MUSICA › FESTIVAL INTERNACIONAL DE FOLKLORE DE BUENOS AIRES
Una multitud acompañó la nutrida y ecléctica propuesta folklórica brindada en la ciudad de La Plata. La colombiana Totó La Momposina se lució en la noche del sábado. El encuentro concluyó anoche con un homenaje a Horacio Guarany.
› Por Carlos Bevilacqua
El público del Festival Internacional de Folklore de Buenos Aires (Fifba) probablemente sea el único del país capaz de delirar ante un solo de maracas, a la una de la madrugada y luego de permanecer parado durante varias horas a la intemperie. Ocurrió anteayer, durante la segunda de las tres jornadas del encuentro organizado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires en La Plata. Cabe aclarar que la buena predisposición de miles de jóvenes es correspondida, y hasta generada, por una programación ecléctica que se reparte generosa en cuatro escenarios de un ambiente natural hermoso: el del Paseo del Bosque.
A media tarde del sábado, los primeros shows programados se vieron interrumpidos por un chaparrón fugaz que sólo atrasó ligeramente el cumplimiento de la grilla. Luego de los shows de Luciana Jury, Beatriz Pichi Malén y Ernesto Snajer con Luvi Torres, fue la frescura de la cantautora Sofía Viola la que cautivó a un público todavía reducido en torno del Escenario Alternativo. Solita, acompañándose apenas con guitarra o charango, Sofía sonó original tanto en las temáticas como en las formas de sus canciones. Inmediatamente después, y a pocos metros, Los Jóvenes Musiqueros hicieron bailar a una cantidad ya mayor de gente en el Zambódromo, un espacio armado en torno de un escenario más bajo para propiciar un contacto más directo con la gente. En simultáneo, el anfiteatro ofrecía el arte de la cantante Silvia Barrios.
Aunque incipiente, la noche se empezó a encender temprano con la fusión de ritmos caribeños con sonidos electrónicos que propuso la Orquesta Popular San Bomba en el Escenario Alternativo. Producido por 22 músicos muy bien ensamblados, el cóctel resultante hizo bailar a casi todos los presentes, que ya se contaban por centenares.
“Yo soy como el tigre viejo / me gusta la carne tierna / empezando por el pecho / terminando entre las piernas”, cantó más tarde Mariana Baraj durante el set de bagualas eléctricas que protagonizó en el Espacio Fogón. Allí, con buena parte del público sentado en el pasto, la cantante jugó con su voz hasta el límite de los agudos para dar su personal versión del canto con caja, claro que sin caja, porque, al margen de una sutil percusión, el acompañamiento se redujo a una guitarra y un bajo eléctricos. Cada tanto se dejaban oír los ecos del recital que simultáneamente estaba dando Liliana Herrero en el anfiteatro del parque, a unos 200 metros. El cronograma del festival arrastró luego a la multitud hacia el Escenario Alternativo, esta vez para degustar la cumbia tradicional colombiana de La Delio Valdez, una banda argentina notablemente eficaz en el rescate de un ritmo típico de latitudes lejanas. Con una voz femenina en primer plano, los vientos, cuerdas y percusiones reeditaron el baile popular que ya sería una constante durante el resto de la jornada.
A continuación, los públicos que habían poblado diferentes escenarios confluyeron junto a muchos recién llegados frente al escenario mayor del Fifba, conocido como Panorama. Es que poco después de las 21 sonaba allí la fabulosa percusión de La Bomba de Tiempo. El espíritu colectivo se vio entonces templado por una serie de ritmos poderosos, cambiantes y sorprendentes, surgidos a partir de las señas que fueron usando Alejandro Bolívar, Santiago Vázquez y Andy Inchausti, alternativamente al frente de la agrupación anteayer compuesta por quince percusionistas. Hasta el público terminó participando del reparto de roles en un set que incluyó la participación de Antonio Tarragó Ros, Tilo Escobar (ambos en acordeón) y Liliana Herrero (en voz) en cruces que resultaron deliciosos.
Como para prolongar el goce, ese mismo escenario fue copado un rato después por Rubén Rada. No necesitó avanzar mucho con “Ayer te vi” para que la multitud lo siguiera en palmas con la clave del candombe. Acompañado entre otros por sus hijos Matías en guitarra eléctrica y Lucila en coros, fue el showman que todos esperaban: cantó, arengó, hizo chistes y movió su cadera al borde del escenario. Su poder de seducción fue tal que consiguió que buena parte de las 40 mil almas cantaran el estribillo de “No me queda más tiempo”, una balada de su autoría que él mismo sugirió cercana a la estética de Ricky Martin.
Si alguien estaba reprochándoles a los programadores cierto desapego a las tradiciones más puras de la música folklórica, acto seguido arribó Totó La Momposina, venerable artista colombiana que se distingue por el cultivo de la música típica de su país con sobrado conocimiento de causa. Al frente de un grupo presentado como “sus tambores” (en rigor había también bronces y guitarras), Totó desgranó una serie de cumbias, porros y rumbas en los que laten nítidos los componentes aborígenes y africanos de su música.
Durante cinco horas, el Bosque fue un mundo aparte, musical, feliz. Digna continuidad del que había generado allí mismo el Fifba el día anterior e inmejorable augurio de lo que se había programado para anoche, con figuras como los acordeonistas Celso Piña y Chango Spasiuk, y un homenaje a Horacio Guarany a través de diversos artistas como fin de fiesta.
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