MUSICA › LOS AUTENTICOS DECADENTES CELEBRAN SUS 25 AÑOS EN EL LUNA
Jorge Serrano, pluma ejemplar y voz del combo que es la banda sonora de la alegría argentina, repasa algunos momentos de la carrera del grupo y plantea una vez más su manifiesto: “Como la música es celebración, no importa la forma, sino la actitud”.
Dice Jorge Serrano: “Desde que empezamos, siempre nos encontramos con sonrisas del lado de la gente”. Pero cuando uno se encuentra a la mitad de esbozar en alto un “¡quién pudiera!” –supóngase que a la altura de la sílaba “pu”–, el notable compositor y cantante (entre tantas plumas y voces) de Los Auténticos Decadentes arremete: “Mentira. Una sola vez tuvimos una mala recepción del público, al principio de todo, en el Parque de la Ciudad. Fue para un Día de la Primavera y La Torre era el grupo rockero que cerraba. Tocábamos segundos o terceros, y al conductor no se le ocurrió mejor cosa que presentarnos como un grupo de cumbia-rock. Antes del primer tema, ya nos estaban tirando de todo. Eran estudiantes, así que los que volaban eran huevos, tomates y sanguches completos. Y empezamos a devolvérselos, se armó una batalla campal, ¡fue un combate! No nos queríamos bajar. Cuando terminamos, encaramos a la gente para ver por qué no le había gustado. Fue muy graciosa esa vez; y fue la única que sentimos un rechazo de la gente”. Dos décadas y media pasaron desde la fundación de este abigarrado grupo de origen punk, concepto rock, sonido tropical y fantasías animadas. El más alegre de los grupos divertidos, el más sonidero de los grupos mestizos; el germen del tropipunk, la octava maravilla de los escenarios argentinos, el aluvión de sonrisas, el domesticador de caderas, el revoltoso combo que mañana, sábado 31, desde las 21, celebrará en el Luna Park sus 25 años en conjunto.
“La música, como la mayoría de las cosas, tiene su parte de bendición y su parte de maldición. Cuando empecé a tocar, quería hacer una canción. Hice una y dije ‘qué fácil’. Después hice otra. Veinticinco años después, se hace difícil hacer una canción, pero por otra parte tengo más oficio. Todo es así: a Los Decadentes, al principio, todo nos fue muy duro; no nos conocía nadie y éramos rechazados por la prensa. Pero fue una bendición, porque todo nos costó y no nos vinieron de golpe cosas que nos trastornaran, como ser millonarios a los 20 años, algo que te pudre la cabeza. Todo fue pasito a pasito; y ha sido un camino muy satisfactorio”, arranca el entrañable Serrano.
–¿Es difícil mantenerse en el camino?
–Es más difícil mantener un grupo de dos años que uno de veinticinco. Si hace poco que estás, cualquier discusión puede llevarte a decir “me voy a la mierda”, pero a esta altura no tirás todo por la borda tan fácilmente. También ayudó el hecho de ser tantos: en un noviazgo todo está concentrado en uno y en su novia, pero acá todo está diluido y no todos tienen por qué ser mi mejor amigo. Con Cucho, por ejemplo, somos como el agua y el aceite, pero nos queremos y respetamos porque estamos juntos en este mismo barco.
–¿Cómo es ese barco?
–Siempre tengo la imagen de nosotros como una bola que va para acá, va para allá, se mece; pero no es que se pierde en el mar, tiene una dirección. Parece una “cáscara de nuez en el mar”, caótica, pero es un barco: cuando uno se cansa de remar, otro se pone las pilas. Hay una gran coreografía no sólo física y en el escenario, sino también en cómo alternamos las labores.
–¿Todos remeros, sin capitán?
–Veo a Los Decadentes como una experiencia socialista real, cooperativa, tremendamente exitosa. Como tal, no es perfecta: no es mi grupo perfecto ni el de nadie, pero se cede pensando en el grupo. Fue una ventaja ser tantos y diferentes porque tampoco hubo una cosa de “somos un grupo de reggae”. Y también tuvo que ver nuestra ineficiencia en un principio: somos un grupo de neta actitud punk, en cuanto a no saber qué carajo tocar, y que no importe: subimos al escenario y lo hicimos. A nuestra falta de capacidad instrumental hubo que suplirla con otras cosas, con el físico, con el gesto. Y eso funcionó.
–Eso se convirtió en un estandarte del grupo: la idea de dar un show.
