas y mercosureñas, unos pocos pungas, un predio hermoso, venta de merchandising, samba, baños químicos fuera del predio a dos pesos, una donación de la producción de 100 mil al ex leprosario de Santa María de Punilla y la interacción (en la forma de tráfico o de indiferencia) de públicos del reggae, el heavy, el rocanrol, el rock alternativo, el de los ’80, el de siempre y el de nunca más: tan grande era el piberío que sabía todas esas canciones de Spinetta.
La última jornada tuvo cosas, por lo demás, muy buenas. El set de Juanse estuvo impecable, paseando por canciones de aquel disco (“Tomates” al frente de todas) y de su etapa grupal. Y el de Viejas Locas fue contundente contra muchos de los pronósticos sobre el Rey Sol que alumbra a Pity Alvarez, que pasó el show bien concentrado y juguetón (“Un placer no haber estado acá”, saludó), hasta volvió solo con su guitarra una vez terminado lo pautado para hacer una versión íntima de “Fuiste lo mejor”, de Intoxicados. En la global y además de compartir el hecho del rigor con el que sonó cada grupo de músicos, lo de Juanse y Viejas Locas fue de lo más sobresaliente, junto a los recitales de Skay, Charly García e Illya Kuryaki & The Valderramas, mientras que Las Pelotas, Ciro, La Vela Puerca y Las Pastillas del Abuelo tocaron para entre diez y veinte mil personas; Calle 13 dio otro discurso de masas, y las bandas de rocanrol, reggae y heavy (con la visita de Anthrax y la reunión de Malón como imanes) pusieron al escenario secundario a menudo en igualdad numérica. Bandas como Massacre y Catupecu Machu, además, facilitaron “otro tipo” de rock de la Argentina.
Ahora, ¿cómo es que allí Massacre convive con Las Pastillas del Abuelo, Las Pelotas con Anthrax y Nonpalidece con Rata Blanca y en Buenos Aires se los pone en los cajones estancos de las fechas temáticas? ¿Por qué no puede hacerse en Buenos Aires un festival en el que el público lleve su reposera, su termo y su vianda? ¿Por qué en Cosquín Rock no hay corridas en los ingresos? ¿Por qué en Córdoba, con mayores costos de traslado (porque casi todos los músicos que tocaron eran porteños o bonaerenses o habitan esa provincia y esa ciudad), menos empresas prestadoras los mismos patrocinadores y el mismo nivel de artistas una entrada cuesta 150 pesos y en Buenos Aires, 200 o 250? ¿De dónde viene que en el Cosquín se venda alcohol sin desmanes y en la capital haya un festival de la cerveza donde no se vende esta bebida? ¿Y cómo es que en esa provincia funciona con fluidez un festival sin bandas internacionales a cuestas más que Calle 13, Marea y Anthrax? Ah, ¿y por qué en este encuentro federal Calle 13 cumple con su horario y en Buenos Aires tocó en otro festival media hora de más, haciendo que el set de Sonic Youth se debiera recortar en dos temas?
Preguntarse es gratuito y concluir, costoso, pero aunque queden esas dudas, están también estas certezas que se levantan del Cosquín Rock 2012. Respecto del rock, lo del Flaco demostró que tiene una memoria en común. El problema es que cada uno se acuerda de partes distintas de la anécdota. El reggae, por su parte, ha llegado a un punto de cristalización en el que o consigue lo que le resta (cerrar un festival pluritemático, ampliar su circuito, generar sus informaciones específicas) o se seguirá renovando, como en los últimos cuatro años, sin en rigor generar ningún salto cuántico. El rocanrol sigue siendo convocante en el interior, aunque en esta década no haya dado y mantenido una banda nueva notable entre sus filas. El heavy tiene una solidaridad de grupo impresionante, por la que se podría poner a todo su público en una isla desierta y probablemente sobrevivirían. El tema sería meter un extraño al heavy a la isla, claro, pero ahí se vendría otro tipo de Malón. Además, se vio que Córdoba es preciosa; que “pasear” un predio puede ser a la vez creativo y recreativo (por ahí anduvieron interviniendo los asistentes con pintura por alguien facilitada); y si en la variedad puede que no esté el gusto, en ella hay algo de un macanudo Woodstock argentino, Cosquín Rock.
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