Lun 09.04.2012
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MUSICA › CHARLY GARCíA Y FITO PáEZ CERRARON EL QUILMES ROCK 2012

Dos monstruos y una ausencia

El rock argentino tuvo su gran noche con las actuaciones del autor de “Cerca de la revolución” y del músico rosarino. Ambos ofrecieron un repertorio clásico, para alegría de los 50 mil fans que llenaron River, y hubo varios momentos de recuerdo para el Flaco Spinetta.

Hay muchas maneras de poder disfrutar de un concierto –quizá tantas como personas haya presentes en el lugar–, y para que esa experiencia sensorial sea regocijo o decepción juegan como nunca las expectativas con las que cada uno haya ido al recital. Uno de esos métodos, tal vez el más aplicable para la noche de cierre del Quilmes Rock 2012, es la de dejar los prejuicios de lado, quitarse de encima la información que pueda generar cierto “ruido” y hacer perder la atención, y concentrarse sólo en la música. Otra forma posible (también relacionada con la primera) es ser nuevo y dejar que el espectáculo hable por sí mismo, sin agregados. Hablar de Fito Páez y de Charly García es hablar de dos de las figuras más importantes e históricas del rock local, de dos personalidades muy fuertes y de dos obras lo suficientemente extensas como para albergar discos fundamentales, regulares y olvidables. Pero es conveniente ir por partes.

Cualquier presentación de García genera la expectativa de ver en qué condiciones estará después de los conocidos problemas de salud por los que tuvo que atravesar, y es natural que esta versión actual pierda en la comparación con cualquiera de las versiones de la década del ’80. Aquellos que lo vieron en su mayor esplendor no pueden evitar sentir pena, dolor o risa, o también satisfacción por verlo vivo después de todas las que pasó. El García actual también perderá si se tiene en cuenta que su repertorio se nutre de su mejor época –con algunas canciones que tienen más de 30 años– y que poco y nada tiene para ofrecer de su actualidad como compositor. Aunque todo sea materia opinable, también es cierto que la encarnación actual de Charly suena mucho mejor y ofrece una mejor puesta en escena (austera, pero puesta al fin) que algunos de sus compañeros de festival, y entrega más actualidad musical que varias de las visitas que llegan al país por estos días.

La mejor arma que hoy tiene Charly García para convertirse en el artista de cierre de un festival son sus canciones, inoxidables y resistentes al paso del tiempo, ejecutadas por una banda que suena ajustada (quizá la voz de Rosario Ortega sea la que más dudas genere, sobre todo en canciones como “Eiti Leda”), aunque con un sonido dubitativo por momentos. “Fanky”, “Rezo por vos” (con imágenes de Luis Alberto Spinetta en las pantallas), “Cerca de la revolución” y “Nos siguen pegando abajo” son sólo un arranque para un concierto que tendrá varias sorpresas. Primero, Pedro Aznar aporta su bajo y su voz en una gran versión de “Perro andaluz”; y luego, Juanse suma su guitarra para “La sal no sala”. El último invitado fue Fito Páez (“el más grande”, según Charly), quien se sentó al piano para entregar la bellísima “De-sarma y sangra”.

Si el revisionismo musical ya es un género en sí mismo, fue el propio Páez quien lo hizo suyo para esa noche, y generó el ambiente de “puro rock nacional” que le dejaría el público caliente a García. Con una banda que sonó en grande y una lista de canciones que no incluyó ninguna composición editada en los últimos 10 años de su carrera, el rosarino apostó a lo seguro, y justo en el año en el que El amor después del amor –su álbum más reconocido– cumple 20 años, eligió dar comienzo al show con la canción que da nombre a ese disco (con Claudia Puyó haciendo la segunda voz) y con “Dos días en la vida”. Luego, en forma de relato, todo fue contabilizado en tiempo: en 1985, “11 y 6”, y cinco años más tarde, “El chico de la tapa”.

Cuando promediaba su concierto, Páez hizo algo poco usual en un festival, que es tocar un tema nuevo: “La vida sin Luis” y la imagen de Spinetta se harían presentes otra vez en la noche, y la frase “Ya sé lo que es la soledad, es no tenerte a mi lado, pero si algo nunca he de olvidar son tus acordes plateados” haría estallar al público en una ovación. Luego de “Un vestido y un amor”, con Páez solo en el piano, llegarían tres postales urbanas y autobiográficas, de esas que el cantante conoce bien: “El diablo de tu corazón”, “Al lado del camino” y “Ciudad de pobres corazones”. Sin lluvias épicas ni otro tipo de aditamentos, la subvalorada noche nacional colmó las expectativas de los que se atrevieron a llevarlas consigo.

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