–Es que un concierto es un momento artificial, no es uno natural en el que puedas decir “tengo ganas de estar durmiendo”. Cuando subís, ya sabés que vas a estar sobre un escenario un rato, y un espectáculo es entretenimiento, sea el género que sea, y tu función, y para lo que fue la gente, es para eso. Nuestro manifiesto es que, como la música es celebración, no importa la forma, sino la actitud. A lo más parecido que estuvimos de ser al comienzo fue a ser un grupo de ska, pero inmediatamente pegaron Los Pericos y Los Fabulosos Cadillacs, y lo primero que hicimos fue nunca más tocar un reggae o un ska, para que no se sintiera que nos subíamos a la moda. Todos escuchábamos un montón de reggae y de ska, pero nadie iba a proponer que toquemos uno.
–En tantos años, ¿hubo alguna prohibición musical?
–Con lo único que tuvimos lista negra durante un tiempo fue con el blues, porque el blues nos resultaba aburrido y nos rompía las bolas que además era como el Vaticano del rock: cuando una banda arrancaba, hacía blues.
–Además, el blues se centra en un sentimiento diferente a su alegría.
–La alegría no es mala palabra para nosotros, de hecho es una bandera, si es que tenemos alguna. ¿Qué puede haber más profundo que ser alegre? ¡Si después nos morimos! La alegría no es superficial, es algo profundísimo. Cuando en un show veo a la gente radiante y feliz me parece lo más grande que puedo hacer. Si tiene que ser la última imagen de mi vida, yo contento.
–¿Es su infinita alegría su mayor crédito?
–Para mí, después del punk, lo único que podía venir era la alegría de lo tropical. Yo tenía una tendencia depresiva en el punk, escuchaba Bauhaus y no a GBH. No me interesaba lo hardcore, sino lo oscuro. Pero me encontré deprimiéndome y dije “no más”. Hay que salir a la vida a divertirse. Y si a la gente le parece que está fuera de lugar, mejor, porque es despabilante, por lo menos hace que la gente se cuestione: “Me gusta, estoy moviendo la patita, quizá no deba ser tan cerrado”. Creo que es nuestro aporte, porque para nada creo que hayamos sido revolucionarios en ningún sentido musical.
–Y por fuera de su música, ¿en qué siente que generaron un cambio?
–En que nunca nos planteamos como personas a admirar, sino como todo lo contrario. Y ésa debe ser una razón por la que mucha gente siente afecto por nosotros, más allá de que le guste nuestra música, porque sienten que podría ser la banda de su hermano o de su primo. Fue lo que me pasó con Velvet Underground; vi que Lou Reed podía tocar y cantar y dije: “Yo también puedo hacerlo”. Velvet me parece que fue una piedra angular en ese sentido para el rock y una base para el punk. La música es una celebración: fiesta y alegría; sin desmerecer a la clásica, sinfónica o al jazz. Me encanta la música clásica, pero no puedo tocarla ni en pedo. Varios de Los Decadentes actuales al principio eran público o amigos que subieron a tocar un día y quedaron... porque tenían el mismo nivel de conocimiento musical que todos los demás. De hecho, si somos tan populares también debe ser porque incluimos todo y a todos: somos tantos y tan distintos entre nosotros que podría decirse que somos como un Concejo Deliberante musical con todos los partidos políticos.
–¿Qué significa para usted este ejercicio de democracia musical?
–El grupo nos cambió muchísimo la vida y baña toda nuestra vida, nuestras familias y nuestros hijos, que son amigos entre ellos. La banda me cambió la personalidad: era tímido y estoy tocando frente a mucha gente, además del hecho de vivir de una cosa que no se puede llamar trabajo. Afortunadamente siempre nos fue bien, nunca estuvimos ni cerca de separarnos, jamás hubo una crisis. Sí te pasa que en algún momento de tu vida no podés seguir el tren de algo tan intenso: sobre todo yo que vivo en Gesell y viajo el doble que todos. He estado ausente de algunos shows, pero no porque me enojaba con alguno o con la banda. De hecho, me ponía a llorar pensando en que quizás iba a tener que irme. Es muy intenso el viaje, el show, la trasnoche, y alguna vez quizá pensé en eso de que “tanta alegría seguida me va a hacer mal”.
–¿Qué los ayudó a seguir juntos, en esas épocas más complicadas?
–No vino de la nada: trabajamos para eso y algo muy importante es que siempre estamos mal que mal vigentes, porque podríamos estar celebrando 25 años con canciones de hace 15. Tenemos esos temas, claro, porque de los grupos que a uno le gustan siempre prefiere el primero, el segundo o el tercer disco; pero como músico tenés que convivir con eso porque la vida te pasa y tenés que vivir. Es lo mismo cuando alguien me dice que estoy viejo.
–¡Qué tupé!
–Sí. Qué querrán, ¿no? No soy Dorian Grey, pueden tener un poster donde aparezco hace 15 años, pero yo seguí cumpliendo años en todo ese tiempo.
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